Aire bajo sospecha
La falta de ventilación natural en los edificios cerrados causa numerosas patologías
Desde hace algunos años, tanto la Administración central como la autonómica, sometidas ambas a los dictados de Bruselas, tratan de reducir los niveles de contaminación atmosférica en zonas urbanas. Mejorar la calidad del aire se ha convertido en una de las prioridades de cualquier política ambiental. Modernos sistemas de vigilancia controlan la presencia de contaminantes en puntos estratégicos de las ciudades, y normas cada vez más estrictas regulan la emisión de diferentes sustancias nocivas por parte de industrias o vehículos a motor.Esta preocupación, sin embargo, no se ha trasladado a la atmósfera interior de los edificios, por más que en ellos pasen los ciudadanos la mayor parte de su tiempo. En inmuebles herméticos, donde el aire sólo puede renovarse mediante sistemas mecánicos de ventilación, el ambiente puede llegar a estar más viciado que en una urbe cercada por los humos. En este caso se concentran agentes químicos, procedentes de los materiales de construcción o el mobiliario, físicos (ruidos) y biológicos (microorganismos).
Con frecuencia, los ocupantes de estos espacios manifiestan diversas molestias que suelen mejorar o desaparecer al abandonar el edificio. Náuseas, jaquecas, alergias, catarros persistentes o conjuntivitis son las más comunes. Cuando las padecen más del 20 % de los usuarios no hay duda de que el inmueble padece el Síndrome del Edificio Enfermo, denominación acuñada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España la incidencia de este problema no se ha cuantificado de manera rigurosa, aunque algunos expertos consideran que afecta a un 30% de las modernas edificaciones.
La legionella, que tantos quebraderos de cabeza está dando a las autoridades sanitarias en Barcelona y Alcoy (Alicante), es uno de los microorganismos que suelen alojarse, y multiplicarse, en este tipo de edificios aprovechando las condiciones de calor y humedad que les proporcionan los sistemas de climatización.
Para asegurar la correcta ventilación de un local cerrado se precisan de 15 a 25 metros cúbicos de aire fresco por minuto y persona, cantidad que pocas veces se respeta. En la mayoría de los casos estos niveles se reducen para ahorrar energía, y se llegan a establecer tasas de renovación de tan sólo cinco metros cúbicos. En estas condiciones no es fácil eliminar la mayor parte de las sustancias patógenas, que terminan por habitar de forma crónica en la atmósfera de estos edificios.
Los contaminantes biológicos se benefician particularmente de esta situación. En este grupo se encuentran bacterias, hongos, protozoos, virus y diversos compuestos, como endotoxinas y micotoxinas, que se forman a partir del desarrollo o actividad de los primeros.
Una vez que alguno de estos agentes ha penetrado en el edificio el sistema de ventilación le brinda un excelente medio para multiplicarse y diseminarse. Humidificadores, torres de enfriamiento o bandejas de condensación se convierten en acogedoras zonas de cultivo. Si no existen filtros, o estos no se limpian y desinfectan periódicamente, el sistema vuelve a poner en circulación aire cargado de biocontaminantes susceptibles de causar diversas enfermedades.
No es difícil que en los conductos del aire acondicionado se encuentren aves o roedores muertos que, al descomponerse, se convierten también en emisores de bacterias. Habitualmente, estas canalizaciones, de difícil acceso, no se revisan nunca.
La concentración de contaminantes biológicos suele afectar a personas sensibilizadas o a las que sufren alguna enfermedad respiratoria. La situación puede agravarse dependiendo del grado de humedad, otro factor que no suele regularse. Si la humedad es excesiva, por encima del 70%, favorece el crecimiento de los microorganismos y es causa de cansancio y dolores de cabeza. Por el contrario, si el grado de humedad desciende por debajo del 40% aparece la irritación de mucosas.
De poco sirven los planes de choque, como los dispuestos en Barcelona y Alcoy, donde se están desinfectando los sistemas de ventilación implicados en la diseminación de la legionella e hiperclorando los depósitos de agua. Si no se aplican programas periódicos de vigilancia y mantenimiento el problema tiende a repetirse.
Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es
Técnicas de limpieza
Nadie en su sano juicio bebería agua no potable. Sin embargo, pocas son las personas que se preocupan por la limpieza del aire que respiran al entrar en un hospital, un edificio con aire acondicionado, un avión o un restaurante. ¿Quién responde de la calidad del aire en estos espacios públicos?Garantizar una atmósfera limpia en edificios cerrados no es tarea fácil. Aunque los sistemas de ventilación cuentan con algunos elementos accesibles, que pueden someterse a desinfecciones periódicas, la intrincada red de conductos por la que circula el aire no permite sencillas manipulaciones. En los últimos años han aparecido algunas empresas especializadas en este trabajo, para el que utilizan mecanismos de aspiración, inyección de aire a presión o cepillado mecánico que suelen dar buenos resultados.
También se publicitan filtros capaces de retener contaminantes. Los generadores de ozono, que con frecuencia se presentan como una de las mejores soluciones, no cuentan, sin embargo, con el respaldo de algunos especialistas. Es cierto que este gas, inyectado en los sistemas de ventilación, es capaz de oxidar un buen número de sustancias químicas y biológicas nocivas, pero también, y a partir de ciertas concentraciones, se convierte en un peligroso irritante del pulmón.
Hay quien defiende el uso de ciertas plantas de interior, capaces de purificar el aire. Pero, por su reducido tamaño, lo hace en proporciones insignificantes.
Asimismo, se ha comprobado que filodendros y crisantemos contribuyen a disminuir la contaminación pero en ningún caso los beneficios que pueden proporcionar las plantas deben equipararse a una correcta ventilación.
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