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La 'Noche larga de los museos' en Berlín convoca a miles de personas

La actividad cultural llenó las calles hasta las dos de la madrugada

Berlín se transformó el sábado por la noche en un solo recinto. Toda producción cultural, pinturas, esculturas, edificios, obras musicales, teatrales y literarias, comidas y bebidas se mezclaron formando un collage urbano diferente al de costumbre. Miles de berlineses y turistas exploraron durante toda una noche la novena Noche larga de los museos, un terreno cultural variado en el que contrastaron lo moderno y lo antiguo.

Los museos berlineses abren dos veces al año hasta las dos de la madrugada, siempre el último sábado de enero y de agosto, con el fin de aumentar su atractivo. En agosto del año 2000 se registraron 230.000 visitantes, en 88 museos y otras instituciones culturales. Esta vez participaron solamente 70 instituciones, pero, según dijo Elke Scheler una de las organizadoras del evento 'eso depende de la estación del año'.

La energía creativa que caracteriza 'la nueva' Berlín se percibe, de noche al menos, dentro de los muros de las instituciones culturales, los cafés, los bares y los clubes, y no en la calle. De día se siente la dinámica, sobre todo en la vida laboral, tanto en el ámbito económico como en el político y cultural. Sin embargo, durante la noche del sábado, la vida palpitó por todas partes y generó un ambiente aventurero fuera de los marcos habituales que determinan el mapa habitual de la ciudad. Una instalación de vídeo en forma de tortuga, una obra de Nam June Paik de 1993, en la Nikolaikirche, la iglesia más antigua de Berlín, fue uno de los focos de mayor atención de la noche.

Durante el recorrido se podían ver también desfiles de moda, danza moderna y jazz en la Gemäldegalerie (Galería de Pinturas), o escuchar un concierto de piano en honor a Giuseppe Verdi en el Museo Friedrichwerdersche Kirche, una iglesia gótica que expone ilustres cabezas prusianas con ocasión del Año Prusiano 2001, que Berlín y Brandeburgo celebran con distintos eventos.

La Embajada de México fue un imán para los exploradores de la noche berlinesa. Entre las paredes exóticas del edificio diseñado por los arquitectos Teodoro González de León y Francisco Serrano, un público internacional escuchaba entusiasmado la melancolía de los mariachis y la música de salón.

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