Dimisión y realidad
'Antes morir que dimitir', decía un dístico acuñado en tiempos en este país: el 'genio hispánico', que se decía. Quizá no exista el carácter nacional (Caro Baroja, otros antropólogos); o existe, en la misma manera que en el humano, una formación acumulada y variable, adaptable, transitoria, pero con una rara constancia en su base. Franco vivió, a su pesar, ese hecho: la República y toda la inteligencia que fue entrando durante el siglo a partir del beneficioso Desastre y de las guerras de África, trasparentó durante sus primeros años. Aún quedaban personas, libros, músicas, obras que la transportaban y la filtraban. Su trabajo de imbecilizar al país -hacerlo a su imagen y semejanza, como habían hecho con Dios- fue lento y difícil. Pero el tiempo fue largo y su gran obra de propaganda de la estupidez, la desinformación, la ignorancia, la lejanía del pensamiento, quedó tras su muerte y vivió por encima de Adolfo, Felipe, José María (ah, y Calvo Sotelo: pero éste estaba en la línea hereditaria, en la línea de los transmisores tácitos del franquismo).
Ha quedado la obsesión por no dimitir; ha quedado la de la gente de pedir dimisiones, con la dudosa ventaja de que ahora se pueden pedir en público, sin que tengan la menor efectividad: un rasgo neodemócrata. Yo voy creyendo que es justo: la línea de dimisiones no tiene sentido. Un ministro es un irresponsable: sigue a su jefe, y a su vez es seguido por sus nombrados o impuestos. Ahora hay un montón de ministros y adjuntos reclamados por la dimisión: los ministros de vacas, inmigrantes, uranio, justicia. Quizá por este orden, y olvidándome de algunos. Pero ¿es que habría otros mejores? ¿Se podrían sustituir porque se encargaran de unas situaciones ridículas y mentirosas? Ah, no son ridículas: son graves, pero se hacen ridículas al toque oficial. A las palabras. A los calditos, a las soluciones de que los emigrantes vayan a sus países de origen para volver aquí legalmente, a los dogmas sobre el uranio pobre.
El hombre de más talento del país, el premio Nobel (suponiendo que sea el de más talento) como ministro, presidente del Gobierno, rey, diría tonterías profesionales, porque las produce. Sin embargo, a pesar del entontecimiento progresivo de esta gran nación desde la Reconquista, la gente, el llamado pueblo, reconoce la realidad y el ridículo. Puede que la desatención en la escuela les haya salvado. Lo que no ha advertido es que la dimisión es inútil. Es un problema de sistema.
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