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Reportaje:

Bajo el síndrome de Haydn 'abajocat'

El Palau de la Música y la alcaldía de Cullera no claudican en la defensa del secesionismo lingüístico

Ferran Bono

El prestigioso compositor austriaco Franz Joseph Haydn (1732-1809) es muy apreciado por especialistas y melómanos. Fue el gran reformador de las composiciones instrumentales clásicas, como la sinfonía o la sonata. De familia humilde, muy pronto mostró aptitudes para la música y, con el tiempo, para relacionarse con la burguesía y la nobleza para poder realizar su trabajo. Se conocen muchos detalles de su vida, pero hasta hace unos días se desconocía una de sus facetas que le vinculan directamente con Valencia a través del procedimiento de la adjetivación casolana. Es el 'Haydn abajocat'. Lo descubrió el Palau de la Música de Valencia esta misma semana, y así lo publicó en uno de sus programas de mano en la versión supuestamente valenciana. El traductor no encontró otra palabra para definir una supuesta imagen que proyectaba el compositor de necio o bobo, acepciones de uso popular de la palabra bajoca, judía verde, tal y como indican los diccionarios normativos.

Ahora bien, no se ha podido encontrar ningún verbo abajocar, ni adjetivo abajocat, como tampoco aparecen términos como xixantados, tart y mamprengue, entre otros muchos. Y todos ellos sin tildes, claro, porque el traductor del Palau considera que no son necesarias, a excepción, y no siempre, de las palabras agudas acabadas en a, como valencià o mascletà. De modo que el salzburgues, impreso en el mismo programa del Haydn abajocat, bien podría confundirse con el último lanzamiento de Burguer King. No. No puede ser que en el prestigioso Palau de la Música, por donde pasan algunas de las más refinadas batutas del mundo, y punto de encuentro de cultivados melómanos, se hablara de hamburguesas. No tiene sentido. Como tampoco lo tiene el que, de repente, siguiendo inexplicables reglas ortográficas, se cuele una tilde caprichosa, fuera de la a aguda, como en el caso de contentarém.

Pero el sentido lo da Lo Rat Penat, la asociación a la pertenece el traductor del Palau. Sigue las complicadas reglas de la así llamada Real Academia de Cultura Valenciana, el órgano consultivo del secesionismo lingüístico -y al que pertenecen algunos de los candidatos pensados por el PP para la nonata Acadèmia Valenciana de la Llengua-, que continúa siendo recibiendo numerosas subvenciones de las instituciones valencianas, mientras los alumnos de las escuelas e institutos aprenden el valenciano normativo, el que reconocen todas las universidades del mundo. El Palau alimenta esa paradoja. Presidido desde hace nueve años por la concejal ex regionalista ahora del PP, María Irene Beneyto, ofrece unos programas de mano en valenciano que, no por conocidos, dejan de causar vergüenza. Las quejas son frecuentes. Los programas en castellano se agotan; los que están en lo que parece un remedo de una supuesta transcripción fonética del registro popular del valenciano se acumulan para escarnio de todos. Dice a modo de excusa María Irene Beneyto que el valenciano ya estaba, que mientras no haya una academia que marque la normativa seguirá usando el mismo valenciano.

De hecho, el Palau es uno de los últimos reductos institucionales del feroz secesionismo lingüistico. El Ayuntamiento de Valencia, del que depende el auditorio, y la Generalitat utilizan en líneas generales la normativa correcta y extendida. Aunque, María Irene Beneyto tampoco está sola. La consejera de Agricultura, la también ex regionalista ahora en PP Maria Angels Ramon-Llin, aplica la normativa secesionista, si bien con menor frecuencia. Un vínculo lingüístico con ramificaciones familiares, pues Juan Carlos Beneyto, hermano de la presidenta del Palau, es el jefe de gabinete de Ramon-Llin, y el esposo de ésta, Alfredo Pascual, es uno de los subdirectores del auditorio.

No, no están solas. No muy lejos, en el turístico término de Cullera, otro compañero de viaje, el alcalde ex regionalista ahora en el PP, Ernesto Sanjuán, dio la nota recientemente. Con la osadía que da el despecho, devolvió a la Consejería de Justicia, un escrito en valenciano normativo. No le gustaba y obró en concuencia. Pidió que le remitiesen el escrito pero esta vez en 'lengua castellana, o al menos en bilingüe' y apeló al Estatut y a la Llei d'Ús. A excepción del grupo popular, el pleno del Ayuntamiento del Cullera reprobó la conducta el pasado martes. Un pleno, por cierto, muy movidito, porque el grupo Alternativa Progressista desenmascaró una ayuda del Consistorio a la así llamada Real Academia de Cultura Valenciana tras una negociación con uno de sus miembros, el arquitecto Javier Domínguez, que fue relacioando con el caso Naseiro. El alcalde pagó un millón de pesetas a este organismo por la realización del estudio histórico Las edades de Cullera que, casualmente, era una copia de otro estudio elaborado en 1977, Las raíces de Cullera. Eso sí, se había cambiado el orden de los capítulos y añadido una breve introducción.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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