Simplemente sucesores
En el consejo nacional de Convergència celebrado el domingo pasado, Pujol dio una consigna: 'Vencer a Maragall'. Antes, sin embargo, se había despachado con Duran en un alarde de maquiavélica inteligencia táctica y estratégica. En un plis-plas, de una sola tacada, puso en ridículo a Duran ante los suyos, al decir, nada ingenuamente, que el nombramiento de Artur Mas ya se lo había comunicado el 1 de diciembre, antes del congreso de Unió. Al revelar este secreto, Pujol mostró públicamente cómo el ingenuo Duran ha sido más fiel a él que a su partido y que, además, las actuales quejas del líder de Unió no son sinceras dado que conocía de antemano el desenlace de la pugna sucesoria. Pero ante el consejo nacional del domingo, éste era para Pujol un problema ya superado y el mensaje que le interesaba era otro: 'Vencer a Maragall'.
Ciertamente, Maragall se enfrenta con una nueva situación que le obliga a cambiar de estrategia. ¿Cuál es esta nueva situación y cuál es su estrategia?
La nueva situación es, sencillamente, que el pospujolismo ha comenzado y tiene nombre y apellido: Artur Mas. Un líder joven, nuevo, que no pertenece a la generación que hizo la transición, la generación de Pujol y Maragall. Un líder moderado y centrista que debe darse a conocer, junto a un conseller de Economía que tiene por misión recuperar el feeling de Convergència con la mesocracia de empresarios y profesionales que, en los últimos años, tendían a inclinarse hacia el PP y hacia Maragall. No se trata, por tanto, de que el giro que Pujol da a su partido esté, simplemente, basado en un nuevo líder sino también, y muy especialmente, en un nuevo rumbo político. Se trata de hacer visible una opción distinta a la de los últimos años, de alejarse de la exaltada Convergència de la Declaración de Barcelona, con la foto de Pere Esteve junto a Arzalluz y Beiras. Ha llegado el momento de rectificar errores, por supuesto sin decirlo, e iniciar una nueva etapa.
Y precisamente, toda la táctica del Maragall de los últimos años se ha orientado, casi únicamente, a aprovechar los resquicios que facilitaban estos errores de Pujol. El discurso de Maragall ha consistido en decir lo siguiente: 'Pujol ha sido un buen presidente y gracias a él Cataluña tiene un alto grado de autogobierno. Sin embargo, sus ideas se han agotado y en este momento ya es un político viejo y cansado, que ha prescindido de sus mejores colaboradores y está rodeado de jóvenes inexpertos y extremistas. Es necesario un recambio, nuevos proyectos y energías, moderación y centrismo. Me avala la transformación de la Barcelona olímpica: yo soy, en estos momentos, el único posible sucesor de Pujol'.
Con este discurso, Maragall no ha buscado a nuevos votantes: ha intentado, simplemente, que parte de los votantes convergentes menos entusiastas se cambiaran de bando o se abstuvieran. Para ello ha disputado el voto a Pujol en su mismo terreno: en el terreno del nacionalismo moderado, de las capas medias catalanas de toda la vida, de los que entienden el significado simbólico de palabras como noucentisme, la feina ben feta, Ladislao Kubala o La vaca cega.
Pero hay una Cataluña a la que no se dirigen los partidos catalanes. Es la Cataluña de los que llegaron aquí cuando la feina se hacía molt mal feta, los que han crecido en barrios y ciudades nada noucentistes ni menos aún modernistes, los que tienen como ídolo a Cruyff pero ignoran quién es Kubala, los que saben que Maragall fue un alcalde de Barcelona pero no el nieto de un poeta y que el problema de las vacas no es que estén ciegas sino que están boges. Es la Cataluña de los que tienen una nueva cultura, no la oficial de antes de la guerra y que para algunos es la única cultura catalana posible. A todos éstos no se dirige Maragall y a todos éstos nunca se ha dirigido ningún candidato a presidente de la Generalitat del PSC, y así les ha ido. En el terreno que han escogido los socialistas catalanes para disputar las elecciones autonómicas siempre les ganará Pujol.
Esta otra Cataluña está esperando un candidato y un partido que les digan que no tienen que renunciar a nada para ser catalanes con plenos derechos, que no deben cambiar su manera de ser, que cualquier ciudadano, por el mero hecho de serlo, ya está suficientemente integrado, sea como sea, haga lo que haga, piense lo que piense y hable en el idioma que hable. Pero este candidato no aparece y por ello estos ciudadanos no acuden a votar cuando las elecciones son autonómicas. Vean si no los resultados electorales de las ciudades ni noucentistes ni modernistes del entorno de Barcelona, de ciertos barrios de Vic, Manlleu, Manresa, Vendrell, Figueres, Reus, Tarragona, Girona o Lleida. Vean y comparen con los resultados de las elecciones generales. No hay que ser un especialista en abstencionismo electoral para comprender que, sociológica y culturalmente hablando, hay dos Cataluñas, una con muchas voces y otra con casi ninguna.
Es posible que Convergència no tenga tiempo, ni fuerzas, ni capacidad, para remontar el vuelo. Pero lo está intentando y, en todo caso, parece haber comprendido el mensaje que le han enviado sus antiguos votantes en las últimas elecciones. Ha visto las orejas al lobo y saca consecuencias. Por el contrario, en los socialistas todo es autocomplacencia, falsas seguridades y, en el fondo, miedoso conservadurismo: quien se mueva no saldrá en la foto. Apuestan por ser, simplemente, los sucesores de Pujol, no una alternativa al pujolismo.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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