Balcones
En uno de los balcones, había un muchacho que se llamaba Juan y quería salir del mundo difícil al que estaba predestinado. Y en el balcón de enfrente había una chica que se llamaba Lucía y soñaba con cosas que no terminaban de gustarle: con ocupar su sitio, con seguir la línea recta que la llevaba a ella misma, a ser nada más que ella misma para siempre, una interminable prolongación de ella misma.
Juan llegaba al centro de la ciudad desde el extrarradio, y lo que había encontrado en el centro de la ciudad era un lugar hostil, un territorio enemigo que lo recibía como a un adversario, como a un indeseable embajador de las afueras, alguien que le traía los barrios deprimidos y las vidas marginales como quien propaga una epidemia o vierte un veneno en una bebida.
Quizás él mismo no lo supiera, pero cuando el muchacho llamado Juan se enamoraba de la chica del balcón de enfrente, se estaba enamorando también de muchas otras cosas e intentando huir de algunas. Lo que se nos deja ver de él, de su existencia anterior al centro de la ciudad, es una vida dura y excitante, un mundo con sus propias reglas de juego, con sus propios códigos de honor y sus rasgos oscuros y a veces majestuosos, pero habitado por personas que libran guerras muy grandes para ganar batallas diminutas, que se mueven en círculos, toman grandes impulsos para saltar muy poco, se apuran a sí mismos antes de tiempo y hasta la última gota, se alejan cada vez más del sitio hacia el que corren y, finalmente, son devorados por su destino, igual que insectos que dieran vueltas hacia un desagüe. A Juan nunca le han explicado lo difícil que es salir de todo eso para convertirse en una parte de la otra ciudad, del mundo acomodado y aparentemente perfecto que representan Lucía y el resto de sus pobladores, gente moderna y próspera, jóvenes resabiados y estúpidos que parecen dirigirse hacia un porvenir brillante y cómodo. Pero lo sabrá de inmediato, se lo harán aprender a base de golpes, de insultos, de humillaciones.
Todo eso ocurre en la primera parte de Aunque tú no lo sepas, una película que Juan Vicente Córdoba encontró dentro de un relato de Almudena Grandes y que se llamaba, naturalmente, 'El vocabulario de los balcones'. La historia que ha inventado Grandes-Córdoba es una historia de amor y decepciones, de pérdidas y reencuentros, nobleza y rencor, soledad y más soledad. Pero, al fondo de todo eso, Aunque tú no lo sepas es una reflexión sobre la desigualdad, para muchos invisible o inexistente, que se vive en las ciudades como Madrid y que las convierte en una especie de extraña fruta hecha de dos mitades que no coinciden, que tienen sabores distintos.
La aventura que se cuenta en la película va más allá de todo lo que hemos dicho, crece y se extiende en el tiempo hasta ese punto al que no llega el maquillaje y en el que, por lo tanto, el director de la obra necesita cambiar de actor, sustituirlo por un adulto. De hecho, se extiende y se transforma de tal modo que, en la segunda parte, Juan y Lucía han cambiado tanto que cada uno es el otro, de forma que el que antes miraba desde arriba ahora mira hacia arriba y el que estaba en el fondo y no era nadie ha salido de los dos, del fondo y de él mismo. Eso sí, aunque hayan intercambiado sus papeles, ambos continúan en el mismo sitio, siguen cada uno en su balcón e intentando que el balcón de enfrente se quede vacío, que uno de los dos cruce la calle para poder estar juntos.
Pero ésa es otra historia, aunque sea la misma, y la parte que ahora nos interesa es la primera, la que vive el personaje de Juan joven, interpretado de manera estremecedora por Andrés Gertrúdix, y que es un héroe sin espada que simboliza esa zona en sombra de nuestras ciudades que la mayor parte de nosotros no quiere ver o a la que teme, la que muchos consideran un gueto y de la que quizá no sabrían nada de no ser por las páginas de sucesos de los periódicos. Los problemas y los escollos que deben salvar quienes intentan ir de uno de esos mundos hasta el otro es el tema de Aunque tú no lo sepas, creación de Almudena Vicente Grandes Córdoba que nos explica lo lejos que están algunas cosas cercanas, lo inmensamente lejos que pueden llegar a estar los que viven en el balcón de enfrente.
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