Peter Mandelson
El ministro de confianza de Tony Blair, diseñador de la Tercera Vía y el Nuevo Laborismo, intrigante y maquiavélico 'príncipe de las tinieblas', dimite tras ser implicado en un nuevo caso de corrupción
Peter Mandelson entró en un fish and chips de Hartlepool y pidió una mousse de aguacate, cuando en realidad se refería a los guisantes descoloridos de lata que acompañan la clásica fritanga británica de pescado con patatas. La anécdota la contó el dirigente laborista Neil Kinnock en 1990, pero podría ocurrir en cualquier momento. Mandelson, estirado, brillante y maquiavélico, de 47 años, ha cultivado la buena vida con tal arte que se hizo insoportable a los tabloides, a la opinión pública y a los laboristas de la calle y el partido. 'Mi proyecto quedará completo cuando el Partido Laborista aprenda a querer a Peter Mandelson', dijo Blair en 1997, poco antes de ganar las elecciones.
BLAIR HA SIDO EL GRAN PRESTIDIGITADOR. PERO LOS TRUCOS ERAN DE MANDELSON
No sólo no ha podido cumplir su deseo, sino que su hombre de confianza, su amigo personal y fontanero de la gigantesca victoria que le colocó en Downing Street hace tres años y medio, le ha dado los mayores disgustos que ha sufrido el primer ministro en el interior de su Gobierno: Mandelson tuvo que dimitir en 1998 por un escándalo de dinero y, tras recibir otra oportunidad como ministro para Irlanda del Norte, ha dimitido esta semana por otro caso de engaño y corrupción. Esta vez parece su fin. Pero también el inicio de una buena serie de interrogantes, no sobre la victoria de Blair en los comicios de mayo, a la que la salida del impopular ministro no puede más que beneficiar, sino sobre el propio entorno del primer ministro y el futuro de su ideología: ¿qué queda hoy de la Tercera Vía, que ya nadie menciona en voz alta en Londres y que fabricó el propio Mandelson? ¿Hacia dónde va el laborismo, que Mandelson remodeló en forma de Nuevo Laborismo? ¿Quién se acercará al oído de Blair para susurrarle un mensaje a favor del euro?
Blair ha sido el gran prestidigitador de la escena británica en los últimos años. Pero los trucos eran de Mandelson. Le dio grandes fórmulas, pero su andadura estuvo quebrada por su carácter altivo y arrogante, su amor al dinero y su talento para la intriga. Era el príncipe de las tinieblas.
Cuando Mandelson se convirtió en ministro para Irlanda del Norte, reabrió el esplendoroso castillo de Hillsborough, residencia oficial de los ministros británicos destinados en Belfast y símbolo, por tanto, de la dominación. Un palacio que su antecesora y tan contrapuesta Mo Mowlam había rehuido durante su fructífero mandato. Pues si Mowlam frecuentó más los pubs y las cárceles del Ulster para hablar de tú a tú con los jefes paramilitares, Mandelson ocupó los fríos salones de Hillsborough junto a su fiel perro labrador y no le tembló el pulso cuando tuvo que suspender los poderes autonómicos de Irlanda del Norte, en febrero de 2000, ante la falta de avances en el desarme del IRA. Fue la crisis más grave del proceso de paz, pero la jugada salió bien y tres meses después, tras un compromiso del IRA, los unionistas volvieron a dar su respaldo al proceso y Mandelson les devolvió los poderes. En aquellos días, raramente hablaba con la prensa, daba una conferencia aquí, otra allá, y volaba rápidamente a Londres para asistir a las intrigas de la capital.
Es ahí donde ha gestado su poder, un poder en la sombra y en silencio que nunca logró vertebrar en apoyos en su partido o en la prensa, sino todo lo contrario.
Tras la muerte del líder laborista John Smith, en 1994, todas las miradas estaban puestas en Gordon Brown, el actual ministro de Finanzas. En aquellos tiempos, Blair y Brown compartían despacho en la Cámara de los Comunes tras su elección como diputados en 1983. Blair era el desconocido, y Brown, la promesa.
Pero al morir John Smith, Blair decidió jugarse todo al liderazgo y contó con un apoyo decisivo: Peter Mandelson, quien desde 1985 dirigía las comunicaciones del Partido Laborista con la consigna de modernizarlo, de viajar desde las posiciones de la izquierda irreductible hacia una moderación más amable para el público. Brown no perdió entonces la amistad con Blair, aunque ésta quedó tocada por la rivalidad inesperada, pero nunca perdonó a Mandelson la traición. Aquella pugna ha seguido hasta la actualidad.
Como hombre de confianza de Blair, Mandelson fue diseñando ese viaje al centrismo que adoptó el nombre de Tercera Vía o Nuevo Laborismo. Realmente, él venía de mucho más lejos: aunque era de familia laborista -su abuelo, Herbert Morrison, fue ministro-, Mandelson abandonó el partido cuando éste dio su apoyo a la intervención de EE UU en Vietnam. Saltó entonces a la Liga de las Juventudes Comunistas, donde militó hasta que consiguió una plaza en St Catherine's College (Oxford).
Después de trabajar en el departamento económico de un congreso sindical y en varios ayuntamientos en los setenta, dio el salto a la televisión en los ochenta como productor y comentarista y, en 1985, asumió la dirección de comunicación del Partido Laborista. Su escaño por Hartlepool lo consiguió en 1990, y tras su dimisión ya ha anunciado esta semana que volverá a luchar por él.
Tras su carrera fulgurante junto a Blair, sin embargo, el Mandelson ministro ha dejado a su paso los dos escándalos que le hicieron dimitir, otro más sofocado sobre su homosexualidad 'no secreta, pero sí privada', como siempre dice, y, sobre todo, una fama bien ganada de intoxicador nato. Es el hombre de las llamadas a los responsables de la prensa para orientarles sobre tal o cual información, el conspirador, el amante de los informes filtrados interesadamente. Al principio, la prensa entró en el juego, pero finalmente optó por denunciar sus malas artes.
Ahora, cuando el polémico Mandelson sale de escena, resurge de nuevo la voz de Kinnock cuando dijo, ya en 1985, que Mandelson 'no es ni la mitad de bueno de lo que él cree ni la mitad de malo de lo que los demás piensan que es'. Blair, por su parte, pierde un aliado. Y, sin duda, gana tranquilidad.
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