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VISTO / OÍDO
Columna
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Un deseo: la desaparición definitiva de la Seguridad Social

Un país en el que los salarios sean suficientes para pagar una buena vivienda, y una alimentación, y la enseñanza: para sostener a los mayores y a los que nazcan, y guardar para más adelante sin tener que quitar nada necesario ni superfluo, con una estabilidad en la moneda y unos precios escasamente variables. Buena comida, sana y barata. Y a medida que la técnica creciese por su camino adecuado, reducción en el esfuerzo del trabajo humano. Ocio, amor libre, natalidad libre. Fuera las amenazas: ni el infierno ni la Guardia Civil, ni el cónyuge ni el patrón, ni el hambre. Ni el nacionalismo, ni la Iglesia, arcaicos y estúpidos. Un disparate: pero cuando leo los deseos que expresan mis mayores - en sabiduría y fama- los encuentro más enrevesados, no menos difíciles y poco concluyentes.

Hay timidez en desear absolutos, pero no se encuentra la menor preocupación en expresar pequeñas mejoras que son igualmente utópicas. Por lo menos por el camino por donde van las cosas. El camino de Bush, por utilizar un personaje de la vulgaridad notoria con la que llega. Bush, Aznar, por reducirnos al ámbito próximo. Tipos que no van más allá en la mediocridad que la del catecismo del buen cristiano. Y, como el más clásico de cualesquiera de sus sectas, la amenaza, el susto, la restricción.

Cuidado, dicen, que no vamos a poderles pagar la Seguridad Social; no podremos mantener las pensiones. Nos dicen que si queremos comer sopa en nuestra desdentada vejez, la Seguridad no paga los dentistas, y que si queremos tener hijos, nuestras mujeres tendrán que dar un poco de su dinero a su patrono para compensarle de las ausencias del parto. Qué gente: qué piara. Claro que saben que no tienen riesgos: ya no hay revoluciones. Las revoluciones se pierden siempre: son desgarradoras para quienes las hacen, y el poder que sale de ellas es siempre un poder. Eso sí, del Sur está subiendo una marea oscura, imparable. Los bárbaros del Sur: como los bárbaros del Norte que acabaron con Roma. No les van a parar en Tarifa. Ni en los Pirineos. Ya están llegando: son sólo los primeros.

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