Esa clase empresarial tan bonita
Habrá quien me preguntará, con más razón que un santo, qué espero de un gremio que siempre ha tenido más cerca del corazón su bolsillo que su alma ¿Ideología?, la de sus intereses, perfectamente trabados los econòmicos con sus fílias políticas. ¿Activismo?, el de estar tan cerquita del poder que uno se confunda con el otro, consiguiendo ese Maquiavelo puro que lleva a mandar más que sus colegas consejeros. Pero, como servidora aún se emociona con la Rosor y ha oído siempre en casa que la burguesía había salvado a la humanidad catalana del fuego eterno, y tiene por ahí un libro que convierte en mito nuestra preclara sociedad civil, pues, perdonen, pero aún estoy por ser ingenua. Hablemos, pues, de ese mito que levantó Liceus y Palaus y que, según dicen, suplió con esfuerzos la falta de poder político, pero que debió hacerlo hace mucho, porque servidora ni lo conoce, ni se lo han presentado en la xocolata de palau. Y eso que, de chocolates, me he zampado unos cuántos.
¿Que nunca me han presentado empresarios? Por supuesto, legiones de ellos, he comido, he cenado, he intercambiado risitas y hasta algún comentario cachondo -¡mira que les divierte encontrar por ahí un pájaro tan raro como servidora!-, pero nunca he conocido al empresariado catalán. Es decir, he tocado rico, pero no he probado mito, de manera que estoy con esa especie de media virginidad que nadie me resuelve. Y a mis años... Vamos a sostener algo provocador: el empresariado catalán no existe, sólo existe un grupito nutrido de opulentos catalanes que mueven la cola por los resortes del poder -de los poderes, que los buenazos no hacen ascos a ningun manjar-, pero que no sirven para nada más que para coger el teléfono, pegar la bronca al consejero díscolo y darle el toque a Pujol si el president no se mueve según lo acordado. Y como en este país cada vez más provinciano, un rico es un rico, pues ya los ven a todos zumbando como locos a ver quién lleva más empresarios a cenar. Por cierto, ¡qué gremio más bien alimentado nuestro gremio empresarial! Pero al margen de conseguir que la política de un gobierno sea la política de sus intereses, y más allá de montar cenitas entre Aznar y Piqué para que se conozcan, se pasen los teléfonos y acaben amándose alocadamente (por cierto, ¿alguien vio nunca a Piqué en una sola asamblea del PSUC?, porque mira que nos da la lata con su pasado comunista, pero ¿estaba?), más allá pues de tener a Pujol bien cogidito por los innombrables y de hacer de maîtresse de Aznar, díganme dónde están, de qué sirven, a qué país sirven...., dicho a lo Sabina: 'quién coño' sabe a qué se dedican.
Perdón. Se dedican a tocar los bemoles en el Círculo del Liceo, a montar pataletas en el Turó Park -que para eso viven Diagonal arriba- y a sacar a pasear sus momificadas bandas mercedarias en las fiestas de la Mercè. Bueno, y algún conciertillo de Mozart también lo montan, que con algo tienen que acompañar los bostezos en la Cámara de Comercio. Quizá hacen algo más, pero eso ya es alto conocimiento, tanto que sólo deben saberlo los Josep Maria Cortés o los Ureta... Mientras, este país de sociedad civil avanzada, y de empresariado catalán sin fronteras, y de iniciativa privada de rango histórico, va provincianizándose a pasos de gigante, pierde los trenes de la competitividad, tiene un aeropuerto de Exin-castillos, sobrevive más que vive su pasado de ferias y congresos, casi no pinta nada en las grandes inversiones suramericanas, se está quedando sin las inversiones de nuevas tecnologías, y si tiene Bolsa la mantiene sólo para que el rey de los purines de la Garrotxa -nuestro bienamado Hortalà- se entretenga un rato.
¿Va a ser Barcelona una capital de provincias? Algunos de los que entienden dicen que con la actual inflexión hacia abajo de nuestra capacidad decisoria -para qué negarlo: cada vez pintamos menos- y con la clara discriminación en materia inversiva que padecemos, se está encendiendo el farolillo rojo de nuestro futuro y que la cosa no es para broma. El último debate del aeropuerto es más que significativo. Pero mi reflexión no se centra tanto en la curva descendente de nuestra competitividad como en la actitud que ante ello toma el ilustre gremio que siempre es mentado cuando se habla de economía. Preguntemos lo impreguntable: ¿dónde están los grandes de la cosa cuando se trata de defender los intereses económicos colectivos? Porque una sabe que estar están cuando hay leyes de por medio que quieren presionar con impúdica desvergüenza. Pero dónde, cuando se trata de hablar de redes viarias que sangran nuestra economía, o de un puerto que está quedándose para el tebeo o de una Fira que se nos ha ido al far west, con polvo incluido, o de un aeropuerto que se ha convertido en un apeadero del que hay en el reino. Dónde, en este magnífico debate sobre el AVE, que, por cierto, desmiente rotundamente esa máxima de mi madre según la cual qui paga mana. Porque, mamá, pagar ya pagamos, pero lo que es mandar...
Los Rosell, los Vilarasau, los Núñez, los Lacalle, los Negre, y sus representantes, opulenta clase catalana que, a lo máximo, basa su extrema catalanidad en pisar bien el catalán -no siempre en casa-, pero que no los busques cuando el país se juega sectores estratégicos. No tenemos clase empresarial catalana. Como mínimo, no la tenemos para que nos sirva de algo más allá de mantener lo suyo en lo suyo, deslocalización de empresas incluido. Ni tienen voz cuando hay que hablar, ni existen cuando hay que estar, haciendo suya la extrema levedad del ser justo cuando necesitaríamos sonoras voces de alarma. Dicen los que tienen memoria que una vez existió un empresariado con vocación catalana. Y ahí están los Liceus que se nos queman y sus momificados círculos. Pero ya no. Lo que hoy hay es mucho rico suelto que cena mucho con mucho político ingenuo, que tiene buena agenda telefónica y que la usa para sus labores. Alguno con vocación de ministerio incluida porque, listos ellos, nuestros ricos prefieren triunfar en la meseta. Al fin y al cabo, ya son más que consejeros teniendo como tienen a los susodichos bebiendo en su manita. Y así vamos quedándonos sin mitos. Quizá hasta será bueno. Porque tanto creer que el empresariado era amigo del pueblo nos había vuelto un poco imbéciles. Ahora ya sabemos que no. Quizá empezamos a ser listos.
Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com
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