De Duran y del pacto
1. A veces entre el ritual de los congresos se hace difícil separar la sustancial de lo ornamental. El congreso de Unió tenía dos cuestiones fundamentales: las relaciones con Convergència -en el marco del trance sucesorio- y el caso Pallerols. Duran Lleida ha afrontado los dos conflictos sin demasiados rodeos.Para mejorar el clima de la coalición gobernante y para no tener que cargar un día con el peso de la derrota, en las relaciones con Convergència ha optado por la vía dulce. Por una parte ha ordenado las prioridades, dando preferencia al interés de la coalición por encima de su interés personal como potencial candidato. Por otra, ha cumplido el trámite de la confraternización ideológica, con una declaración soberanista, que no tiene otro alcance que guardar las apariencias, porque todo el mundo sabe que el viento del pragmatismo se la llevará por delante. Mas y Duran seguirán vigilándose por los retrovisores, porque la desconfianza y el recelo pertenecen al territorio de los sentimientos humanos, que es algo cuya solución está fuera del alcance de los congresos, pero el ritual ha cumplido el mínimo trámite exigible para que Jordi Pujol pueda dar el visto bueno al nivel de rozamiento entre los dos socios y considerar que "la coalición está bien engrasada". Tarde o temprano -como se lo pidió Rigol- Pujol tendrá que bajar del trono y meterse en el garaje si no quiere que la coalición acabe en el desguace. Antes, la invocación de su nombre bastaba para poner orden, porque tenía la autoridad del poder y la autoridad carismática pero pronto ya sólo le quedará la carismática, y ésta, cuando se empieza a perder el poder, se degrada rápidamente.
Donde, sin embargo, Duran Lleida se ha inclinado por la apuesta más arriesgada ha sido en el caso Pallerols. Después de haber explicado al congreso que se ha hecho todo lo posible para esclarecerlo, después de haber separado las conductas personales de la financiación de Unió, Duran Lleida queda al albur de lo que decidan los jueces. Si un juez prueba que hubo dinero del caso Pallerols que fue a parar a Unió no le quedará más remedio que dimitir. Y en este momento no creo que ni el propio Duran pueda asegurar que no fue así. En cualquier caso, es una apuesta clarificadora. Dicen que las carreras políticas son para aquellos que en los momentos decisivos se la saben jugar al todo o nada. Es lo que ha hecho Duran. El tiempo y la justicia dirán.
2. El propio Duran deslizó en el congreso de su partido la idea de un pacto antiterrorista catalán. Puede que haya querido apuntarse un tanto que otros estaban preparando con mayor discreción, pero, en cualquier caso, es una idea interesante que, quizá, allanaría obstáculos. Estamos en un momento en que las palabras ya no significan lo que dicen sino que se han convertido en símbolos y desgraciadamente esto no hace sino aumentar la confusión. En los actos de protesta por la muerte del concejal Francisco Cano se pudo apreciar la obsesión del PP con la palabra diálogo. Con reacciones obsesivas como ésta es muy difícil tejer una política antiterrorista común que no deje a nadie fuera por cuestiones de matiz.
El principal problema para la expansión del Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo es su artículo 10, en el que "se convoca a las demás fuerzas democráticas a compartir estos principios y esta política". Probablemente se explica por el tira y afloja en la redacción del texto entre dos partidos llenos de desconfianzas. Pero es un error. El acuerdo debía presentarse como algo cerrado entre dos partidos que, como tales, son libres de firmar lo que quieran. A partir de él, pero sin un texto previo, se podía invitar a los demás partidos a firmar otro acuerdo. Se hubiera evitado de este modo la sensación de trágala que algunos han tenido. Y se hubiera evitado también entrar en la senda de las modificaciones que, dadas las características del texto, parece poco razonable. Un posible pacto de las fuerzas políticas catalanas sería una manera de romper este obstáculo. Si se evita la autocomplaciente pretensión de echar en cara a los demás las virtudes del modelo catalán de diálogo -y de infinitos silencios, digámoslo todo- la iniciativa podría hacer crecer la bola de nieve del consenso antiterrorista.
Que la palabra diálogo se haya convertido en consigna es francamente grave. El diálogo requiere un territorio de palabra común. Mientras este espacio se conserva nada está irremediablemente perdido. Este territorio, por mucho que se diga, no existe con los terroristas. Por lo menos con estos terroristas y en este momento. Da la medida de la gravedad de la situación que tampoco parezca existir con los nacionalistas democráticos vascos. Quizá desde Cataluña se pueda ayudar a tejer esta trama de la palabra. Sobre todo si se hace con más finura política que aspavientos.
Para que esto sea posible hay que jerarquizar debidamente los problemas. Y el principal problema vasco no es la paz sino la libertad, no es la autodeterminación o la independencia, sino garantizar los derechos individuales de todos, en especial de las minorías (o mayorías) no nacionalistas vascas que menos asegurados los tienen. Sin estas garantías la paz sería una paz de cementerio. Por eso el eslogan Por la libertad me parece más claro que el eslogan Por la paz. La libertad ya implica la paz y en cambio es ambiguo hablar de paz cuando se está sufriendo una agresión unilateral. Esto es importante en un momento en que el agobio por el encadenamiento de acciones criminales puede mover fácilmente a la opinión pública a aceptar cualquier cosa con tal de que la violencia acabe. Y, a veces desde la política catalana, que parece como si llevara incorporada una obligación de comprensión con el nacionalismo vasco, se tiende a confundir el orden de los problemas y de los tiempos. El posible pacto catalán será útil si aporta claridad y exigencia para todos. De lo contrario no hará más que sumar confusión a la confusión.
P. S. Se cumplen 10 años de la muerte de Ibáñez Escofet. De él aprendí que la curiosidad es el motor de toda pasión de conocimiento, que el compromiso con la escritura es el primer deber del periodista y que la neutralidad es una forma de cobardía intelectual. Por estas tres razones me sedujo la pasión periodística. Ocurrió hace 30 años, en El Correo Catalán y en el Tele/express. Pero estas tres ideas siguen siendo para mí una guía de referencia. Y las señales de alarma se encienden a menudo, porque con suma frecuencia en el periodismo la vanidad arrasa a la curiosidad, la escritura es la última de la fila y la neutralidad es el disfraz de celosos guardianes del interés y de la mediocridad. No tengo otra oración para recordarle.
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