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Columna
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Morella

Hace algo más de tres décadas se confesaba el escritor y periodista Álvaro Ruibal de esta guisa: 'El concepto de provincia es para mí algo mezquino y caducado, pero la división provincial tiene constancia oficial'. Los adalides del PP castellonense, con Carlos Fabra a la cabeza, no son, objetivamente, de la misma opinión, aunque objetivamente se contemple la realidad desde el ceño adusto y pétreo de Morella.

Morella surgió de la tierra circundante; es cruce de Aragón, Cataluña y el País Valenciano, y tuvo su esplendor al abrigo de un bastión defensivo: el castillo que vigila un suelo duro y seco con masías rezagadas y barrancadas de formidable belleza. Morella era hace unos años decadencia, despoblación y nostalgia en trance de desaparecer. Los últimos diez años la han convertido en historia restaurada y adecentada que atrae a miles de visitantes, porque el recinto amurallado es patrimoniocultural de todos, propios y extraños. Las inversiones y el cuidado en la década de los noventa han abierto en sus habitantes la esperanza en un futuro más generoso y próspero. Y si el turismo cultural funciona, esos habitantes nos garantizarán la conservación de la cultura y la historia.Cumple decir que, en ese cambio, en esas inversiones, en esa gestión llevada a cabo en Morella en los últimos tiempos, ha estado presente siempre la mano diestra, y astuta a un tiempo, del munícipe Ximo Puig. El alcalde Ximo Puig comenzó su carrera política, como quieren los franceses, como concejal de su pueblo y sigue en el mismo.

Puig quizás leyó en sus años mozos a Fuster, y leería que 'de la erosión histórica de Morella era culpable todo el mundo: el general Espartero, el tigre Cabrera, el ejército franquista y los propios indígenas irritados'. Pero se olvidó el pensador de Sueca de otro factor erosivo: la derecha provinciana castellonense, tan electoralista ella, con un Carlos Fabra centralista, medio Cabrera y medio Espartero. Un Fabra, en el caso de Morella, ajeno al municipalismo, es decir, a la tendencia que propugna la primacia de la Administración municipal frente a la central, bien sea de la provincia o del Estado.

Porque resulta que el castillo morellano y sus aledaños no son propiedad municipal, sino propiedad del Ministerio de Hacienda, aunque su uso y gestión lo tuviera hasta ahora el Ayuntamiento. Eso le molesta tanto a la derecha provinciana como la política municipal exitosa de Ximo Puig. Y esa misma derecha, en vez de reclamar el pase de la propiedad del castillo y las murallas del Estado al municipio, solicita para la artificial Diputación decimonónica el uso y gestión del mismo. En fin, una risa centralista y provinciana es esta actuación de la derecha y Carlos Fabra en Morella. Un destartalado asunto con fines electorales y un triple desaguisado.

En primer lugar, y Carlos Fabra debería saberlo, porque Morella es patrimonio de todos, pero lo es en mayor medida de los morellanos por inmediatez. En segundo lugar. porque siempre debe primar la Administración municipal frente a la central, si no se es centralista.Y por último, porque el asunto tiene todos los visos de miseria electoral para hacer mella en el izquierdista y valencianista moderado Ximo Puig. Y a Puig puede la derecha buscarle otros flancos: por el de la gestión municipal muerde la derecha pedernal.

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