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Columna
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Turquía grita fuego y la inversión se va

Joaquín Estefanía

El 2 de julio de 1997, un país tan marginal para las finanzas internacionales como Tailandia desligaba su moneda del dólar, la dejaba depreciarse y pedía ayuda al FMI. Como efecto secundario, se iniciaron movimientos en cadena del mismo signo en las otras economías de la zona, Malaisia, Indonesia, Filipinas, Hong Kong, etcétera. Se iniciaba así, por la periferia, una crisis financiera mundial. Desde entonces, cada vez que tose un país emergente, los mercados retienen la respiración por si acaso, y se preguntan cómo fue posible que una moneda desconocida para casi todos pudo poner en trance la economía global.

A finales del pasado año, quien daba el susto fue Argentina, y a pagar sus deudas debió acudir un FMI criticado por el mal manejo de la crisis anterior. Pero también apareció en esas mismas fechas en Turquía, a quien prestó 11.500 millones de dólares a cambio de una privatización de su sector público (sobre todo de las telecomunicaciones), del saneamiento de la banca y de un cuadro macroeconómico en el que se reducía la inflación y el gasto. La magnitud del problema argentino ocultó el turco, lo que ha sido un error a la luz de lo sucedido la pasada semana.

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El pasado jueves, el banco central turco decidió abandonar la defensa de su moneda (a cuya defensa había dedicado las tres jornadas anteriores, por ejemplo, casi 5.000 millones de dólares) y dejó que flotase libremente. Conclusión: en unas horas, la lira se depreció hasta un 36% respecto al dólar. De un día a otro se pasó de cambiar 694.000 liras por un dólar a 1,1 millones de liras. En una economía débil como la turca, con una inflación del 55%, una deuda externa de 110.000 millones de dólares y tipos de interés a un día de más del 6.000% destinados a evitar la continua fuga de capitales, ello significa largas colas de ciudadanos intentando poner a salvo sus ahorros; aumento de las deudas de los particulares -que demandan muchos de los créditos en divisas para evitar esa inflación galopante-; quiebra de un parte de su sistema financiero, ya que aumenta el valor de la deuda de los bancos en moneda extranjera, que es muy importante (una primera estimación habla de la posibilidad de que quiebre una docena de bancos de los aproximadamente 80 de que dispone Turquía). En definitiva, más inflación, freno del poder adquisitivo y reducción del consumo y del crecimiento.

Pero Turquía no es una broma en sí misma (aliado de la OTAN y lugar clave para la política de seguridad norteamericana en Oriente Próximo, desde sus bases se está bombardeando Irak en la actualidad) ni en su capacidad de exportar el contagio a otros países emergentes, fundamentalmente los de América Latina y de Europa del Este. Por ello, la reacción del FMI -que anunció nuevas negociaciones para revisar el cuadro macroeconómico- y de EE UU -cuyo secretario del Tesoro, Paul O'Neill, hizo un comunicado apoyando 'al aliado y buen amigo de Estados Unidos'- fueron inmediatas. No se puede consentir una crisis descontrolada en una zona estratégica como Turquía.

El acontecimiento que precedió al choque financiero fue un enfrentamiento entre el presidente del país, Ahmet Necdet Sezer, y el primer ministro, Bulent Ecevit, a causa de la corrupción. El primero acusó a Ecevit de ser incapaz de corregir el capitalismo de amiguetes que impera en Turquía. Un diario británico explicaba que Ecevit hizo dos cosas que los primeros ministros prudentes no hacen: primero, se enfadó a puerta cerrada, y después la abrió para contárselo a todo el mundo. Y remata gráficamente: 'Cuando los primeros ministros corren hacia la salida gritando ¡fuego!, lo más probable es que los inversores le sigan. Él lo hizo, y ellos, también'.

La devaluación turca parece ser el último clavo que cierra el ataúd de los sistemas de tipos de cambio fijos.

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