_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fuera Linda

Con la misma frialdad y distancia que le han caracterizado durante la campaña electoral y la posterior lucha por el recuento de votos en Florida, George W. Bush ha superado su primer traspiés político, ocurrido incluso antes de entrar en la Casa Blanca, con la renuncia de su candidata a ministra de Trabajo, Linda Chavez. Simplemente ha mirado hacia otro lado. Chavez no es una gran pérdida para su equipo. Era una de las figuras más discutidas de su Gabinete, una hispana que no habla español y que mantiene posiciones extremadamente conservadoras. Su renuncia a optar al cargo se ha precipitado al desvelarse que a principios de los años noventa albergó, y más que probablemente empleó, en su casa, como asistenta durante dos años, a una inmigrante ilegal guatemalteca, lo que la incapacita para un cargo al que corresponde defender las leyes del trabajo en EE UU. Algo similar le ocurrió ya en 1993 a Clinton cuando propuso a Zoe Baird para el cargo de fiscal general.

La vida política de Chavez, cuyo nombre caerá muy pronto en la sima del olvido, ha acabado en las redes del peculiar sistema de confirmaciones de nombramientos en el Senado, con el FBI colaborando en la investigación minuciosa de los seleccionados y la prensa aireando informaciones sobre el pasado de quienes el presidente quiere llevar a su Gabinete. Las espadas están en alto para la confirmación como fiscal general del archiconservador John Ashcroft, ex senador que encabezó en 1997 el veto republicano al nombramiento de Ronnie White, negro, como juez federal. Sin embargo, para vetar a Ashcroft o a Gale Norton para la cartera de Interior será necesario algo más que una oposición puramente ideológica o política. Un Senado dividido en dos mitades examina con lupa todas sus declaraciones pasadas para intentar buscar alguna incompatibilidad con los cargos para los que Bush les ha designado.

El caso de Chavez, que se ha quejado de la 'política de destrucción personal', argumento que empleó Clinton en el caso Lewinsky, ha puesto de relieve que no va a resultar nada fácil la convivencia entre el próximo presidente republicano y los demócratas, minoritarios en la Cámara de Representantes, pero en igualdad de condiciones en el Senado hasta que entre el nuevo vicepresidente, que encabezará la Cámara alta con un voto de calidad. Bush insiste en una política de Estado que aúne a ambos partidos. Pero, bajo esta bandera, lo que puede intentar es dividir a la oposición y atraer hacia su causa a los políticos más conservadores del Partido Demócrata.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_