El PNV se mantiene abierto a pactar con EH
La estrategia de Arzalluz frente al acuerdo PP-PSOE desata un mar de fondo en las bases del partido
El "choque de trenes" que según el lehendakari, Juan José Ibarretxe, va a suscitar el reciente pacto PP-PSOE por "la libertad y contra el terrorismo" parece asegurado en los meses venideros, aunque el enfrentamiento político visceral está servido desde hace tanto tiempo que nadie puede llamarse verdaderamente a engaño.-"Dime, lehendakari, ¿y cuándo vas a convocar elecciones?
-Bueno, ya veremos, quizás dentro de un año.
-¿Un año? ¿Y tú crees que el país puede aguantar otro año más, así como así?".
La escena es de hace dos meses y el interlocutor del lehendakari un conocido representante empresarial gravemente preocupado por la desorientación y el abatimiento en el que está inmersa la sociedad vasca.
Mientras la fosa de la división política y social se agranda y la Euskadi de las trincheras acentúa su inquietante perfil, el PNV sigue estirando el tiempo político, a la espera de un error del Gobierno de Aznar, del debilitamiento de la alternativa constitucionalista a la lehendakaritza (presidencia del Gobierno Vasco), de hipotéticas iniciativas y acontecimientos: un nuevo pacto antiterrorista de ámbito vasco, una nueva tregua de ETA, quizás, que modifiquen la situación y le permitan convocar elecciones con la garantía de mantener intacto su poder institucional. Todo y cualquier cosa, de momento, menos descolgarse enteramente del marco de Lizarra, menos desandar el camino soberanista, menos admitir que aquella aventura ha entrampado a la sociedad vasca en una vía muerta.
Xabier Arzalluz sigue aquí al pie de la letra el consejo de Ignacio de Loyola: "En desolación, no hacer mudanza", una de sus citas preferidas. Cree que las circunstancias futuras les serán forzosamente más favorables: "Hemos pasado lo peor, Aznar ya no está en sus mejores horas", dice, y como siempre maneja simultáneamente varios escenarios hipotéticos.
¿Para quién habla Arzalluz cuando sostiene que las personas no enraizadas en el País Vasco no deberían poder votar en un referendo de autodeterminación, que haría falta un mínimo de tres años de empadronamiento? ¿A quién dirige el mensaje: "Yo no le pediré nunca a ETA que se disuelva mientras haya un preso en la cárcel?". ¿Está retomando en voz alta una conversación privada de los tiempos del pacto con ETA interrumpida tras la ruptura de la tregua? ¿Es sólo un guiño a esos votantes frustrados de HB que confía en sumar en las futuras elecciones o es también un mensaje de mayor calado con vistas a reeditar un Lizarra bis? Porque, fiado a las encuestas que maneja, y a despecho de otras menos favorables, el PNV sigue, hoy por hoy, creyendo que la renovación de la alianza con EA e IU puede bastarle para conservar el Gobierno de Vitoria.
"Es la fórmula ideal puesto que no tendríamos que hacer las cesiones a que nos obligaría pactar con el PSE-PSOE y, además, dejaríamos abierta la vía del entendimiento con HB y de un nuevo Lizarra en la medida en que habríamos respetado el compromiso de no tener relaciones con los partidos españoles. Los votos de HB podrían ser necesarios", indica un nacionalista. "El PNV tiene que decidirse, el tiempo se le acaba", repite periódicamente el portavoz de HB, Arnaldo Otegi.
Vista desde fuera, la primera apuesta del PNV aparece como extremadamente frágil porque hay otras encuestas que ofrecen una aritmética bien diferente que no permitiría a la coalición PNV-EA-IU alzarse con el triunfo sin el concurso de HB, porque hay indicios de que la rebelión de aquellos que sintieron Lizarra como una amenaza está lejos de haber desaparecido y porque los asesinatos de ETA no van a ayudar a apaciguar las críticas y el malestar interno en una militancia nacionalista que está muy lejos de aceptar con unanimidad la actual deriva de su dirección, por mucho que no surjan prácticamente voces críticas en esas asambleas de máximo nivel en las que las decisiones se toman por consenso.
Lejos de tratar de reconstruir los puentes con los partidos constitucionalistas, el PNV ha asistido, sin moverse un milímetro, a los preparativos del pacto PP-PSOE, confiado, quizás, en el fracaso del intento, convencido, en todo caso, de que cualquier acuerdo antiterrorista que carezca de su concurso nace limitado de antemano.
"Tiene gracia, los mismos que pactaron con ETA en secreto y organizaron Lizarra al margen y en contra de la mitad de la población denuncian ahora con la mayor desfachatez haber sido 'excluidos', y nos acusan a los partidos no nacionalistas de haber 'matado las ideas de Ernest Lluch", comenta un responsable socialista.
El grito de "diálogo" surgido en la manifestación de Barcelona por el asesinato de Lluch está siendo utilizado en provecho propio por el conjunto del nacionalismo vasco.
El mundo de ETA, en un ejercicio de psicoanálisis del comportamiento de las masas, da por supuesto que la población se ha pronunciado por la negociación incondicional con la organización terrorista y el resto del nacionalismo embarcado en Lizarra parece decidido a hacer del socialista catalán un apóstol de su estrategia. En un momento en el que el nacionalismo cultural se encuentra agitado por las tardías investigaciones judiciales sobre el funcionamiento de la coordinadora para la alfabetización en euskera de adultos AEK, en que el sindicato mayoritario ELA y Eusko Alkartasuna (EA) se ratifican en la vigencia del Pacto de Lizarra, el PNV responde al acuerdo PP-PSOE amagando con reverdecer el marchito espíritu de Lizarra en un comunicado que parece escrito por el puño y letra de Arzalluz.
Lo que marca la diferencia entre el anterior y el actual PNV, lo que hace ahora imposible el acuerdo, es el diagnóstico mismo sobre ETA. Si en Ajuria Enea se señalaba, como ahora se hace en el acuerdo PP-PSOE, que ETA es la expresión de la intolerancia y el totalitarismo, el acuerdo de Lizarra comienza por establecer que "el conflicto tiene raíces históricas de naturaleza política".
La consecuencia es que ahora el PNV entiende que la solución al terrorismo conlleva inevitablemente el referendo de autodeterminación y que ese camino deshace también en su seno el equilibrio y el consenso entre sus corrientes internas pactista y rupturista que le ha acompañado a lo largo de un siglo de historia. "Lo peor es que se ha aceptado como estrategia una alternativa soberanista imposible de aplicar en Navarra y en Euskadi Norte (País Vascofrancés) y que divide terriblemente a la sociedad", indica un nacionalista crítico.
Si la primera apuesta de una coalición de Gobierno del PNV con EA e IU -partido este último recompensado por los nacionalistas con la ley vasca que reduce el porcentaje de representación electoral del 5% al 3% para la obtención de un escaño parlamentario- tiene un basamento poco sólido, a tenor de lo que apuntan algunas encuestas, la alianza con HB, en una reactivación de Lizarra, provoca una verdadera inquietud, también dentro del nacionalismo clásico. Desde el interior del PNV no faltan también quienes piensan que la vía emprendida implica el riesgo potencial de perder cotas del ahora denostado autogobierno estatutario. El mismo hecho de que el punto de referencia de la lucha política contra ETA haya salido del ámbito vasco menoscaba el protagonismo de las instituciones y partidos vascos.
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