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Tribuna
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Eufemismos

Hay palabras provisionales que se resisten a la muerte y amplían su fecha de caducidad más allá de lo razonable, palabras precarias usadas para denominar fenómenos pasajeros que nunca acaban de pasar. A veces se trata de palabras feas que se refieren a hechos y situaciones vergonzosas que se prolongan y dejan en entredicho a la sociedad que las pronuncia con sonrojo para mencionar una realidad que se resiste a desaparecer. Para quitarles hierro y disimular sus aristas más hirientes, debe existir en algún oscuro rincón de los organigramas del Estado, algo así como una Dirección General de Eufemismos Piadosos (DGEPI) cuyos anónimos funcionarios, echando mano de una creatividad mal vista en otros ámbitos funcionariales, acuñan nuevos términos, siglas y acrósticos que maquillan palabras anacrónicas o políticamente incorrectas.Si no puedes cambiar la realidad, prueba a llamarla de otra manera. Fieles a este principio, los redenominadores de lugares comunes al servicio de la Administración han creado auténticas joyas eufemísticas. Así, por ejemplo, al despido forzoso y masivo se le ha llamado "flexibilización de plantillas". No es lo mismo que te despidan a que te flexibilicen y te desplantillen, los efectos sobre el trabajador son iguales, pero ante la opinión pública suena más tranquilizador lo otro. El término flexibilización no favorece especialmente al flexibilizado, pero sí a la empresa que deja de parecerse al ogro que primero explota y luego desecha a sus explotados para manifestarse como un organismo vivo y flexible que necesita renovarse, soltar lastre y desprenderse, de vez en cuando, de parte de sus recursos humanos, otro feliz eufemismo, para reverdecer con renovada pujanza. Pero de vez en cuando los redenominadores pinchan en hueso, se estrellan contra una palabra irreductible. Eso pasa con las palabras chabola y chabolismo. Cada vez que uno de estos términos aparece en titulares de periódico, los funcionarios de la DGEPI sufren crisis de ansiedad y piensan que en cualquier momento pueden ser también flexibilizados.

Desde mi más terne infancia he oído hablar de la erradicación del chabolismo, un fenómeno propio de los suburbios de las ciudades. Lo de suburbios tenía entonces matices peyorativos y los siguió teniendo en Madrid por lo menos hasta que se construyó el Suburbano, un ferrocarril subterráneo que emergía al aire libre en un nuevo ramal que incomprensiblemente no se comunicaba con los suburbios, sino con los amables bosques sin urbanizar de la Casa de Campo. El chabolismo, sin eufemismos que valgan, sobrevive pese a los meritorios intentos de los redenominadores que insisten en sustituir chabola por infravivienda, que suena aún peor. Para erradicar el chabolismo, sobre todo en zonas edificables o recalificables, el Ayuntamiento de Madrid ha combinado los desalojos con proyectos de realojamiento en las Chimbambas, planes de viviendas estables para tribus nómadas, que comprensiblemente no han funcionado porque sus presuntos moradores, gitanos o inmigrantes, necesitan moverse en procura del sustento. Las chabolas vuelven con su ignominiosa presencia a molestar en las páginas de los periódicos por una sentencia del Tribunal Superior de Madrid que establece límites a la acción erradicadora del Ayuntamiento.

Las chabolas, dice el auto, "son tolerables" en aquellos lugares de la capital o extrarradio en los que, aun estando catalogados como urbanizables, no haya una previsión inmediata de edificación. Hasta ahora el Ayuntamiento de Madrid destruía asentamientos enteros por el hecho de que sus moradores no tenían las pertinentes licencias de obras, sin darse por enterado de que chabola y licencia son términos incompatibles. Los ponentes de la sentencia bordean la ironía cuando recuerdan a los erradicadores municipales que: "Aplicar la normativa urbanística a los chabolistas, según el criterio judicial, conduciría al absurdo, pues habría que acudir a un arquitecto para que hiciese el proyecto y luego elevarlo al Ayuntamiento para su aprobación".

Anclado en el absurdo que preside muchas de sus actuaciones, el alcalde de Madrid debe seguir preguntándose a estas alturas por qué los chabolistas irredentos le tendrán tanta manía a los arquitectos y a sus proyectos.

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