La guerra sucia en Argelia
Las matanzas perpetradas en Argelia en las últimas semanas han sacado a la opinión internacional del desinterés en el que había caído desde hace tiempo por este país, donde, sin embargo, la violencia y la degradación de la situación política, económica y social no han dejado en ningún momento de acrecentarse desde el golpe de Estado de enero de 1992.
Muchos son los signos que parecen indicar que el nuevo ciclo de matanzas de civiles (más de 300 personas) desencadenado este mes en el centro-oeste de Argelia es el indicio de un nuevo periodo de luchas intestinas en la cúpula del Estado. La lógica implacable del funcionamiento del sistema político argelino muestra que la conjugación entre masacres y ofensiva contra el presidente es el signo de que se prepara el cese de éste. Como le ocurriera a Liamin Zeroual entre 1997 y 1998, a Abdelaziz Buteflika le empiezan a ir las cosas mal a tenor de los ataques virulentos lanzados contra él por algunas personalidades políticas que gravitan en los círculos político-militares y por la prensa privada (y en su mayoría enfeudada a los grupos de poder). En Argelia, esta situación suele ser el escenario que mina al jefe del Estado y prepara su final político. Bien entendido quede que, por supuesto, el enfrentamiento en ningún momento es porque una de las partes ponga en duda la lógica del poder argelino y su fundamento clánico. Es sólo una lucha intestina cuando el sector más poderoso considera que se ponen en peligro sus privilegios, las fuentes de su inmensa fortuna y las modalidades de gestión de la guerra.
¿Qué papel desempeñan las matanzas y por qué quienes en 1999 encumbraron a Buteflika como presidente (a través de unas elecciones fraudulentas) hoy día podrían estar interesados en sustituirle?
A pesar de la ceguera (voluntaria en la mayor parte de los casos) entre los actores de la comunidad internacional con respecto a los principales responsables de la violencia en Argelia (cómodamente instalados en la simplista interpretación de un régimen militar agredido por unos integristas primarios sedientos de sangre), la perseverancia de algunos y su valentía para romper el muro de silencio y la falsa interpretación de los hechos han ido progresivamente denunciando y constatando la implicación de sectores militares en las violencias y las masacres.
Diversos testimonios y análisis han introducido desde hace tiempo esta posibilidad que, lejos de situar a Argelia en una especie de caso único en el mundo donde nada se investiga ni explica porque todo se tapa bajo la actuación de los 'locos de Allah', más bien la situaría en un escenario similar al de las matanzas de campesinos en El Salvador y Guatemala, o Rodesia en los años setenta. En este sentido, completamente abrumador e impactante ha sido el testimonio e investigación de Nesroulah Yous, superviviente de una de las más brutales matanzas de 1997, publicados en el libro Qui a tué à Bentalha? en la editorial parisina La Découverte (y que alguna editorial española debería traducir). Este libro, que ha caído como una bomba en Argel, siendo inmediatamente prohibido, confirma por primera vez de una manera precisa y detallada la implicación directa del Ejército en la preparación y desarrollo de la matanza por parte de una especie de escuadrones de la muerte disfrazados de islamistas. Y es que, en efecto, ofrece respuestas a preguntas que se planteaban desde hace tiempo, como por qué el régimen argelino no ha detenido con vida ni juzgado nunca a ninguno de los asaltantes de las matanzas o a alguno de los miembros del GIA, o por qué se ha prohibido a los periodistas entrevistar a los supervivientes, o por qué se han podido proteger sin fisuras las enormes regiones petroleras y gasísticas del país mientras que el régimen se muestra impotente para proteger a la población civil, por qué las masacres se han perpetrado contra población seguidora del FIS o cómo explicar la inacción de los militares en los cuarteles muy próximos a los lugares donde se cometieron las matanzas. O, lo que es muy importante, por qué rechazar virulentamente cualquier investigación independiente sobre los hechos si no sería más que para desacreditar aún más a los enemigos políticos del régimen, si realmente fueron los islamistas los autores de las matanzas, tal y como aseguran las versiones oficiales y sus adláteres políticos 'erradicadores'.
Todo esto también viene a profundizar en la cada vez más extendida idea de que la instrumentalización del GIA ha sido determinante en esta guerra sucia, que parece ha dominado la realidad del conflicto argelino. El Ejército Islámico de Salvación (EIS) se constituyó como rama armada del FIS (partido que iba a ganar las elecciones en enero de 1992 y contra las que se dio el golpe de Estado), manteniendo una estrategia dirigida a objetivos militares (siempre ha condenado las matanzas y asesinatos contra civiles y extranjeros firmados por el GIA). Después del golpe, los Grupos Islámicos Armados (GIA) aparecieron como una constelación de grupúsculos informales de composición muy variada. Muchos hechos indican que la seguridad militar desde ese año se dedicará también a crear una 'contra-guerrilla' que, tanto simulando ser islamistas como filtrando y utilizando parte de esos grupos islámicos armados, convertirán las siglas del GIA en el instrumento y firma de sus 'operaciones especiales'. ¿Con qué objetivos?: que el FIS y el EIS no puedan implantarse en el Gran Argel a pesar de ser una región de base social favorable a éstos; capitalizar la violencia para trastornar a la sociedad y desconectar a los verdaderos grupos islámicos de los civiles que los apoyan; transmitir a la población argelina que no le queda más opción que plegarse al sistema o enfrentarse a un terror ciego, y mostrar a la comunidad internacional que la 'barbarie islamista' es capaz de todos los horrores y que, por tanto, más vale que apoyen a un régimen totalitario como 'mal menor'. En 1997, dichas matanzas tuvieron también el mensaje añadido al entonces presidente de la república, Liamin Zeroual, de que no le correspondía a él reorganizar el espacio político negociando por su cuenta con los líderes del FIS, y a éstos y a los responsables del EIS, que no les quedaba más remedio que aceptar una tregua bajo sus condiciones si querían que frenase la violencia contra sus partidarios. Tregua que el EIS firmó con el Ejército a finales de 1997.
En la actualidad se observa, por un lado, una reconstitución de la guerrilla islamista (que sólo dirige sus ataques contra objetivos militares), consecuencia probablemente de la radical intransigencia del poder militar para aceptar una vía de diálogo político (el brutal asesinato en 1999 de Abdelkader Hachani, número tres del FIS, fue una prueba contundente), y por otro, signos claros de reajuste interno a través de la presión contra Buteflika. En consecuencia, ¿la guerra sucia se pone en marcha una vez más y las matanzas, siempre firmadas por el GIA, resurgen para desacreditar a la guerrilla islamista y preparar el terreno que muestre que Buteflika no es capaz de llevar la paz al país?
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.
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