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ELECCIONES 2000

Gore promete a Bush su cooperación

Los líderes del Partido Demócrata siguieron ayer el ejemplo de Al Gore y multiplicaron las declaraciones reconociendo a George Bush como presidente electo y prometiendo cooperación con su Gobierno. El primero en seguir la senda trazada por Gore fue su compañero en la frustrada aventura presidencial, Joe Lieberman, que mantiene su condición de senador por Connecticut. Lieberman volvió ayer al Capitolio y se declaró dispuesto a buscar un "consenso constructivo" con Bush. Tom Daschle y Richard Gephardt, líderes de las minorías demócratas en el Senado y la Cámara de Representantes, se sumaron al espíritu conciliatorio que marcó la jornada.

Pero el clima de cortesía y buenos propósitos que dominaba ayer a la clase política norteamericana no provocaba grandes esperanzas entre la población. Según una encuesta de Reuters-MSNBC, el 50% de los norteamericanos cree que EE UU seguirá muy dividido políticamente en los próximos cuatro años y que Bush, pese a su buena voluntad, poco podrá hacer para remediarlo.Y es que, como señalaban ayer analistas e historiadores, el salvaje y estrecho pulso entre Gore y Bush tan sólo ha sido el último episodio de una guerra cultural y política que dura varias décadas. El asesinato en Dallas de John Kennedy, en 1963, terminó con lo que en EE UU se llama Camelot, la inocencia y confianza con la que los norteamericanos contemplaban su cúpula de poder político en Washington.

El país se sumió en la sospecha y el escepticismo, y se dividió en dos bandos irreconciliables: progresistas y conservadores. La guerra de Vietnam, el caso Watergate y el procesamiento y absolución de Clinton por el caso Lewinsky fueron otros tantos episodios de la fractura. Clinton comenzó en 1997 su segundo mandato presidencial citando al profeta bíblico Isaías: "Yo seré el reparador de la brecha". Un año después, el escándalo de sus relaciones con Monica Lewinsky confirmó y amplificó la fractura estadounidense.

En la madrugada de ayer, Bush, en su primer discurso como presidente electo desde Austin, proclamó: "He recibido una noble llamada del vicepresidente Gore. Hemos acordado vernos la próxima semana en Washington y hacer todo lo posible para cicatrizar las heridas de nuestro país tras una lucha electoral tan dura". ¿Cuánto durarán estos buenos propósitos? Quizá hasta el 20 de enero, fecha del relevo en la Casa Blanca, y poco más. En cualquier caso, Gore hizo una gran inversión en su futuro político en la madrugada de ayer, cuando, en el mejor discurso de su carrera, reconoció con deportividad su derrota electoral, aunque expresando sus "fuertes discrepancias" con la sentencia del Supremo de EE UU, que le cortó las alas.

Gore pronunció la palabra clave de "presidente electo" al referirse a Bush, y con ello cerró una noche electoral de 36 días de duración. Su intervención fue serena, noble y generosa, cargada de la humanidad que le faltó durante su maquinal campaña. Millones de norteamericanos lloraron al verle en televisión, y no sólo gente que le había votado el 7 de noviembre. El primero en reconocer que Gore rindió un gran servicio a EE UU al arrojar la toalla sin ambigüedades fue el propio Bush. El modo como se despidiera Gore de la batalla del año 2000 era muy importante para el porvenir de este hombre, que, con apenas 52 años, puede soñar razonablemente con volver a combatir por la Casa Blanca.

Y Gore no transmitió la menor señal de amargura. Dio la cara sin crispación, declaró que "el patriotismo debe reemplazar ahora al partidismo" y concluyó: "Ha llegado la hora de que me vaya". Es posible que Gore regrese dentro de cuatro años, porque su despedida fue el mejor momento de su batalla de 2000 y le deja muchas puertas abiertas. De momento, se quedará sin trabajo cuando el 20 de enero le ceda el despacho de vicepresidente al republicano Dick Cheney. Tras 24 años ejerciendo cargos de elección popular, Gore será a partir de ese día un ciudadano sin empleo. También será el candidato demócrata que arrancó más votos en unas elecciones presidenciales, pero que no supo convertir el legado de ocho años de paz y prosperidad en una mayoría aplastante o meramente suficiente.

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