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Columna
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En la tribuna de prensa

Se cumple el vigésimo aniversario del 23-F. Por eso estamos estos días inundados por la bibliografía, muchas veces oportunista, en busca de rentabilidades editoriales y de adelantos millonarios a los autores sean éstos documentados o de fortuna. Cunde la asimilación tergiversadora y conviene proceder sin más dilaciones, siguiendo al inolvidable Arturo Soria, a la clarificación sancionadora. Todos se han lanzado a la búsqueda de enigmas subyacentes en el golpe intentado por Tejero y compañías. Ya se sabe que el efecto perspectiva y la distancia geográfica o temporal añade lucidez a la visión del observador pero también tiene interés el relato de los testigos directos. En esa condición me atrevo a ofrecer el mío sobre aquella jornada, aunque sólo mucho después supe que se trataba del 23-F.

Era un lunes y estaba convocado el Pleno del Congreso para la sesión de investidura como presidente del Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo, candidato propuesto por el grupo parlamentario centrista tras la dimisión de Adolfo Suárez, de la que había dado cuenta al país el 29 de enero anterior. La prensa, que venía criticando al presidente Suárez de manera despiadada al menos desde mayo de 1980, se preguntaba atónita el porqué de una dimisión que consideraba inexplicada cuando en realidad lo inexplicable era cómo había tardado tanto en dimitir. Decía Suárez en aquella ocasión ante las cámaras de TVE que no quería ser un obstáculo para la consolidación de la democracia en España, pero esa frase lejos de ser fruto de la depresión era el reflejo de la caracterización con la que le distinguían entonces los analistas de todos los colores.

Todos coincidían en el propósito prioritario de eliminar a Adolfo Suárez. Los socialistas convencidos de que la siguiente contienda electoral les daría la victoria, si acertaban a romper el póster de Suárez; los de la derecha imbuidos de la idea de que había concluido la travesía del mar Rojo y se imponía un cambio para abandonar los equívocos de UCD para situar en el poder a la mayoría natural, que luego descubrirían con sucesivas derrotas ser sólo la minoría irremediable de los privilegios hasta iniciar, pasada una década con el PP refundado, la recuperación del centro; los ultras embravecidos deseosos de tomarse la revancha sobre el traidor. Nunca dudé de que la prensa debía ser inclemente con el poder pero tampoco de que la forma en que se combatía a Suárez, la jaleada operación de acoso y derribo, estaba siendo desestabilizadora para el incipiente sistema democrático.

En la sesión anterior del Pleno, el candidato Calvo-Sotelo había carecido de los votos precisos por no alcanzar la mayoría absoluta y en la nueva convocatoria se precisaba solamente la mayoría relativa para la investidura. Se procedía a la votación nominal, el secretario de la Cámara nombraba uno a uno a los diputados por estricto orden alfabético a partir de la letra que por sorteo resultó ser la primera. La mayoría de los periodistas habían abandonado la tribuna de prensa para ahorrarse un trámite engorroso cuyo resultado estaba cantado de antemano. Y entonces llegó Tejero y mandó parar. Escuchamos algunas voces que nos parecieron el grito de ¡fuego!, ¡fuego!, cedieron las puertas batientes que comunican el hemiciclo con el pasillo central y entraron Tejero y los suyos con uniformes de la guardia civil repitiendo '¡al suelo!, ¡al suelo!'. Y disparando al techo para intimidar. Allí en la tribuna de prensa estaban Julia Navarro y Susana Olmo y Pedro Calvo Hernando y Víctor Márquez Reviriego y algunos otros de la cadena SER y de TVE. Luego con el paso de los años la lista de los presentes se ha hecho interminable. Detrás nuestro un guardia civil con metralleta gritaba a sus compañeros: '¡Subid alguno, que estoy solo!'. Los micrófonos de la radio seguían abiertos y la cámara de televisión permanecía dirigida hacia el centro del hemiciclo hasta que algún tiempo después uno de los guardias propinó un culatazo al visor con tan mala fortuna que desvió su ángulo de enfoque. A toro pasado vienen muy fáciles las explicaciones de que era una chapuza inviable, pero aquello aseguro que podía haber terminado de otras muchas maneras. Continuará.

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