Rajoy confraterniza con los cardenales españoles tras el último enfrentamiento
Cuarenta y cuatro nuevos cardenales, entre ellos el arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez, y 11 prelados latinoamericanos, juraron ayer ante el Papa estar dispuestos a dar su sangre por la Iglesia, en una impresionante ceremonia. Juan Pablo II entregó a cada uno el título y la birreta roja símbolo de la nueva dignidad eclesiástica. Karol Wojtyla apareció consumido a la luz implacable del sol primaveral, pero su voz sonó clara en el momento de la homilía, cuando pidió a los nuevos purpurados que 'se abran al diálogo con todas las personas, con todas las instancias sociales'.
La 11 nuevos cardenales que proceden de países latinoamericanos reflejan las intenciones del Pontífice de ir desplazando inexorablemente el centro de poder de la Iglesia desde Europa al Nuevo Continente. La ceremonia de ayer, cuidadísima, que se prolongó durante dos horas, tendrá hoy su epílogo cuando los nuevos purpurados celebren una misa con el Papa en la que éste les entregara el anillo cardenalicio.
Entre las 40.000 personas que asistieron en la plaza de San Pedro a la brillante ceremonia figuraban representantes de 24 de los 27 países de procedencia de los nuevos cardenales. '¿No es esto también una señal de la capacidad de la Iglesia, que se extiende por todos los rincones del planeta, de comprender a pueblos con tradiciones y culturas diferentes?', se preguntó Wojtyla en su homilía.
El consistorio de ayer, el octavo de los convocados por el actual Pontífice en 22 años de papado, representa un paso más en la trayectoria descentralizadora que ha seguido Juan Pablo II desde su elección, en octubre de 1978. Desde el principio ha estado patente su deseo de convertir a la Iglesia católica en una realidad multiétnica y, sobre todo, el de hacer presente esta realidad en la composición jerárquica de la misma.
La tarea que asigna Wojtyla a los nuevos cardenales es guiar a la grey a través de un 'mundo cada vez más complejo y cambiante', que exige un nuevo esfuerzo de comprensión a la Iglesia. De ahí la importancia de que los fieles encuentren a su lado pastores que hablen su mismo idioma. Aunque la Iglesia concede teóricamente poca importancia a las nacionalidades, en Roma no ha pasado desapercibido el peso específico que adquiere el Nuevo Continente a partir de este consistorio. Ayer recibieron sus relucientes birretas rojas nada menos que 11 nuevos cardenales procedentes de nueve países del subcontinente americano. Una lista que incluye a los arzobispos de Santiago de Chile, Francisco Javier Errázuriz Ossa; Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Madariaga (una estrella ascendente en el universo de los papables); de Caracas, Ignacio Antonio Velasco García; de Bogotá, Pedro Rubiano Sáenz; de Quito, Antonio José González Zumárraga; de San Salvador de Bahía, Geraldo Majella Agnelo; de São Paulo, Claudio Hummes; de Lima, Juan Luis Cipriani; de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio; de Santa Cruz de la Sierra, (Bolivia), Julio Terrazas Sandoval, además del presidente de los Archivos y la Biblioteca de la Iglesia Romana, el argentino Jorge María Mejía. Iberoamérica pasa de 22 a 33 cardenales, de ellos 27 por debajo de los 80 años de edad, límite a partir del cual un cardenal no participa en los cónclaves.
Gran reconocimiento
Nunca antes el subcontinente en el que vive la mitad de los católicos del mundo había recibido un reconocimiento tan abrumador en el Vaticano. Esto no significa que Europa (con sus 65 cardenales electores), e Italia en particular (con 24), no siga jugando un papel esencial en la elección del nuevo Pontífice. Wojtyla ha sido respetuoso también con la tradición, manteniendo en este consistorio una abultada nómina de italianos: siete en total. Le sigue en importancia la nómina de cuatro purpurados alemanes, sobre todo porque incluye al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Karl Lehmann.
Lehmann se vio rodeado ayer por los periodistas, ansiosos de conocer su versión de los hechos sobre las escandalosas declaraciones del año pasado en las que, supuestamente, había considerado previsible la dimisión del Papa. El arzobispo de Maguncia negó todo con vehemencia y rechazó rotundamente también ser un rebelde. 'Me considero progresista', se limitó a decir.
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