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Llobregat

José Luis Ferris

No soy partidario de los homenajes, ni cuando el meritorio está presente y puede gozar o padecer la oleada de agasajos que le brindan sus correligionarios, ni en el caso tan socorrido del postmortem, esto es, en el momento en que el sujeto del brindis colectivo ya no está en este mundo y es tan sólo un finado memorable. Y mucho menos aún cuando ocurre todo lo contrario, cuando la persona a la que se pretende obsequiar con el reconocimiento público responde con su ausencia y no sabe -quizá nunca lo sepa- que cientos de personas se reunieron en su honor para alabar su magisterio y descubrir solemnemente los fecundos paisajes de su inteligencia.Enrique Llobregat pertenece a este último género, el de los ausentes que siguen estando entre nosotros. Una penosa enfermedad le impide hacer uso de la memoria, esa fuente de vida que le permitió durante cuarenta años replantear las claves de nuestra historia más antigua y ofrecer una lectura crítica y diferente, atrevida y sólida de los estudios arqueológicos. Por eso quiero pensar que el evento que se celebró el pasado lunes en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante (Marq) no fue un sentido homenaje en torno a su persona, sino un acto de reflexión que sirvió para reunir en una sala a bastantes amigos suyos, a compañeros de fatiga del ámbito nacional e internacional, a numerosos discípulos y a representantes de diversas instituciones académicas. Un libro, Scripta in honorem, fue el motivo de la reunión. En él se recogen 59 trabajos relacionados con la prehistoria y la arqueología, obra de 82 autores que, sencillamente, han tratado de devolver el primer plazo de esa larga deuda que todos tenemos con Enrique Llobregat. Su Medalla de Oro de la Provincia de Alicante, la del mérito cultural de la Generalitat Valenciana o su título de doctor honoris causa por la Universidad de Alicante son sólo datos para un currículum. Lo que de verdad importa es tener claro, muy claro, que Llobregat ha sido y es de lo más auténtico de nuestro patrimonio, un sabio a solas que odia los homenajes y sólo espera, desde su paz, que la ciencia le ampare para siempre y le bendiga.

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