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Columna
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Fin del pensamiento único

Desde que apareció en 1971 el Foro de Davos no ha cambiado de propósito: servir de referente a la Internacional del dinero y de escaparate al modelo de sociedad del ultraliberalismo económico. Con los componentes que le conocemos: el imperialismo financiero, la cancelación de toda dimensión pública, la mitificación del comercio internacional, la constitución del empresario en protagonista único de la creación de riqueza, las desregulación de los procesos de producción y distribución , la absoluta mercantilización de la realidad - lo que no existe en el mercado o no es real o es irrelevante-. En su haber se le apunta el notable crecimiento del PIB mundial en las tres últimas décadas, del que EE UU es el principal actor y beneficario; en su debe, hay que anotarle la monstruosa desigualdad que representa que el 12% de la producción mundial posea el 85% de ese PIB, la dramática degradación de las condiciones naturales de nuestro planeta y la, hoy por hoy, irreversible ruptura de la trama solidaria de nuestras sociedad. En los países del norte, la ideología de la seguridad con la sustitución del Estado social por el penal -la conversión de los parados y marginales en reclusos-; en los países del sur, el destino de hambre y sida, que son dos de sus frutos más logrados. Circunstancias que no escapan ni a las 1.080 empresas miembros del Foro ni a sus rectores -Klaus, Schwab y Claude Smadja- que tienen que recurrir a las coartadas retóricas y han tenido que poner la edición de este año bajo la doble advocación de 'impulsar el crecimiento y reducir las desigualdades'. Pero de lo que en verdad se trata, como prueba la agenda de reuniones y temas, es de apuntalar un modelo, hoy amenazado, desde dentro por el parón de la economía norteamericana y desde fuera por la contestación que aumenta.

Contestación que ha obligado a los cerca de 3.000 participantes a encerrarse en hoteles y salones y a renunciar a las delicias del aire puro. Basta con llegar a Davos para darse cuenta. La joya alpina está tomada militar y policialmente por una armada de guardianes más numerosa que la de los protegidos y guardados que nos recuerda los estados de sitio. Contestación que tiene, en estos mismos días, en la capital de Río Grande del Sur, uno de los Estados más prósperos y dinámicos del Brasil, su versión positiva. En Portoalegre acaba de inaugurarse el Foro Social Mundial (FSM) , promovido por su municipio con la legitimación que le dan el éxito de una gestión urbana innovadora y participativa y el triunfo en dos elecciones por amplia mayoría. A esta convocatoria se han asociado numerosos movimientos ciudadanos y organizaciones sindicales e informativas, entre ellos Le Monde Diplomatique. Lo que pretende el FSM es poner fina al pensamiento único y a la dominación del modelo mundial de las multinacionales sustituyéndolo por un proyecto creíble de progreso global y solidario. Proyecto que necesita estructurar sus fuerzas y apoyarse en experiencias y propuestas concretas y efectivas. En Portoalegre se pretenden crear dos tipos de redes asociativas: geográficas y temáticas. Las prioridades para estas últimas están comenzando a discutirse y se agrupan en: 1) Inventario de las principales experiencias alternativas que han tenido éxito; 2) Acciones para anular la deuda de los países del sur; 3) Propuestas de reforma de las instituciones financieras internacionales; 4) Nuevas reglas para el comercio internacional; 5) mecanismos para controlar la especulación financiera internacional. El Foro tiene vocación de permanencia y ha fijado en 10 años el horizonte de su primer balance. Su objetivo es recuperar una democracia real que concilie la política institucional con la participación popular y la acción local y nacional con los procesos globales. Una gran y difícil ambición. Pero hoy Portoalegre es una hermosa ambición y una estimulante fiesta.

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