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Barcelona, ahora o nunca

El modelo de ciudad en la era de la información se basa sobre todo en las infraestructuras. Unas infraestructuras que a 20 o 30 años vista son las que acaban organizando las ciudades. Así, el hecho de que haya un tren de alta velocidad incide en que los flujos económicos circulen con mayor o menor rapidez, que haya un aeropuerto intercontinental influye en la decisión que tomen los directivos de las grandes multinacionales para instalar sus sedes, y que haya una red de metro desplegada por todo el territorio metropolitano determinará a medio plazo la distribución del trabajo y la movilidad del individuo. Cito sólo algunos ejemplos, pero podría seguir porque un aeropuerto transnacional puede significar también que el turismo tenga mayor capacidad de abrir nuevos mercados y que éstos se traduzcan en puestos de trabajo de nueva creación. En consecuencia, entiendo que la relación de las infraestructuras con la cotidianidad de las personas es directa y acaba siendo la llave del futuro de un país, de una ciudad o de un estado. De aquí viene el interés de los políticos por las infraestructuras. No es que los políticos podamos decidir, a partir de las infraestructuras, el cambio de paradigma que vivirán las ciudades, sino que el marco político sobre el cual se dibuja la nueva ciudad puede propiciar o interferir un desarrollo económico, cultural y social determinado.

Frente a este planteamiento, veo con preocupación el proceso de concentración de poder que se ha producido en Madrid tras la mayoría absoluta del PP, con un sistema de gobierno más centralista que nunca y con una clara radicalidad hacia la periferia. Con el tiempo esta actitud podría acabar siendo un fuerte antídoto contra el ritmo natural de desarrollo de Barcelona. Por esto pienso que Barcelona se juega ahora su futuro.

Mientras en Madrid se prevé hacer una inversión de un billón de pesetas para construir un nuevo aeropuerto, Barcelona se mantiene en compás de espera para dar la luz verde definitiva a la tercera pista del aeropuerto de El Prat. Mientras las grandes infraestructuras se presentan en Madrid de manera generosa, en Barcelona se nos bloquean inmediatamente operaciones tan importantes como el TAV. A ello deben añadirse todavía la línea 9 del metro y la integración tarifaria. Estos dos aspectos afectan más a la dinámica interna de la ciudad que a los flujos económicos. Teniendo en cuenta que la movilidad irá aumentando a medida que la sociedad de la información avance, volvemos a necesitar la capacidad de planificación a 20 años vista. Hasta ahora tenemos que los kilómetros de metro que se han construido en Madrid son muy superiores a los de Barcelona, con una diferencia de 172 a 81. Desde el año 1995 y hasta 1999 Madrid construyó 38 nuevas estaciones y ha proyectado 34 más. Barcelona está pendiente de una decisión del Gobierno del PP para poder financiar, con fondos europeos, la línea 9 del metro que enlazará Barcelona y la Zona Franca con el aeropuerto, una línea de carácter metropolitano que llegará a cinco municipios y tiene proyectadas 40 estaciones. Una nueva línea que determinará la movilidad de más de dos millones de personas.

En lo referente a la integración tarifaria, Barcelona ha puesto en marcha el billete único que, a grandes rasgos, permite utilizar más transporte público a menos precio. Sin embargo, el nuevo sistema, que tiene por objeto ganar viajeros en transporte colectivo y sumar 55 millones de viajes al año, se implanta con una carencia: la decisión de Renfe de no incorporarse al menos hasta el mes de abril. Y no sólo eso. Renfe ha doblado el precio del billete en las estaciones de cercanías. En Madrid ya hace mucho que todo este sistema integrado funciona, con la totalidad de las estaciones de cercanías de Renfe incorporadas y al mismo precio.

El relato sobre el mapa actual de las infraestructuras podría seguir con las inversiones que ha hecho el Estado en otros ámbitos como la Fira o la cultura. A mi entender, esta situación se debe a la falta de atención política a la que se refería el alcalde en la conferencia que pronunció en el Colegio de Periodistas, pero también al alto grado de incompetencia del Gobierno central y al ataque frontal que provoca Madrid en las relaciones entre las capitales de España y Cataluña.'En Madrid', decía Lluís Companys, 'nos dicen siempre que pedimos dinero, pero el caso es que ni nos dan ni nos facilitan los medios ni la autonomía para obtenerlo. Barcelona (...) tiene un Ayuntamiento que, bien organizado, podría darle un impulso formidable, pero el Estado parece obstinarse en obstaculizar todo lo que significa energía, sustancia y vigor en provecho de la ciudad' (Ayuntamiento de Barcelona, 1917).

Al final, todo esto nos conduce a una situación en la que la estructura centralista de Madrid sólo admite la existencia de una sola gran capital del Estado y tiende a suburbializar las demás ciudades. En el caso de Barcelona, a causa de su potencia y fortaleza, más que suburbializar se intenta fagocitar. Y se fagocita a través de las infraestructuras, el ámbito que condiciona más el futuro de un país.

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Ya he dicho al principio que la relevancia de las infraestructuras es que permiten desarrollar una ciudad socioeconómicamente potente. Para conseguir que las grandes multinacionales decidan ubicar aquí sus sedes, no sólo es necesario que haya las infraestructuras adecuadas, sino también que se tenga un cierto poder político y un buen nivel de preparación de los cuadros profesionales. En infraestructuras, la ventaja de la capital del Estado es contundente. A nivel político, Madrid ejerce de capital del Estado mediante la concentración del poder, pero en perfil profesional Barcelona siempre ha podido competir. Es ahora cuando este último aspecto empieza a cambiar. Por ello, Madrid, ahora sí, puede tomar, a 20 años vista, una distancia irrecuperable sobre Barcelona.

La reacción frente a esta situación tiene que llegar de la mano de la sociedad civil catalana estableciendo un maridaje con las instituciones. Sólo entonces podremos recuperar el pulso de la sensibilidad ciudadana y el talante real del catalanismo político.

Jordi Portabella es tercer teniente de alcalde y presidente del grupo ERC en el Ayuntamiento de Barcelona.

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