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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Síndrome de la OTAN

Ante el llamado síndrome de los Balcanes, la OTAN puede verse aquejada por su enfermedad habitual: el hermetismo. Pero la mejor medicina contra el alarmismo es la transparencia y la información. Hoy, en la reunión ministerial del Consejo Atlántico que servirá de despedida a Madeleine Albright, la OTAN tiene la ocasión de clarificar la situación, aunar criterios y encargar un estudio exhaustivo sobre la materia. Gobiernos e instituciones, incluida la propia UE -que, en vez de colaborar, parece competir con la OTAN-, dan la sensación de que la cuestión les ha pillado con el pie cambiado. La polifonía de ministros y militares en diversas capitales contribuye a la confusión.

Los casos de leucemia y otras enfermedades detectadas en soldados que han estado en Bosnia y Kosovo no permiten concluir apresuradamente que hay un síndrome de los Balcanes ni que éste se deba al uso de munición con uranio empobrecido. Pero ahora se ha documentado que EE UU y la propia OTAN advirtieron a los ministerios de Defensa aliados en julio de 1999 -un mes después de concluida la guerra de Kosovo- de los posibles problemas de salud para los soldados derivados del uso de ese tipo de munición y las precauciones a tomar. Para el primer ministro portugués, 'ha llegado el momento de no confiar sólo en las informaciones de la OTAN'. Su credibilidad, en la que aparecen fisuras, está en juego. Restablecerla es importante con vistas a posibles futuras acciones militares de paz o de gestión de crisis.

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La carrera por realizar chequeos al personal que ha pasado por los Balcanes se ha acelerado. Ayer, el Reino Unido, cuyo Gobierno prefería mirar para otro lado, cambió de posición y anunció que los realizará a veteranos británicos que han servido en la zona. En el caso español, Defensa está realizando una analítica generalizada a los 32.000 soldados y 500 guardias civiles que han estado allí. Pero las cifras de supuestos afectados que aportan el ministerio y la Oficina del Defensor del Soldado son demasiado dispares para tranquilizar. Defensa parece moverse a remolque de terceros, y mientras otras capitales piden información fidedigna a la OTAN, aquí ni siquiera existen dudas razonables.

La preocupación sanitaria por los efectos colaterales, a corto y largo plazo, de los bombardeos con uranio empobrecido -en el Golfo, en 1991; en Bosnia y en Kosovo, posteriormente- no puede limitarse a los soldados o a los cooperantes y periodistas propios. Es vergonzosa la manera en que los países que han bombardeado y que tienen tropas allí destinadas se han olvidado de los posibles efectos sobre las poblaciones locales. La Organización Mundial de la Salud (OMS) está moralmente obligada a enviar misiones de estudio a Irak y Kuwait para comprobar si, como mantiene Bagdad, los casos de cáncer se han multiplicado, y en su caso tomar las medidas adecuadas, allí y en los Balcanes. ¿No fueron intervenciones humanitarias?

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