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José Avello publica su segunda novela 18 años después de la primera

El autor hace del billar una metáfora de la vida

José Avello forma un arquetipo de autor muy raro en estos días de introspección más o menos gratuita, de autores jóvenes con agentes tiburonescos y de edición de novelitas pensadas para superficies gigantes. Atildado, maduro y con un gran dominio de la palabra y el ritmo, Avello (Cangas de Narcea, 1943) dice no tener 'otra ambición que escribir los libros que me gustan', y se considera 'un subcampeón con conciencia de serlo'.

Esa condición, que también reivindica en su novela ('los campeones no me interesan, son siempre patéticos, ridículos, gente alienada por las copas y los trofeos que ganan'), le viene quizá de 1983, cuando quedó finalista del Nadal con La subversión de Beti García. 'Aquello me puso los pies en la tierra. Yo tenía esa ambición literaria de la adolescencia que ya no se pierde. Pero el subcampeonato me reveló que lo que importaba no era publicar, sino la literatura'.

Hoy, Avello es profesor de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes de la Complutense en Madrid. Y sigue enamorado de la literatura. Y del billar, según se ve en esta novela de 633 páginas, que pensó durante ocho años y que comenzó a escribir en 1995.

La historia del inolvidable profesor y motero Álvaro Atienza y sus amigos cuarentones, burgueses y amantes de la sidra y las canciones, transcurre en el Oviedo de los noventa, un lugar 'mitad real, mitad literario, porque, desde Clarín y Pérez de Ayala, la ciudad es las dos cosas'.

A simple vista, Avello mete a esos personajes muy dibujados en una trama cruzada: las intrigas, los pasados y los deseos de esos amigos se citan en el café Mercurio, donde le dan al taco y a las carambolas. 'El billar los reúne de nuevo, les permite volver a la ceremonia de la infancia. Y funciona como una metáfora de la vida: combina la geometría pura, la visión matemática de la realidad, con la geometría de las pasiones. El billar es el lugar de cruce entre las intenciones y la resistencia de la realidad, así que las emociones tienen consecuencias directas sobre el juego. La ambición, la generosidad, el miedo, la racanería, todo eso se transmite al toque de bola, al temple'.

En otro sentido, el billar es para Avello 'también un azar en el que el destino no lo resuelve un deseo. Está trenzado por los otros jugadores, por las otras carambolas'.

Pero no todo es tapete verde y puntería: 'Ninguna de las mujeres de la novela juega al billar, pero ellas tienen las claves fundamentales, son las que al final dan sentido a esas carambolas. Son como la bola roja del billar español: nadie puede tocarla, pero siempre condiciona a las demás'.

Apoyada en tres tiempos distintos (la guerra, los años sesenta-setenta y los feroces noventa), la novela traza un sutil repaso a la mediocridad general de nuestra época y nuestro país. Avello hace asomar el conformismo, la miseria de la mirada actual, 'mediatizada por el mando a distancia'. Explica cómo las imágenes del yo van devorando a los yoes reales, se detiene en las obsesiones modernas, en la especulación... 'El trasfondo ético de los personajes está constituido por el autoengaño frente a una realidad poco soportable. Todos lo hacemos. Y ésa es la parte pesimista'.

Fábula grande

La optimista es, tal vez, que Avello podría haberse limitado a narrar de una forma minimalista la historia de uno de sus personajes, según la moda, pero no lo hizo. 'Me pareció una forma de escurrir el bulto. Y me divertía más una fábula más grande'.

Grande y gorda, a la antigua usanza, Jugadores de billar esconde también numerosas referencias librescas. Avello admite que su novela tiene 'hálito de clásica', acepta como asumidas las influencias de Clarín y Proust, y explica que la novela parece del siglo XIX. 'Pero la distingue que el narrador ya no se esconde. Ahora, nadie se cree que el narrador no esté comprometido en lo que cuenta. Es un personaje más, y poco a poco va descubriendo quién es, revelando su autoengaño, perdiendo su humor, dándose cuenta de que es, si no el perdedor, sí el caballo colocado, el subcampeón'.

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