Identidades compartidas
El autor aboga por recuperar el entendimiento entre nacionalistas y no nacionalistas que durante décadas ha propiciado la prosperidad en Euskadi.
No es ningún secreto que la actual situación de crispación política en el País Vasco amenaza con eliminar todos aquellos vínculos que durante largos años han servido como nexo de entendimiento para el conjunto de la sociedad vasca, al margen de posicionamientos partidistas e ideologías particulares. Hasta hace bien poco, la permanente desvertebración vasca no había impedido ni el consenso de los vascos en torno a un proyecto de vida en común, ni la armonía de identidades compartidas. Sin embargo, en los últimos años se ha hecho evidente el riesgo de una fractura que amenaza con socavar nuestro marco de convivencia democrática. Obviamente, hay que imputar a ETA y a sus tentáculos políticos y sociales la principal responsabilidad y autoría de un clima de violencia generalizada, y también la manifiesta vulneración de los más indispensables principios que caracterizan a cualquier sociedad civilizada. En ese sentido, la crueldad de los asesinatos, el perverso aliento a la violencia callejera, la cínica respuesta que se esgrime para justificar el amedrantamiento de los ciudadanos y la inmoral pasividad que se sostiene ante todo lo anterior, califica al amplio mundo de ETA como un peligro totalitario ante el que los partidos democráticos hace ya tiempo que deberían haber reaccionado con una sola voz y una única respuesta.
De ahí que el actual desencuentro entre las fuerzas democráticas vascas -motivado esencialmente por intereses electorales en el corto y medio plazo- sirva como eficiente instrumento para los fines de ETA, con la consiguiente generación de inestabilidad, inseguridad e incertidumbre entre la ciudadanía.
Así pues, en una época en la que muchas de las incertidumbres económicas que laceraron el País Vasco a mediados de los años 70 parecen despejadas, surgen de forma paralela y paradójica numerosas interrogantes sobre el futuro social y político de un País Vasco ya hastiado por tanta sinrazón violenta. Y ante ello, no es fácil la respuesta de una sociedad civil que sólo existe como definición conceptual en la conciencia de los partidos políticos, pero no como expresión uniforme, libre e independiente de un amplio conjunto de esa ciudadanía que no desea la fractura y la división, sino más bien la continuación de una larga y enriquecedora tradición de identidades compartidas. Habrá, por ello, que dar satisfacción a ese anhelo de paz y seguridad desde la firmeza del Estado de Derecho y desde la legitimidad de las instituciones democráticas, pero también desde una profunda reflexión de los partidos democráticos que propicie un básico consenso sobre valores éticos. Con ello se impedirían tanto la tentación de aprovechar electoralmente la actual situación, como la eventual legitimación de conductas que alientan y fomentan la violencia.
Al mismo tiempo, y aunque sea desde esa incomprendida pero necesaria sociedad civil, se hace indispensable que nacionalistas y no nacionalistas contribuyamos a restaurar los cauces y los puentes de entendimiento y tolerancia que durante muchas décadas han cimentado nuestra convivencia y, por qué no decirlo, nuestra prosperidad. Es el caso, por ejemplo, de un Estatuto de Gernika que, se diga lo que se diga, no puede ser ni deficientemente desarrollado ni perniciosamente arrumbado ante dudosos proyectos políticos, puesto que hoy por hoy no existe otro marco jurídico que concite la misma adhesión de los vascos o que sirva como lugar de encuentro para tan plural sociedad. Otro tanto se puede decir del Concierto Económico, que es una de las piezas esenciales del Estatuto y del autogobierno vasco, además de un fiel reflejo del encaje jurídico-político de los Territorios Forales en el conjunto del Estado. De tal forma, y ante una próxima renegociación que debería sustraerse al enfrentamiento partidista y a la confrontación electoral, no sería entendible un menoscabo del Concierto, ya que ello pondría en entredicho conceptos que, como el Estatuto y el Autogobierno, implican tanto el necesario sustento de una armónica relación entre el País Vasco y el conjunto del Estado, como sobre todo un elemento común para todos los vascos, más allá de sus posicionamientos ideológicos.
Desde esta perspectiva, debe entenderse que el Concierto Económico no es un privilegio fiscal, sino un sistema tributario singular con eficiencia ya suficientemente contrastada. Por eso mismo, aun reconociendo las lógicas limitaciones que se le plantean en el ámbito de la armonización fiscal europea, hay que propiciar su renovación en un clima de respeto a la capacidad autónoma de los vascos en materia fiscal y, en racional reciprocidad, con un espíritu de solidaridad, coordinación y colaboración con el sistema fiscal del Estado.
Se trata, en fin, de centrarnos en todo aquello que nos ha unido y nos une, para que desde un consenso básico podamos superar los grandes retos de nuestro futuro y, sobre todo, la amenaza anacrónica de un grupo violento y totalitario que pretende aniquilar los fundamentos de nuestra convivencia pacífica y democrática.
Alfonso Basagoiti es presidente del Círculo de Empresarios Vascos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.