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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cierre en falso

Con el encumbramiento de Artur Mas como delfín, Jordi Pujol ha dado un hábil golpe de mano que para sí hubieran deseado o desearían otros pesos pesados de la política, de Helmut Kohl a José María Aznar, pasando por Felipe González: la autosucesión controlada, inter vivos y a gusto del designador. No es poca cosa en un líder carismático la consciencia del propio declive electoral y la consiguiente renuncia a intentar perpetuarse en el primer escaparate del poder.

Más allá de esta habilidad del veterano líder, la operación exhibe flecos democráticamente dudosos. La sucesión se realiza sin explicaciones políticas; sin someterla al Parlamento autónomo en forma de moción de confianza, como reclama la oposición encabezada por Pasqual Maragall, y contradiciendo la negativa histórica de Convergència i Unió (CiU) a la figura del conseller en cap.

Todo indica, por el contrario, que Pujol ha utilizado las instituciones para resolver un problema de su coalición -quién la mandará-, un problema de su partido -quién lo dirigirá- y un problema personal: qué papel se reserva y con qué apoyo lo desempeñará.

Esta crisis no se ha cerrado en falso porque sea difícil imaginar una Cataluña dirigida por un político del leve peso que de momento acredita Mas. O porque resulte aún menos imaginable la prejubilación de un formidable dinosaurio -renqueante- como Pujol. Se ha cerrado en falso porque no ha logrado la menor benevolencia (no se pida entusiasmo en los repartos de herencias) del segundo partido de la coalición, la Unió de Josep Antoni Duran Lleida.

Las críticas convergentes según las que este partido democristiano asociado ha vivido parasitariamente a sus espaldas tienen sentido. Pero también es evidente que, jubilada la plana mayor histórica del pujolismo -los Roca, Alavedra y otros-, Unió cuenta con personajes de mayor calado que sus colegas de Convergència ungidos por obra y gracia de la sintonía generacional con el entorno filial del presidente saliente.Ése es el problema interno, que ni los gestos conciliadores ni el aplazamiento de la dimisión de Duran resuelven. Aunque el extraordinario malabarismo equilibrista de Pujol lo aplace designando a un tecnócrata soberanista como sucesor y a un moderado roquista bien acogido en ámbitos empresariales, el ex diputado Francesc Homs, como su hombre fuerte. La crisis se ha cerrado en falso, y por eso no está cerrada.

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