Peleas entre herederos
El líder de Unió Democràtica, Josep Antoni Duran i Lleida, dio ayer un golpe de efecto al adelantar más de un mes su profetizada dimisión, administrando así su salida del Gobierno de Jordi Pujol. Para la pequeña historia queda que Duran no habrá asistido a ninguna reunión del Gobierno autónomo presidida por su rival Artur Mas, hoy conseller en cap.
El problema es que la redoblada crisis de CiU está fabricada de pequeñas historias. Pujol formó su nuevo Gobierno a finales de 1999 con Mas y Duran como escuderos equivalentes, tras los peores resultados cosechados en veinte años. Catorce meses más tarde, celebrados sendos congresos de los dos partidos coligados y en medio de una desbocada pugna por el poder interno, ungió a Mas como su heredero. Transcurridas apenas dos semanas, se produce la dimisión del líder de Unió. Y aún faltan los augurados ajustes para catapultar a un consejero como candidato municipal y recolocar a algún próximo.
En resumen, Pujol lleva tres gobiernos en menos de año y medio y previsiblemente cuatro dentro de pocas semanas. Las remodelaciones obedecen no a nuevos retos que afrontar, sino a endogámicos líos de familia de la propia formación gubernamental. Queda de manifiesto que CiU no está al servicio del Gobierno de la Generalitat, sino que el formato de éste se ha convertido en un mecanismo para intentar solucionar, sin éxito, los desencuentros de la coalición.
En su comparecencia de despedida, Duran ha alegado que Pujol ha roto el equilibrio pactado en la formación del Ejecutivo de forma 'unilateral y partidista'. Jamás entre las filas pujolistas se oyó públicamente una frase de este tenor contra el patriarca. Con este prólogo, pocas esperanzas pueden albergarse respecto a la próxima refundación de CiU. Si los dioses ciegan a quienes desean perder, lo hacen en este caso a modo. El electorado castiga, sensatamente, a quien exhibe su división interna, porque ¿cómo administrará un dirigente los asuntos de todos cuando fracasa en la gestión de los suyos propios?
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