El racionalismo heterodoxo
El arquitecto Pedro Ispizua (Bilbao, 1895, 1976) era un todoterreno con talento. Su labor en el Ayuntamiento de Bilbao como técnico municipal le llevó a impulsar algunas de las principales construcciones de la villa. Pero esta hiperactividad no le quitó tiempo para que sus creaciones tuvieran el sello de la calidad constructora y, en algunos edificios, el de la belleza arquitectónica.Como el grupo escolar Luis Briñas, ubicado en el barrio de Santutxu, cerca de la Campa de Basarrate, popularmente conocida como Campa del Muerto. Pero esta escuela tiene de todo menos de lo que se califica al jardín cercano. Levantada en 1933, en lo que entonces era una ladera de prados salpicada por algún que otro caserío, supuso un revulsivo vital, una nueva atracción arquitectónica para la mirada de los bilbaínos.
PERFIL
Oriol Bohigas ha dicho de este edificio: obra extraordinaria, de gran permanencia cultural. Así lo reflejan las referencias a esta obra, que casi desaparece por las presiones de los padres de alumnos. La rehabilitación la ha devuelto a su lugar como referente de la arquitectura vasca.
Y todavía hoy continúa manteniendo esta capacidad de seducción, a pesar de que ahora el colegio se encuentre rodeado de bloques de viviendas edificados con la urgencia que solicitaba el desarrollismo de los sesenta.
En este contraste, todavía gana más el enclave racionalista heterodoxo construido por Pedro Ispizua, recientemente rehabilitado bajo dirección de Eduardo Escauriaza. Ispizua planeó éste y otros edificios emblemáticos del nuevo Bilbao (la Plaza de Abastos de la Ribera, el quiosco del Arenal, la ampliación del Ayuntamiento, o los jardines de Albia) con una diligencia abrumadora, que nunca estuvo reñida con la calidad.
Como explica Eduardo Escauriaza, "nos encontramos ante un artista que manipula los lenguajes arquitectónicos, que en cada obra practica un ejercicio de estilo; en el caso de las escuelas Luis Briñas, con el racionalismo, pero también tiene obras que juegan con el neoclásico, el regionalismo, o el Art-Decò".
Hay que tener en cuenta que en esos primeros decenios de siglo, las escuelas públicas tenían más el aire que ofrecen las de La Concha, Indautxu o Atxuri (esta última obra del propio Pedro Ispizua). Eran construcciones sólidas, que bebían de la arquitectura clásica, con algún apunte regionalista. Pero, en 1930, el Ayuntamiento de Bilbao decide dar un giro a sus edificios educativos y, en la convocatoria para el colegio público de San Francisco -que no llegará a construirse- apuesta por los nuevos lenguajes arquitectónicos.
Pedro Ispizua es miembro del jurado que elegirá entre estos trabajos y, probablemente, recaba algunas ideas de los proyectos que se presentan. O, simplemente, con esa facilidad que tenía para asimilar toda novedad artística, asume la belleza de las propuestas de Le Corbusier y sus seguidores.
Hay que tener en cuenta, además, que el arquitecto bilbaíno conoce sin duda las aportaciones que llegaban de París después de que se presentara en 1925 la famosa exposición sobre artes decorativas, que derivó finalmente en el concepto de Art-Decò. Sin olvidar, como recuerda Eduardo Escauriaza, "la excelente formación que tenían entonces los arquitectos en Bellas Artes, porque Pedro Ispizua es también un gran dibujante".
Con este bagage, emprende el diseño de este edificio, de gran peso visual, que se iba a establecer en un solar accidentado, de reducidas dimensiones. Por ello, el arquitecto optó por una edificación compacta en cuatro alturas, con gran contraste entre sus dos fachadas y con un juego de volúmenes digno de visita. Y no hay que olvidar el pórtico de entrada o la dominante torre del reloj, que se presenta como faro de esta construcción ante el acoso de los edificios de sus alrededores. En fin, un trabajo que confirma que los atractivos arquitectónicos de Bilbao no se encuentran sólo en el centro de la villa.
En su afán por jugar con el lenguaje del racionalismo, Ispizua propuso que la carpintería de las ventanas fuera de madera, golpe expresivo a la modernidad de los materiales de aquella vanguardia. En la rehabilitación, lamentablemente, no se ha respetado este diseño original, por motivos presupuestarios, aunque así lo recogía el proyecto original de restauración.
Estas obras han descubierto también la fuerza constructora que ofrecía la estructura del edificio, que no se ha podido mantener a la vista (como estaba en origen) debido al deterioro en el que se encontraba por el paso del tiempo. Lo que sí ha respetado la rehabilitación ha sido el orden original de la escuela que proyectó Ispizua (con ciertas reformas), lo que da idea de la armonía que presidía el continente y el contenido.
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