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LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES
Columna
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Inmigración e ideologías

Fernando Vallespín

Uno de los aspectos más atractivos del debate sobre inmigración es que sirve para recordarnos muchas de las características de la nueva política. Para empezar, los flujos migratorios muestran claramente la dificultad de seguir manejándonos con una visión de la sociedad encapsulada sobre sí misma, esa imagen que le era tan cara al Estado-nación tradicional. Sin poder negarse la pervivencia de las fronteras y de la capacidad de acción jerárquica del Estado, aparecen, sin embargo, profundamente condicionadas en su eficacia por esta nueva situación de movilidad demográfica. Y del mismo modo que estamos rompiendo con la imagen de diferentes sociedades cerradas superpuestas, nos aproximamos también a otra que nos desvela un creciente pluralismo interno en todas ellas. En la gestión de este pluralismo y/o multiculturalismo y en el diseño de estrategias de colaboración transnacionales -eso que ya se llama gobernancia global- nos jugamos gran parte de nuestro futuro. ¿Están preparadas las ideologías políticas tradicionales para afrontar este nuevo escenario? Entremos lo más discreta y modestamente posible en este tema inmenso al hilo de la actual discusión sobre la inmigración.

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Como se percibe en el diseño de la Ley de Extranjería, el PP tiene graves dificultades para ser congruente con una posición liberal. Sólo los liberales abogan -dentro de ciertos límites, claro está- por extender también su afán desregulador al campo de la movilidad del trabajo, supeditando cuestiones de soberanía o de identidad a criterios de eficacia económica. Esta visión coincide con los recientes resultados de un informe promovido por el Ministerio del Interior británico, en el que se demuestra que la inmigración ha contribuido a mejorar la economía, a reducir la inflación y a aumentar el crecimiento. Contrariamente a lo que se suele creer, los beneficios que el Estado obtiene de los inmigrantes a través de los impuestos que pagan superan en un 10% a lo que se llevan en forma de prestaciones sociales (Financial Times, 29 de enero de 2001). Es también la posición seguida por lo general por las diferentes administraciones de los Estados Unidos, de tradición mucho más aperturista que la europea a este respecto. Este entusiasmo no es compartido, sin embargo, por otros sectores de la derecha, que sigue presa de la contradicción entre su rama neoliberal, favorable a la apertura de mercados, y la neoconservadora, más atenta al cierre del Estado en el aspecto cultural y a las visiones identitarias nacionalistas. Es de prever que la contradicción se irá agudizando, y las desregulaciones que en algunos aspectos promueve la mundialización se busquen compensar con nuevas regulaciones en otros.

La izquierda se encuentra sujeta a una contradicción similar, solo que de signo contrario: mayor énfasis en el cierre estatalista frente a los flujos financieros internacionales o, cuando menos, búsqueda de un control de éste y otros aspectos de la mundialización económica desde instancias supranacionales, y mayor apertura hacia formas de integración étnica y cultural plural; hacia un modelo de ciudadanía más inclusivo. Si bien creo que éstas son las posiciones básicas en las que va cristalizando la tradicional división izquierda-derecha en el nuevo mundo de la política, no es de excluir que se produzcan distorsiones derivadas del propio juego Gobierno /oposición; por ejemplo, que un Gobierno de izquierdas en el poder se vea presionado por consideraciones de interés nacional o el estado de ánimo de amplios grupos de la población. Pero, sobre todo, que las posiciones ante la inmigración comiencen a constituir una polarización de naturaleza propia: el polo inclusión / exclusión en el demos o comunidad política.

Por decirlo en otros términos, la cuestión de la inmigración nos obliga necesariamente a repensar algo que es clave para la identidad de la política democrática: el mismo concepto de ciudadanía. Y esto no sólo hacia dentro, en el interior de cada Estado, sino en un entorno supranacional donde aquel concepto está siendo también sometido a prueba. Parece evidente que vamos en la dirección de políticas de inmigración comunes para toda la UE. Solamente así conseguiremos racionalizar este caótico proceso. Lo fascinante es que quizá no sea demasiado utópico pensar que en este esfuerzo conseguiremos asentar también una más profunda ciudadanía europea.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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