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Tribuna:MUSEO DE LAS CIENCIAS
Tribuna
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Un barracón de feria con pretensiones

El autor, tras una visita sin 'juicios de valor previos', asegura que el fiasco del museo estriba en su falta de originalidad

Aunque no se lo vayan a creer después de leer estas líneas, fui al flamante 'Museu de les Ciències Príncipe Felipe' (me limito a repetir la esquizofrenia lingüística del título que campea en las pancartas que lo anuncian por la ciudad) con la intención de sucumbir a sus encantos y sin ninguna actitud negativa a priori. Mis seis años de voluntario y dorado exilio de esta ciudad me han mantenido lejos de las fases finales de la gestación del empeño y del día a día de las polémicas en la prensa; por lo tanto, no tenía (ni quería tener) juicios de valor previos, condicionados por el politiqueo habitual en estos casos y por la onfálica campaña de promoción que lo presenta como el mejor museo no sé si del mundo o sólo de Europa. Si al salir de allí estaba no sólo decepcionado sino casi deprimido por lo que acababa de ver no era, pues, porque mi actitud fuera decididamente negativa antes de entrar, ni mucho menos.

Sobre el contenedor del museo, nada voy a decir; en todo caso, apuntar que la arquitectura de Calatrava convierte en pretencioso un decepcionante contenido que, de no ser por estar dentro de ese recipiente tan espectacular, quedaría simplemente como uno de esos espectáculos de feria que acostumbraban a visitar la ciudad por Navidades o por Fallas hace unos años y que eran instalados en el sufrido cauce del río Turia. Supongo que se acordarán de aquella cosa de los dinosaurios en plena avalancha de promoción del Jurassic Park de Spielberg. Pues bien, comparado con el engrendro pseudo-fallero de las ballenas que ahora se ofrece en el museo, aquellos saurios de cartón piedra estaban mucho mejor, eran mucho más atractivos para el público, mi hijo aprendió mucho más cuando lo visitó y, dentro del barracón de feria que los contenía, quedaban mucho menos pretenciosos. Además, la entrada costaba mucho más barata y no había salido ni una peseta de nuestros impuestos del dinero invertido en el montaje.

Y eso son las ballenas que si les cuento otras cosas...

El mayor fiasco del museo, sin embargo, no es éste o aquel detalle de feria, barata o cara; incluso se puede afirmar sin problemas que entre la veintena de cosas que se exhiben hay algunas que, aisladas, cumplen con lo que cabría esperar dentro de un museo de la ciencia. El problema crucial no es este o aquel contenido específico, sino la absoluta falta de una idea fresca, coherente y original de lo que se quiere hacer allí dentro. Puede parecer que hay de todo, en principio. Pero ese 'de todo' acaba siendo un batiburrillo informe, sin pies ni cabeza, en donde el único hilo conductor es la falta absoluta de una idea que mínimamente merezca ese nombre y la ausencia de seriedad a la hora de llevar a la práctica un proyecto de lo que debe ser un museo de la ciencia. Y no porque falten ejemplos de donde copiar. Al contario, en los últimos diez o doce años este tipo de museo ha proliferado de tal forma en toda Europa que resulta evidente que el de Valencia, como caso enésimo de 'más de lo mismo', se podía haber limitado a copiar uno de ellos. Pero hasta para copiar hace falta tener una idea de qué es lo que se quiere mostrar. No basta con alquilar o adquirir de saldo lo que la Villette o algún museo inglés exhibió hace tres, cinco, o siete años. Y ahí volvemos a la cuestión básica: lo único que demuestran los responsables del actual museo es que no tienen ni idea.

Resulta especialmente irritante la absoluta falta de una perspectiva crítica y rigurosa de la ciencia y de la tecnología y del significado social que esas actividades han tenido y tienen en nuestro mundo contemporáneo. Los problemas empiezan desde el principio, desde los cimientos: si se quiere hablar de un fenómeno social cualquiera (y la ciencia y la técnica lo son) es imprecindible conocer la historia de dicho fenómeno. Las escasísimas incursiones históricas que se efectúan allí reúnen lo peor del enfoque historiográfico más rancio y caduco: antología de frases célebres, un desfile de grandes figuras de científicos (que, según me han contado, salen de gigantes y cabezudos de zarzuela en algún momento al hall de la cosa), un poquito de Marie Curie para que también salgan chicas, etc. Las falsedades históricas y los tópicos más manidos, desde el eppur' si muove de Galileo a la glorificación de Leonardo como precursor de casi todo, salen por donde menos te lo esperas: no se han dejado ni uno. Quizá eché de menos el supuesto 'que inventen ellos' unamuniano, aunque por lo demás el espíritu jeremíaco del enfoque histórico de la ciencia de estilo españolista les sale por otros lados (impagables las hagiografías de Cajal y Ochoa que se alojan en la planta segunda, con foto del Papa incluida). Por no faltar no faltan ni los errores chuscos: la única (o casi) figura valenciana de científico que se nombra en todo el museo queda convertida en 'Luis Collazo' por obra y gracia de un duende de la imprenta. Y eso que José María López Piñero figura entre los miembros del consejo científico. Un consejo científico que (quiero pensar) se ha limitado a aceptar que pongan su nombre en la lista.

Respeto como el primero la valía profesional de todos ellos, que está fuera de duda. Pero, ¿no hay en la amplia y prestigiosa comunidad universitaria valenciana otras personas también adecuadas para la tarea? El fracaso a la hora de presentar algo más en sintonía con las corrientes actuales de la divulgación científica rigurosa y amena ¿puede deberse en parte a no haber sabido, no haber podido o no haber querido, contar con una participación más comprometida de otros sectores de la comunidad científica y universitaria local? El mundo académico, es cierto, arrastra la fama, merecida en muchos casos, de no saber conectar con un público más amplio; pero el mundo extracadémico que ejerce orgulloso de ello puede acabar ofreciendo un subproducto de consumo idiotizante. Y éste es el resultado.

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La ventaja es que siempre se está a tiempo de cambiar. Y, en este caso, ya que se tiene un contenedor de primera, en vez de llenarlo de envases de ideas recicladas, puede volverse a vaciar e intentarlo de nuevo. Esperemos que así sea, antes de que las abultadas cifras de visitantes anestesien de felicidad a los responsables políticos y científicos de este fallido intento.

José Pardo Tomás es miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

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