_
_
_
_
Tribuna:BIOLOGÍA | Después del genoma
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El espejo de los genes

Cuando, en junio pasado, acabamos (es un decir) de deletrear la secuencia del genoma humano, todavía ignorábamos el número de genes que contenía. Se barajaba la cifra convencional de 100.000 genes. En una reunión en Massachusetts los expertos apostaron sobre cuántos serían. El abanico de apuestas iba de los 30.000 a los 150.000. Ahora han ganado los que apostaron más bajo. Se ha corrido a toda velocidad para contarlos, sin ahorrar medios ni esfuerzos, pero se ha tardado más de siete meses en obtener una primera estimación provisional y aproximada. Hay dos razones que explican la dificultad de la empresa. Más del 95% del genoma no es codificante, no forma parte de genes, es DNA basura. Por otro lado, cada gen está disperso en la secuencia, interrumpido por continuas interpolaciones basureras. Localizar los genes en la secuencia del genoma es como buscar agujas en un pajar, con la dificultad añadida de que las agujas no están enteras, sino rotas, fragmentadas y dispersas.

Los avances espectaculares de la genómica están poniendo de manifiesto lo mucho que ignoramos y lo poco que sabemos con precisión. Todos los datos son estimaciones y la secuencia del genoma sigue teniendo lagunas. Todavía más en pañales está nuestro conocimiento de las proteínas. Las últimas estimaciones apuntan a unas 250.000 proteínas distintas, codificadas por unos 30.000 genes. Si esto es así, obviamente no puede haber una correspondencia biunívoca entre genes y proteínas. Los biólogos que -como Miguel Beato- han estado subrayando la complejidad de la semántica genómica tenían razón. Parece que los genes pueden leerse de varias maneras, en varias direcciones y posiciones y a diversos niveles. El estudio de las interacciones entre genes y proteínas está en mantillas y promete ser más complicado de lo que se pensaba. Seguro que vamos a pasarnos gran parte del siglo XXI estudiando las funciones de los genes, los mecanismos de su regulación, sus múltiples lecturas, sus interacciones mutuas y con las proteínas que producen, cuándo y cómo y bajo qué condiciones se activan y desactivan. La tarea será titánica, pero al final dispondremos de un espejo de una nitidez maravillosa (o aterradora, para los proclives al tembleque).

El genoma humano analizado por la empresa Celera Genomics proviene de cinco individuos de razas diversas; el secuenciado por el consorcio público internacional procede de doce personas distintas. Esto no es problema, pues todos los seres humanos tenemos un genoma muy parecido. La secuencia genética de dos humanos cualesquiera no emparentados coincide en un 999 por mil de sus pares de bases. Nuestros libros de instrucciones solo se diferencian (¡vive la différence!) en una letra de cada mil, es decir, en unos tres millones de pares de bases. Más interesante será averiguar en qué genes nos diferenciamos, pero eso aún no lo sabemos. Dentro de 20 o 30 años podremos analizar y grabar en un disco DVD toda la información contenida en nuestros genes a un precio razonable. Ese disco será nuestro más fiel espejo. Desde luego, nuestro médico querrá verlo, y quién sabe cuánta gente más. El rubor, la indiscreción y el exhibicionismos hallarán cauces inéditos de expresión.

Celera ha contado los genes del ratón (Mus musculus) al mismo tiempo que los nuestros y ha obtenido aproximadamente el mismo número. Parece que todos los mamíferos tenemos unos 30.000 genes.

Este resultado constituye un mazazo tremendo para el antropocentrismo. Como ha comentado Eric Lander (director científico del consorcio público), 'parece una afrenta a la dignidad humana'. Sin duda lo es para quienes busquen la dignidad humana en su diferencia respecto al resto de los animales, pero no lo es, sino todo lo contrario, para quienes pongan nuestra dignidad en la lucidez insobornable y la serena aceptación de lo que somos (animales y mamíferos típicos). Primero se pensó que nuestra presunta mayor complejidad se notaría en que nuestra secuencia génica sería más larga que la de los otros organismos, pero luego se descubrió que cebollas y tulipanes, por ejemplo, tienen más material genético por célula que nosotros. Se concluyó que eso no importaba, pues la mayor parte del genoma es basura y solo los genes serían relevantes. Por eso se estimó que nuestro genoma tendría 100.000 genes, basándose en el prejuicio de que somos mucho más complejos (digamos, cinco veces más complejos) que el minúsculo gusanito C. elegans, por lo que deberíamos tener al menos cinco veces más genes. Ahora resulta que solo tenemos un tercio más de genes. Quizá nuestros mecanismos de regulación genética sean más complicados. Ya veremos. De todos modos, de lo que sí podemos estar orgullosos es del espejo mismo que estamos construyendo. La exploración del genoma es un monumento a la dignidad humana, que estriba en el conocimiento.

Jesús Mosterín es profesor de investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_