Niza y la montería global
Alain Lamassoure, antiguo ministro francés de asuntos europeos y actual eurodiputado del PPE, ha dicho, con razón, que lo mejor que podría habernos sucedido es que el Consejo Europeo de Niza y el Tratado a que ha dado lugar no hubiesen existido. Pero ahí estan y el lunes próximo les daremos carta de naturaleza institucional. Lo que nos llevará, dentro de cuatro años y con ocasión del tratado que entonces produciremos, a tener que desandar lo que ahora hemos malandado. Pues en Niza hemos desbaratado, por incapacidad y/o por malevolencia, una estructura institucional que había exigido tantos años y esfuerzos para su construcción. No me refiero a los pequeños bodrios, como el de la sociedad europea, del que tan responsable ha sido nuestro país, sino a la involución general del proceso de la construcción europea, que, en sus aspectos esenciales, ha retrocedido notablemente.
Al Parlamento le han dado calabazas unánimes en sus razonables propuestas políticas, y en cuanto a su logística, no se ve claro cómo va a poder debatir y ni siquiera funcionar un colectivo de casi 740 personas que tendrá que trabajar en más de 20 lenguas. En cuanto al Consejo de Ministros, los meandros que se han agregado al decurso decisional van a ser otros tantos soportes para la voluntad obstaculizadora de los Estados que quieran oponerse a un tema, lo que inevitablemente se traducirá en una disminución del número de decisiones comunitarias. Por lo que toca a la Comisión, su renacionalización, es decir, su sometimiento a los Estados, ha sido confirmada y agravada al subordinar el número de comisarios al número de países miembros y al someter la capacidad últimamente decisoria de su presidente al visto bueno de la mayoría de los comisarios.
Con todo, lo más dramático es la declaración sobre el futuro de la Unión, anexa al Tratado, que supone una verdadera sentencia de muerte para la Europa política. Pues, por una parte, con el previsto catálogo de competencias, clausura la concepción de Europa como un proceso abierto en permanente estado de gestación y, por otra, la exigencia de participación de los parlamentos nacionales institucionaliza el déficit democrático europeo y fragiliza la legitimidad de la acción política del Europarlamento. Esta ausencia de voluntad política europea coincide con el estreno de un nuevo presidente en Estados Unidos que necesita merecer sus galones. Todos los datos de que disponemos apuntan a un reforzamiento de la capacidad defensiva/ofensiva norteamericana, comenzando con el nuevo impulso que la Agencia de Seguridad Nacional quiere dar a la red de espionaje global Echelon -por cierto, seguimos esperando los resultados de la comisión de investigación sobre este tema del Parlamento Europeo-, cuyos responsables, según acabo de ver en Internet, justifican su actividad, entre otras razones, por la necesidad de neutralizar a las empresas europeas que arrebatan los contratos más importantes a las sociedades americanas corrompiendo a los líderes de los países en desarrollo. Se non é vero é ben trovato. En cualquier caso, el presidente Bush, convertido en el montero planetario y en la excelente compañía de los ojeadores de su padre -Dick Cheney, entonces secretario de Defensa y hoy vicepresidente; Colin Powell, entonces jefe de las Fuerzas Armadas y hoy secretario de Estado; el halcón perpetuo que es David Rumsfeld, actual secretario de Defensa-, ensaya ahora sus armas, al parecer sin demasiado éxito, en Irak, convencido de que con ello asegura la pervivencia de Sadam Husein, un enemigo del que no quiere privarse. Pequeños aperitivos rutinarios antes de la gran montería que supone el lanzamiento de la nueva fase de la balística nuclear, que pondrá de nuevo en marcha la carrera armamentista en el mundo y hará aún más ricos a los ricos (las empresas y estados amigos) y más pobres a los pobres (los países del Sur). Frente a tanta arrogancia y desvarío al otro lado del Atlántico, frente a tanta mediocridad personal y a tanta pequeñez nacional en los políticos de este lado, sólo dos razones de esperar: las ONG europeas son las más activas del mundo, y los europeos quieren, según nos aseguran las encuestas, más Europa. Esos pueden ser nuestros asideros.
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