Mal de altura
Se equivocan el Gobierno y sus asesores (mediáticos también) si creen que el PP ganó las elecciones de la primavera de 2000 porque había una gran mayoría de ciudadanos deseosos de un vuelco radical en la política española. Tal cosa ocurre sólo en casos excepcionales (como 1982), y si el deseo de vuelco a la derecha no había aparecido en 1996 -cuando estaba justificado por múltiples motivos- con menor razón habría podido hacerlo cuatro años más tarde. Más bien ocurrió lo contrario. Lo que los electores avalaron en 2000 fue una ejecutoria de cuatro años de gobierno que, plataformas digitales al margen, se había caracterizado por el diálogo, las buenas maneras y el pactismo. Fue el miedo a la rigidez ideológica lo que les privó de la mayoría absoluta en 1996 y fue la confianza en que el nuevo centro-derecha lo era realmente (el giro al centro iniciado en el XIII congreso del PP de 1999) lo que desbloqueó el recelo de los electores. Es más, cabe sospechar que, así como en 1996 el pronóstico electoral de mayoría absoluta se volvió como un boomerang, en 2000 fue el pronóstico contrario (¿malicioso y astuto, quizás?) lo que elevó el resultado contra todas las encuestas. En resumen, si obtuvo un excelente resultado fue porque todo hacía prever sensatez y moderación.
Pero las mayorías absolutas parecen tener su propia lógica perversa. La sensación de que todo es posible y de que para eso hemos ganado y tenemos los votos; el bloqueo del dialogo Gobierno-grupo parlamentario, que pasa a ser una simple máquina de votar al dictado de los ministros de turno; la inutilidad de pactar con otras fuerzas políticas que siempre incorporan argumentos y matices, lo que acaba de anular el control del legislativo (y si Montesquieu levantara la cabeza se quejaría más de la falta de vitalidad del legislativo que de la excesiva del judicial); la sumisión natural de las fuerzas sociales, temerosas del poder y que adquieren talantes lacayunos; la repetición triunfal de las propias hazañas por medios de comunicación al servicio de ese mismo Gobierno, que confirma la mentira, anulando la tarea crítica del cuarto poder; el inevitable cesarismo ante el líder, que atenaza incluso a los propios ministros (que se enteran de lo que van a discutir cuando llegan al Consejo de Ministros) y transforma a la Moncloa en una infinita colección de cortesanos deseosos de agradar a su Señor; por no citar la tentación geoestratégica que sienten los presidentes, emocionados de ver el mundo desde las alturas, fascinados por Ormuz y las Cumbres de todo tipo y fácilmente irritables ante las 'cositas' que discuten alocadamente esas pequeñas e ignorantes hormiguitas allá abajo. No son defectos de este Gobierno... sólo. Son lógicas sociales que provocan un tic de arrogancia y frente a las cuales se debe estar prevenido.
Pues el resultado neto es una fuerte tendencia autista que, sin escuchar a nadie (salvo a quienes dicen amén), se cree (sinceramente) cargada de razones. Al Gobierno del PP le llovieron del cielo cuatro años mágicos, que no estropeó (y no es poco). Parece que este invierno le ha salido torcido hasta en la climatología. Y sobre algunos problemas de los que es poco o nada responsable, él mismo está haciendo cuanto puede para enredarlo todo con apresuramiento, arrogancia y vacilaciones constantes, y chapotea de tema en tema salpicando en todas direcciones. En este momento ha conseguido la tarea de disgustar a la justicia en su conjunto, desde el Supremo a la Audiencia, a los funcionarios, a los sindicatos, a los ganaderos, a los emigrantes, a los soldados (me temo que también a los militares), a los científicos, a los andaluces y no sé a cuántos grupos más. Incluso los consejeros del PP se niegan a acudir a las citas que les hace su ministro.
La mayoría absoluta no da la verdad; es sólo un instrumento más para gobernar que en absoluto alivia de la obligación de escuchar y atender. No hay una conspiración universal contra el PP movida por Zapatero que, al parecer, controla las vacas locas, los ecuatorianos en huelga de hambre y la Audiencia Nacional. Eso es sólo la paranoia correspondiente al autismo. Solo Hegel podía creer que si el mundo no se ajusta a mis deseos, peor para él. Al final tendrá que sentarse a negociar y pactar. Cuanto antes, mejor. Incluso para el Gobierno.
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