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Columna
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Regreso al hotel Hyatt

Andrés Ortega

En el mismo hotel Hyatt de Belgrado en el que en octubre de 1988 el entonces secretario general de la OTAN lanzó una seria advertencia a Milosevic, el pasado jueves Javier Solana, ahora convertido en la cabeza visible de la política exterior de la Unión Europea, llevó un mensaje mucho más esperanzador que revela que se ha pasado una página: la salida para los serbios, ahora en plena transición democrática, es la perspectiva europea. Muchos, desde dentro y, discretamente, desde fuera, han trabajado durante meses para que cayera el régimen, en una historia aún por contar. Tanto ha cambiado la situación, 18 meses después de terminada la campaña bélica, que, según fuentes de Belgrado, los generales serbios estarían ahora dispuestos a contemplar la posibilidad de un acuerdo de asociación para la paz con la OTAN.

Sin embargo, hay algo preocupante en algunos de los actuales dirigentes serbios, como el presidente Kostunica. Siguen negándose a reconocer que la campaña de la OTAN -criticable en algunos de sus medios, mas defendible en sus fines- no ha contribuido a hacer caer el régimen de Milosevic, sino que, al contrario, alargó su vida.

Kostunica y otros siguen sin pedir disculpas no en nombre personal, sino de su país, por el daño que Belgrado ha infligido en la región. Difícilmente se logrará esa paz y reconciliación interna por la que aboga Kostunica si no la acompaña otra externa, en la que los occidentales también deben reflexionar sobre la forma en que actuaron, al convertir en un momento dado, cuando la paz de Dayton para Bosnia, a Milosevic en parte de la solución y no del problema. La falta de compasión de Milosevic ha salido a la luz al saberse que antes de bombardear la televisión serbia, la OTAN avisó al Estado Mayor en Belgrado. Pero el régimen de Milosevic no pasó el mensaje a casi ninguno de los que allí trabajaban.

Milosevic debe ser juzgado y castigado. El actual liderazgo serbio lo entiende perfectamente, y no excluye en un primer momento acusarle de traición, fraude electoral y corrupción. Pero a la vez, el Gobierno democrático que dirige Zoran Djindjic considera que, aunque Milosevic ya no mande, las tramas de poder del anterior régimen están aún vivas y se tardará al menos dos años -¡qué optimismo!- en desmontarlas. El régimen democrático es aún débil, pero paso a paso avanza. Ha accedido a abrir una oficina del Tribunal de La Haya en Belgrado, a contemplar una modificación de la Constitución y las leyes para poder extraditar eventualmente a Milosevic y otros acusados, y no descarta, si les pone la mano encima -y saben dónde están-, enviar pronto a La Haya a los asesinos-en-jefe Radovan Karadzic y Ratko Mladic. El Gobierno democrático sabe que de otro modo la ayuda exterior no fluirá como debe hacia Serbia.

Y es la economía la que más les preocupa. Porque los actuales responsables también temen que si en dos o tres años la economía no se recupera, Serbia podría deshacerse. El temor a un nuevo desmembramiento se centra ahora en Montenegro. Aunque Kostunica se ha mostrado abierto a respetar la eventual voluntad política de los montenegrinos, teme también que si se separan, arrastren en el movimiento a Kosovo, Macedonia y una división de Bosnia, lo cual haría imposible contemplar una estabilidad regional de nuevo cuño.

Europa necesita cerrar esta línea divisoria, la que separa el mundo ortodoxo del cristiano católico y protestante, mucho más profunda que la de la guerra fría o la del islam, aunque algunos americanos crean que lo que se ha roto en Kosovo es el 'arco de crisis' del fundamentalismo islámico que transcurre, según esta visión, de Malasia e Indonesia hasta Gibraltar. En el camino hay un hotel en Belgrado.

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