Cervantes nunca llegó a Filipinas
El español se extingue como lengua culta de una minoría ilustrada, de clase alta y mayor de 40 años
Filipinas, a diferencia de América Latina, jamás aprendió el castellano. Los 377 años de presencia colonial española produjeron una clase de filhispanos, reducida entonces y casi extinta hoy; quedan islotes, como la nueva presidenta, Gloria Macapagal Arroyo, y cientos de palabras infiltradas en los idiomas locales, en el callejero o en los negocios. Salsipuedes es una angosta calle capitalina en la que apenas cabe un automóvil; Puto Descanso, el nombre de una funeraria que emplea un equívoco adjetivo cuyo significado en tagalo es dulce. Pero hay más: barrio, basura, calle... El 25% del tagalo, empleado en Manila y en parte de Luzón, está contaminado de españolismos. Incluso filipinos que no conocen el castellano prefieren contar hasta diez en el idioma de la antigua colonia.
'La evangelización de Filipinas no se efectuó en castellano, a diferencia de América Latina; agustinos, jesuitas y dominicos desobedecieron las órdenes de la Corona y optaron por aprender ellos los idiomas y dialectos locales para predicar mejor la religión católica', asegura Félix Blanco, coordinador general del Instituto Cervantes en Filipinas. Esta decisión, beneficiosa para el cristianismo, bloqueó la castellanización del archipiélago. 'En la época de mayor expansión, el español era hablado por la octava parte de la población, aunque era la lengua común en Manila', recuerda el ex embajador Delfín Colomé. El castellano caló en el siglo XIX en la incipiente clase dominante. Los prohombres de la patria filipina hablaban español, como el poeta José Rizal, ejecutado por masón y liberal en vísperas de la independencia. La Constitución de Manolos, sobre la que se fundó Filipinas, está redactada en castellano; igual que el himno nacional y los documentos de los primeros años de aparente independencia.
EE UU, que heredó Filipinas mediante el Tratado de París tras su breve guerra contra España en 1898, desembarcó en el archipiélago a principios de siglo un ejército de maestros, los thomasites (por el nombre del barco en el que arribaron, el Thomas). 'Se concentraron en expandir su lengua; para ellos sólo era importante el comercio, no la religión o la política', sostiene el padre Gabriel Casal, director del Museo Nacional. 'En algo más de 40 años impusieron el inglés donde casi nadie lo hablaba a comienzos del siglo XX', dice el agustino Pedro Galende. 'Estados Unidos logró en cuatro décadas lo que España fue incapaz en casi 400 años', subraya Colomé.
Filipinas fue colonizada en expediciones que partían de México, y la distancia fue uno de los factores clave que facilitaron la desobediencia misionera a las reales ordenanzas y la nula expansión del castellano. Un viaje de Madrid a Manila podía durar ocho meses. 'El canal de Suez, que recortó ese viaje marítimo a un par de meses, llegó demasiado tarde para España [1869]', sostiene Blanco. Otro factor negativo fueron los militares; muchos fueron enviados al archipiélago como escarmiento; otros, a hacer carrera; pero ni unos ni otros se preocuparon más allá de su biografía. Las excepciones ilustradas, muy escasas, coincidieron con los breves años liberales del siglo XIX español. Esa distancia física dificultó el envío de colonos, maestros seglares o aventureros. Las Filipinas quedaron, pues, bajo el monopolio cultural de frailes y coroneles.
Hoy, en este país conviven dos lenguas oficiales, el tagalo (que trata de imponerse a las demás islas y dialectos como el idioma nacional) y el inglés. Corazón Aquino satisfizo a finales de los años ochenta la demanda estudiantil y retiró el denostado español de la lista de asignaturas obligatorias. Desde entonces es una optativa más con el mismo rango del árabe. '¿Se imagina, el árabe? ¿Qué tenemos nosotros que ver con esa lengua?', se pregunta entre aspavientos el padre Casal. Blanco, del Instituto Cervantes, cree que al castellano le perjudicó su vinculación con el periodo colonial y con una clase adinerada que consideraba nuestro idioma como un signo de distinción. 'Los norteamericanos fueron muy listos', apunta algo quejoso el padre Galende, 'supieron trasladar el resentimiento nacionalista hacia nosotros'. Blanco considera que esa conexión entre lengua y política ya ha sido superada. 'Ahora es el mejor momento de nuestro idioma', dice.
La presidenta Macapagal Arroyo rechazó en una conversación con EL PAÍS la posibilidad de reintroducir la obligatoriedad de la enseñanza del castellano. 'Habrá que apoyar el idioma y para ello contamos con la ayuda de España', dijo en perfecto español.
El diputado por Mindanao Celso Llobregat es uno de los defensores de la herencia idiomática española. 'Creo que si España no apoya el idioma, en 50 años la situación será trágica', dice Llobregat. El empleo del castellano sigue limitado a una clase alta, culta y mayor de 40 años, admite Llobregat.
La ocupación japonesa de Filipinas durante II Guerra Mundial causó cerca de un millón de muertos en el archipiélago. En la batalla de Manila librada por las tropas del general Arthur McArthur perecieron miles de personas. 'La mayoría, hispanoparlantes', dice Galende. El padre Casal confirma este hecho: 'Fue un golpe tremendo para el idioma'. Las estadísticas proclaman que un 3% de los casi 80 millones de filipinos hablan hoy castellano, pero Blanco cree que el dato es exagerado.
El presente no es halagüeño pese a la pérdida del sambenito colonial. España sigue siendo el gran desconocido, casi tanto como Filipinas lo es hoy en España. No hace mucho una mujer preguntaba en el Instituto Cervantes: 'Se puede viajar a Galicia en avión?'.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.