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VISTO / OÍDO
Columna
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La pelota enferma

El año 2000 ha sido en realidad bastante pobre, por no decir mezquino, para quienes nos imaginábamos que sería fastuoso, rico y noble. El número de personas con hambre y muerte por carencia ha aumentado, y la vida es más corta en la mayor parte del mundo. Usted y yo somos otros: en este país, o lo que sea, éramos 13 millones de habitantes con poca comida para todos, y ahora somos 40 y comemos más; entonces se vivían 30 años, ahora se viven 75. Incluso más que en el resto del grupo euroamericano que explota al resto del mundo. Veíamos el 2000 como un tiempo en el que se comería con píldoras; y se comen vacas locas, y ocurre en torno a ellas toda clase de trampas, miserias, mentiras. Los paseos astrales serían parte de la normalidad, y no es cierto: incluso es difícil viajar en avión entre dos ciudades españolas.

La medicina ha dado saltos prodigiosos: pero para aprovechar uno de esos saltos es preciso esperar meses o años, y quizá la muerte llega antes. No cito más que lo fácil, lo del día. El fondo es más grave: es que la vida es antinatural, es algo que sucede a despecho de la voluntad cósmica, y que cualquier mejora cuesta esfuerzos infinitos. Y que tal como la vamos mejorando algunos parece que se la quitamos a otros, como si no hubiera más que una cantidad de fluido vital y, cuando más seamos, y más gastemos unos, peor estarán los otros. El milagro de los panes y los peces explicaba bien el deseo de romper esa totalidad multiplicándola fuera de las normas de la vida: pero no parece que se haya repetido, lo cual hace dudar de que existiera. La vida es una fina capita adherida al mineral volante, o disparado: un poco más abajo ya no la hay, un poco más arriba tampoco.

No sé por qué coloco todo esto. Quizá porque sí sea un pensamiento consecuencia del siglo y del milenio, de una cultura que ha ido reduciendo el valor del ser humano a medida que le ha ido conociendo, y ampliando el valor de lo inerte. En realidad es mucho más optimista que la cultura religiosa de principios de siglo, que lanzaba sobre nosotros cargas y cargas de culpabilidad, de incomprensión, de ¡pecado! Y desagradecimiento por alguien que se sacrificaba por nosotros. Pensar que todo eso empezó en Palestina, y en Palestina sigue, sin desdeñar la piedra y su técnica, la honda, es una gran lección. Ni año 2001, ni nada: las mismas gentes erróneas, encima de la pelota enferma de nosotros.

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