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Columna
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Capitalidad

Van a cumplirse 20 años del Estatuto de Andalucía y no estaría de más ponerse a echar cuentas. De entrada, si se miran los artículos 4 y 5 (el papel de las provincias, de las diputaciones, de las comarcas...) se verá qué poco se ha avanzado en eso que se llama vertebración regional. No sólo es que el Estatuto prevea leyes que nunca se hicieron, lo peor es que resulta perceptible cómo han aumentado los localismos durante este tiempo: y eso a pesar de la mejora de las comunicaciones, el incremento de la movilidad de la población y la dinámica globalizadora.

Pero es que el discurso localista resulta rentable: vende periódicos y proporciona votos. El inefable alcalde sevillano se ha arrancado últimamente con la reivindicación de un estatuto de capitalidad, apartándose -no se sabe por qué- de la senda abierta por las siete grandes ciudades españolas que buscan solución a sus problemas específicos.

Tampoco se termina de entender en qué consiste eso del estatuto, ni Monteseirín se ha tomado la molestia de explicarlo. Lo único que se saca en claro del discurso en el Club Siglo XXI en el que lanzó esta reivindicación es que quiere aumentar la concentración de poder en Sevilla, reclamando que para esa ciudad la sede de la hipotética caja de ahorros única andaluza. (El alcalde sevillano lanzó su reivindicación en presencia del presidente de la Junta, lo que daba a entender que contaba con su respaldo, pero Chaves posteriormente se ha desmarcado de ese planteamiento).

Al margen de que no es evidente que sea necesaria ni útil una única sede en los tiempos que corren, Monteseirín no esconde su estrechez de miras al mostrar que le preocupa más la sede que la necesidad urgente que Andalucía tiene de contar con un poderoso instrumento financiero.

El caso de Monteseirín puede ser extremo, pero no único. Los alcaldes tienden a elaborar sus reivindicaciones pensando sólo en sus ciudades, sin tener en cuenta que las más importantes inversiones -desde los transportes públicos hasta los grandes centros culturales, comerciales o de ocio- responden a necesidades que superan el límite municipal.

Y es que pensar exclusivamente en ciudades, cuando la realidad es supramunicipal, no sirve de mucho. Bueno, sirve para acumular exigencias que, si se convierten en realidad, se transforman en lustrosas inauguraciones que van engordando el álbum de fotos a exhibir durante la campaña electoral. En el caso de Sevilla, el álbum es bien grueso y contiene desde el infrautilizado recinto ferial de La Cartuja hasta un fantasmal estadio olímpico que costó 21.000 millones de pesetas. En menos de la mitad -y perdón por señalar- se ha presupuestado la primera fase del metro de Málaga.

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Porque esta es la cuestión: resulta inevitable que salten los agravios, aunque muchas veces se insista en minusvalorarlos, diciendo que son sólo envidiejas de catetos o manejos demagógicos, que también los hay. La concentración de poder y de mimos presupuestarios sólo ayuda a incrementar los localismos periféricos y dificulta la ansiada vertebración regional. Y, además y sobre todo, no es funcional ni propia de estos tiempos. Hasta el franquismo centralista permitía que el poder económico y financiero estuviera en la periferia.

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