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LA CRÓNICA
Columna
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Los espejos del siglo

El libro del año en Girona es un libro sobre el siglo. Se trata de Girona, les imatges del segle, una fabulosa selección de 247 fotografías que consiguen el delicioso milagro de salvar la memoria que esta ciudad guarda del siglo que acabamos de jubilar. La memoria de su evolución urbana e histórica, naturalmente, pero también la de su tejido íntimo: el que se expresa en los ojos, los gestos y los vestidos de las gentes anónimas que celebran fiestas, gritan en las manifestaciones, participan en los entierros, trabajan en las fábricas, suben y bajan las escaleras de la catedral, cruzan una y otra vez los ríos, pasean por la rambla, venden y compran, rezan, se desnudan, celebran bautizos, sufren bombardeos, se solazan en la Devesa, corretean en las deportivas calles y se entusiasman ante todo tipo de líderes: de Alfonso XIII, Macià o la Virgen de Fátima (sí, la misma que se apareció a los pastorcillos portugueses: nos visitó el 10 de junio de 1951) hasta Franco, Juan Carlos o Tarradellas. Las lecciones de historia casan poco con los tópicos que cada momento entroniza: en la catalanísima Girona consiguieron fervoroso pleno líderes de todos los pelajes, españolistas hasta la médula y acebollados catalanistas. Aquí, como en todas partes, el viento de la historia se tiñe de conveniencia y, quizá debido a ello, los anónimos ciudadanos parecen vibrar con mayor intensidad disfrazados de 'manaies' (romanos) en Semana Santa o celebrando los carnavales.

Memoria de una ciudad, en este caso Girona. Ha aparecido un libro que recorre el siglo en 247 imágenes de lo que fue la vida junto al Onyar

El libro, editado con exquisita pulcritud fotográfica por Lunwerg y producido por el formidable y laborioso archivero Joan Boadas, contiene un texto de Joaquim Nadal en el que se funden, a partes iguales, la pasión del niño que en esta ciudad descubrió el mundo y el exhaustivo conocimiento del alcalde que ha liderado la transformación de una ciudad que era levítica, provinciana y gris, y ahora es turística, universitaria y coloreada. Exitoso en ventas, el libro concita en todo aquel que lo hojea curiosos vapores emocionales. Los gerundenses, los de toda la vida y también los que proceden de otras partes, se reconocen en él. Sus páginas forman un largo salón de espejos por el que uno se pasea saludando a los fantasmas entrañables, a los demonios pretéritos y a los ángeles portadores de nostalgia. Ahí está el puente perdido sobre el que atravesaste la infancia, la bombardeada barbería de los abuelos, el rostro imberbe de unos amigos de papá rodeando al hermano marista que años después flagelaría a muchos de tus amigos en la clase de matemáticas. El arcaico tatarabuelo que defendió las murallas contra los franceses está todavía ahí, y también tu anciana vecina: formando en un patio interior junto a otras 20 milicianas con los ojos chispeantes y apetitosos labios en flor. Ahí está la chica que adoraste, ahora ya ceniza, vestida para un baile que no te concedió, y el churumbel que fuiste, jugando entre las barracas del felizmente derribado suburbio de Río, y el obispo que te dio el cachete de la confirmación en la iglesia del Mercadal, a la que sólo regresarás cuando te entierren.

Partiendo de esta primera emoción individual, los lectores encuentran en este libro la oportunidad de trenzar las memorias minúscula y mayúscula. Los recuerdos subjetivos pespuntean los cambios urbanísticos, y los pequeños mitos familiares se agarran como la hiedra a los grandes momentos: Azaña y Macià junto al alcalde Santaló presidieron la demolición de las murallas en virtud de la cual se abrió la avenida en la que se colapsa tu coche en horas punta, la expansión urbanística borró los huertos del bisabuelo, la desaparición de las tartanas se produjo en aquellos años en que tu padre compró el Gordini que un cura de los sesenta bendice en otra foto.

Las gorras, los sombreros de copa y las largas faldas rellenas de enaguas que pueblan las fotos iniciales desaparecen de las fotos más cercanas, como desaparecen de ellas los soldados, las monjas y los osos del tiritero. El siglo empezó recordando la guerra del francés e inaugurando la sede de Correos. Mientras chocaban la modernidad y la tradición llegó la guerra con sus crímenes y puños, y la posguerra, con nuevos crímenes y alzadas manos. Al final, la antigua sede del obispo se ha transformado en museo y el viejo Gobierno Militar en Facultad de Letras. Las barracas de Montjuïc son ahora una urbanización de lujo.

Para ser completamente contadas, las sensacionales fotos de este libro requerirían mucho más que una crónica: una novela. He ahí un libro a la vez completo e incompleto, como deben ser los buenos libros: ofrece una enorme cantidad de información, pero demanda una activísima participación. Contiene todo el siglo, pero es el lector quien, buceando, deberá recomponerlo e interpretarlo.

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