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Kosovo como muñeca rusa

Francisco Veiga

La madrugada del 7 de mayo de 1999, un bombardero 'invisible' B-2 Spirit de la 509ª Ala de Bombardeo de los EE UU, basada en Whiteman, lanzó varias bombas JDAM GBU-31 contra la Embajada china en Belgrado. Los artefactos, guiados con gran precisión por el sistema GPS, entraron por la ventana del agregado militar, Ven Bo Koy, que quedó gravemente herido. Tres personas, presentadas por la autoridades chinas como 'periodistas', murieron en el ataque. Al parecer, la operación fue planeada y desarrollada por el Pentágono al margen de la OTAN, porque el alto mando norteamericano mantiene los ultrasecretos bombarderos Northrop Grumman B-2 fuera de la cadena de mando de Bruselas. Los hechos fueron presentados por las autoridades norteamericanas como un 'error', pero existen otras posibilidades. Según parece, en la Embajada china operaba un repetidor de comunicaciones al servicio del Ejército yugoslavo, que a su vez conectaba o tenía que ver con un revolucionario sistema desarrollado por los chinos para la detección y alerta temprana de 'aviones invisibles', conocido por las siglas PCLS (Passive Coherent Location System), que además resulta inmune a las contramedidas electrónicas.

Esta información no proviene de fuentes clasificadas, sino que es el fruto de la excelente labor de tres periodistas de investigación: John Sweeney, Jens Holsoe y Ed Vulliamy. Y ni siquiera es nueva: fue publicada en The Observer el 17 de octubre de 1999 y también en el diario danés Politiken. Los periodistas se basaron en el testimonio confidencial de tres oficiales de la OTAN: un controlador de vuelo en Nápoles, un oficial de inteligencia experto en radiotráfico que actuaba desde Macedonia y un alto mando en Bruselas. Refuerza la veracidad de los testimonios un dato interesante: las pérdidas en aviones reconocidas por la OTAN se produjeron antes del bombardeo de la legación china. Además, hemos de tener en cuenta también a todos aquellos aviones que lograron regresar a sus bases aunque duramente castigados por el fuego antiaéreo yugoslavo. Fuentes occidentales llegaron a confirmar, hasta el 2 de mayo, una decena de aterrizajes forzosos de aviones aliados seriamente dañados por la defensa antiaérea yugoslava. Y lo cierto es que a partir del 7 de mayo las cifras de bajas declaradas por la OTAN decayeron claramente. Por otra parte, a Washington le venía bien demostrar firmeza ante China, que llevaba tiempo desarrollando sistemas armamentísticos propios basados en modelos americanos espiados y mejorados. Y asimismo, tensar las relaciones con Pekín y Moscú a fin de parar los pies a la diplomacia rusa, que parecía capaz de parar la campaña aérea de la OTAN antes de tiempo.

Éste es un ejemplo de ese tipo de informaciones 'olvidadas' por incómodas, que a veces reaparecen meses o años después y generan un enorme escándalo. Algo similar ocurrió con la actual crisis del uranio empobrecido, asunto sobre el cual se habían escrito montañas de documentos, informes y artículos a raíz de la guerra del Golfo y que ahora resulta tan impactante en Europa porque parece afectar a nuestros soldados. Pero sobre todo hay en todo ello un profundo problema de credibilidad. El incidente de la Embajada china demuestra que sobre la guerra de Kosovo hubo otras guerras, que en torno al gozne de la pequeña provincia balcánica giraron problemas que iban más lejos y a los que eran ajenos muchos de los participantes. También se comenta, por ejemplo, que la guerra de Kosovo fue planteada para tener un buen pretexto con el cual eliminar el artículo 5º de los estatutos de la OTAN, que la definían como organización meramente defensiva. En nombre de la OTAN nos han mentido y ocultado tantas cosas y con tal descaro que, parafraseando a Braudillard, casi dan ganas de afirmar que informativamente 'la guerra de Kosovo no tuvo lugar'. ¿Qué decir de las decenas de miles de muertos albaneses, que al final se quedaron en 3.000, según reveló el periodista Jonathan Steele en The Guardian el pasado mes de agosto? Y, de momento, ninguna instancia oficial se ha preocupado de aclarar cuántos lo fueron por ejecuciones o por ataques aéreos, o, aún, por los enfrentamientos entre la guerrilla del UÇK y las fuerzas de seguridad serbias. ¿Qué pensar de esas hinchadas cifras de bajas causadas al enemigo que luego se quedaron en nada? No fueron poca cosa: en junio de 1999, el general Henry Shelton, jefe del Estado Mayor Conjunto, afirmó que los bombardeos habían destruido 122 tanques, 222 vehículos blindados y 454 piezas de artillería. Un año más tarde, la revista Newsweek reveló los resultados de un informe de la USAF rechazado por el alto mando de la OTAN: sólo se habían destruido 14 tanques, 18 transportes de personal y 20 piezas de artillería y morteros. De los 744 blancos 'confirmados', sólo se encontraron evidencias de 58. En fin, para los daños colaterales contra civiles y las bombas de grafito, ni siquiera hay espacio en este artículo.

Por lo tanto, el escándalo del uranio empobrecido no ha hecho más que volver a despertar nuestras dudas. El problema de la 'basura militar' es ya antiguo y no se circunscribe a la munición potencialmente radiactiva. Como muy bien han recordado serias instancias científicas, como la Organización Internacional de Energía Atómica, en Kosovo, Bosnia y quizá Yugoslavia podrían estar jugando una amplia gama de factores que van desde los agentes contaminantes liberados por las fábricas y refinerías bombardeadas a las vacunas especiales inyectadas a determinados soldados o las armas usadas por los contendientes locales. También podría ocurrir que la insistencia en el protagonismo del uranio empobrecido hubiera logrado desviar las investigaciones sobre otro tipo de posibles causas más comprometidas políticamente, como el transporte de materiales peligrosos antes, durante o después de los ataques, la utilización de armas químico-bacteriológicas e hipotéticas operaciones por el estilo, las cuales quedarían al margen de la atención pública una vez demostrado que eso de la letalidad del uranio son paparruchas de civiles y políticos histéricos. Por supuesto que al final del camino puede haber una operación de intoxicación en toda regla con objetivos políticos muy concretos.

Parece sospechoso que la denuncia de las supuestas contaminaciones tuvier lugar precisamente poco antes de comenzar la presidencia del republicano Bush. O que fueran los italianos quienes tiraran de la manta. Ellos, que tantas veces han sido tratados con prepotencia por el amigo americano: cuando la base de Aviano fue usada intensivamente en las guerras de los Balcanes mientras se relegaba a Roma de las decisiones importantes; cuando se dejó solos a los italianos durante la crisis albanesa de 1997 (no tuvo que ver con Milosevic, Albania se hundió solita, no interesaba a Washington); tras el accidente del teleférico de Cermis, en el Trentino, provocado por aviadores norteamericanos en plena euforia acrobática, y que luego resultaron flagrantemente absueltos por un tribunal militar americano. Pero, al fin y al cabo, la actuación norteamericana en los Balcanes no tiene por qué ser un cheque en blanco. Washington defiende sus intereses particulares y muchas veces pasan por encima de los europeos. Por otra parte, está muy claro que para amplios sectores de la política y las finanzas norteamericanas hay que demorar todo lo que se pueda la integración de Rusia en Europa, que convertiría al Viejo Continente en un competidor demasiado serio. Todo eso debería tenerse en cuenta antes de atrincherarse en mecánicas posturas seguidistas, algo que otros aliados menores de la OTAN no practican. El concepto realpolitik fue un invento alemán y a él deberíamos atenernos. Como lo hacen los norteamericanos con Europa, ni más ni menos.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental de la UAB.

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