El juglar sonriente susurra su pequeña sabiduría
Se diría que no hay personaje, que sólo hay persona. Que componiendo en su casa de Girona o cantando en el escenario de Madrid, como ha hecho esta semana, Serrat debe ser el mismo tipo que vive en la calle, que da entrevistas, que viaja por ahí, que come y bebe: una máquina de hacer frases (o canciones) redondas, un tipo tranquilo y sonriente que no para de susurrar cosas (o estrofas) aparentemente sencillas que, cuando acaban de tomar forma en su cabeza y llegan al oído de los demás, se convierten, nadie sabe cómo, en titulares (o títulos) perfectos, en sentencias espléndidas, o quizá en verdades puras y duras, pero absolutamente carentes de pedantería y artificalidad y pretensión.Ayer por la mañana, en Casa de América, Joan Manuel Serrat hizo toda una exhibición (involuntaria, se diría: ya se sabe que él se limita a ser como es) de honestidad y compromiso, sarcasmo y autoironía, ternura y tolerancia, y todo ello, unido a un punto justo de malicia quizás aragonesa (su madre nació allí), sirvió para convertir uno de esos (a priori solemnes y aburridos) actos públicos de presentación en una auténtica delicia.
Acosado primero por grabadoras, fotógrafos y plumillas; arropado después por las muy pertinentes (o sea, nada impertinentes) preguntas de Iñaki Gabilondo, todo lo que dijo Serrat en esos diálogos veloces y a bocajarro tuvo el sabor de lo auténtico.
Ahí va un aperitivo, sobre las chicas: "Aprendí a tocar y a cantar para poder estar más cerca íntimamente de las mujeres, porque las mujeres son lo que más me gusta del mundo". Otro, respecto a la vida que nos transforma en otros: "La vida es una combustión en la que no paras de dejar cosas. Te hace cambiar, y si a los cincuenta y tantos no has cambiado... entonces, menudo gilipollas eres".
Una perla sobre las críticas: "Las acepto todas como simples puntos de vista. Las malas, como el punto de vista de alguien que no coincide con mi forma de ver las cosas: así que no me puedo quejar. Las buenas... Lo anterior no significa que las críticas buenas estén en posesión de la verdad".
Otra, sobre él mismo: "No tengo ningún interés en ser escéptico. Prefiero engañarme y volverme a ilusionar después".
Quizás ayer la cosa se trataba de eso, de no perder la ilusión de los viejos principios, cuando la política y las chicas estaban en el punto de mira más directo. Serrat presentaba en sociedad, rodeado de amigos y forofos como Víctor Manuel, Luis Eduardo Aute, Rosa Regàs, Joaquín Estefanía, Juan Cruz o Miguel Ríos, su Cancionero.
Ése es el, humilde pero exacto, título que la editorial Aguilar ha decidido dar a la reunión de las canciones de Serrat. Y el abuelo sabio de 57 años (ya van dos nietas) puso la cara del niño de 11 al que los colegas de la calle Poeta Cabanyes del Poble Sec llamaban El Cani, llegó del largo concierto de la noche anterior (media hora de bises en el Palacio de Congresos) y se puso a la tarea. Dio la impresión de que disfrutaba como un loco bajito.
Serrat grabó su primer disco a los 22 años. El libro recoge en 400 páginas la mayor parte de sus textos cantables: líricos o prosaicos (eso con él nunca se sabe), machadianos, lorquianos o serratianos; unos en catalán y otros en castellano (eso dependía, y todavía depende). Casi todo lo que Serrat ha ido escribiendo a lo largo de estos 35 años, desde aquel 1965 de Una guitarra hasta el más cercano 1998 de Sombras de la China, el regalo previo al último, que desvela su sana esquizofrenia: Tarres / Serrat, Cansiones.
Están las clásicas y las pequeñas, las conocidas y las menos. Casi todas las hizo solo (es un decir), pero a veces fue en compañía de otros, como Juan Marsé o Joan Barril.
El prólogo es de Antonio Muñoz Molina, que en una de sus sobrias páginas (a ratos envueltas en papel emocionado, nostálgico) escribe lo siguiente: "Las mejores canciones de Serrat tienen algo de esa suprema fortaleza de lo muy ligero, que, como se ha subrayado, no es lo contrario de lo serio ni de lo profundo, sino de lo pesado".
El académico añade que Serrat son muchos, los de antes y los de ahora mismo, y que todos ellos muestran dos talentos clave para hacer una buena canción: el de intuir de una forma breve y en apariencia simple la complejidad de un relato y la inmediatez fugaz de un estado de ánimo, de un aroma; y el de intuir la naturaleza del tiempo en el que uno vive".
Es quizá lo mismo que escribe Santiago Alcanda en el inicio de su (amena y erudita) introducción a las canciones, cuando habla de Mediterráneo (1971): "Melancolía y esperanza. Lamento y sentido del humor".
"Son sólo canciones", repite él. Tan modesto. "No son poemas, porque una cosa y otra no son la misma cosa. Cada una tiene su técnica. Igual que hay poetas brillantes que son chapuceros haciendo canciones, hay compositores de canciones que escriben horribles poemas".
No parece su caso. Sus amigos recitaron sus canciones y parecían poemas. Poemas buenos. Como sus titulares:
-Si ha habido ruptura o evolución a lo largo de mi carrera, ha sido sin reflexión. Ha sido tan natural como crecen las uñas.
-Me gusta mucho más esta sociedad que la de antes. Pero los sueños siempre están debajo de la realidad y esto no es jauja. Todavía hay intolerancia, insolidaridad y fascismo volando sobre los inmigrantes. Culpa, en parte, de la gran falta de memoria española, cruel y espantosa. ¿Es que nadie recuerda ya la maleta de cartón de nuestros ciudadanos buscando dónde meter sus vidas?
-No hay premisas previas para hacer canciones. Se trata de enseñar las tripas. Las tripas por las tripas.
-Tengo la sensación de haber hecho muy poco, de tener muchas cosas por hacer. Pero creo que he cantado a los niños, a los viejos y a los que están en medio.
-Mi niñez fue muy feliz. Tuve la suerte de tener un entorno protector. Un barrio, una zona, un pueblo que estaba bajo mi control. La oscuridad desaparecía con las risas, las dificultades se superaban con la hermosura de las cosas, y la escasez, con el contacto caluroso con la gente. La abundancia acabó con todo eso.
-Me gusta mucho la edición que han hecho. Han puesto tapas de cartón y un papel muy bueno. Supongo que creen que lo amortizarán. Pero unas canciones han envejecido mejor que otras.
-En el último disco estoy más flamenco, sí. Pero eso no es malo. ¿No? ¿O sí?
Babelia
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