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Vísperas navideñas

Concursar es ya una forma de vivir: los medios están haciendo millonarias a abundantes personas que tienen algún coraje, ya que hace falta para decir sin rubor que lo blancuzco tira a blanco. Alienta a muchos ver que siempre hay quien, teniéndolo a huevo, no da en el blanco, y, entonces, se enardecen, deciden ir a jugarse el todo por el todo, y se presentan en el estudio o en el plató para llevarse los hasta cien millones que regalan.Quiéralo o no el telespectador o radioyente, cuando lo es -y no tiene más remedio que serlo quien carece de entereza-, se ve obligado a cotejar su cerebro con el del concursante, y se envalentona y se anima a concurrir cuando coincide con él, por ejemplo, en que Calderón escribió El alcalde de Zalamea. Pero sufre una acre decepción al ignorar a qué edad se aparean los patos, o cómo se llamaba el cámara que filmó Luces de la ciudad en 1931. Celebra entonces no haber concursado, ya que así no desmerece ante deudos y amigos, y da por bien no ganado el premio.

Lo malo es cuando, con frecuencia excesiva, esos concursos exhiben la miseria cultural de quien planea las preguntas o las formula. Los cuales, casi nunca se preocupan por averiguar cómo se pronuncian los nombres propios que no sean ingleses o castellanos, por lo cual tales nombres aparecen de continuo con vestimenta oral peregrina (no sólo en los concursos: el nombre del desventurado Ernest Lluch -ernést lluc- empezó a sonar en la noche trágica como érnest luch o lluch o llus). Pero, ah si sólo fueran los nombres propios. Hay tímpanos, lo sé de cierto, que reventaron al oír por televisión el término musical scherzo pronunciado escherzo, así, montado a pelo, con su ch y su z, y preguntando, además, al concursante qué clase de canción (?) es. Otros tejidos mentales no se han repuesto aún del peñazo que les dio el vocablo allegro, hermano gemelo del anterior, con ll de gallo y pollo; o Aljuabarrota, intentando designar Aljubarrota, nombre de aquella singular batalla que vigoriza, desde el siglo XIV, el sentimiento patriótico portugués. O inquiriendo cuál era la población abulense en que murió santa Teresa, y premiando la solución Alba de Tormes, que es cierta siempre que se haga salmantino y no avilés aquel honrado municipio. Muchas cosas así pueden rasgar las meninges si se siente afición por tales pasatiempos.

A fines de noviembre, varias jornadas fueron justamente consagradas en Valencia al poblema de las mujeres agredidas, tan frecuente y bochornoso. Ello tuvo el realce que debía en la prensa y, así, leemos en el titular de un gran rotativo de la Corte: "El Foro Mundial de Mujeres exige el abandono del hogar de los agresores". El hogar es, pues, de los agresores y, por tanto, debe ser abandonado: ¿por las mujeres? Pero otros medios cercioran de lo contrario: se exigió que los agresores abandonaran el hogar, con lo cual, el asombroso titular resulta aún más cervantino que el célebre "pidió las llaves a la sobrina del aposento".

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Pero el idioma sufre también agresiones casi cruentas, sin demasiadas protestas del pueblo agredido en su idioma. Esa misma reunión valenciana suscitó un editorial en otro periódico no menos importante, que atacaba desde el título. Rezaba así: "Violencia de género", y rompía a razonar de este modo: "Mujeres procedentes de cien países (...) han vuelto a dar la voz de alarma sobre la violencia de género...". Decía más adelante: "La violencia de género afecta a todos los países, a todas las clases sociales y a todas las razas". La tal violencia es la ejercida contra las mujeres con vejaciones, palizas, mutilaciones y asesinatos. También he procurado enterarme sobre qué hace ahí ese género, y de las averiguaciones resultan probados los siguientes hechos: a), en inglés, el vocablo gender significa, a la vez, 'género' y 'sexo'; sabemos todos que, en las lenguas románicas, estos términos tienen significados muy distintos, gramatical el uno, y biológico el otro. Y que, además, no siempre se corresponden: criatura, persona o víctima, voces gramaticalmente femeninas, pueden nombrar indistintamente a un varón o a una mujer; a la inversa, marimacho, palabra de género masculino ordinariamente, se aplica sólo a mujeres; y cocinilla, diminutivo del femenino cocina, sirven para descalificar a un varón 'que se entromete en cosas, especialmente domésticas, que no son de su incumbencia', según la Academia; un encanto, vocablo masculino, puede remitir tanto a una dama como a un caballero; y un solete será una cosa u otra según hablen él o ella; b) en el Congreso sobre la Mujer celebrado en Pekín en 1995, los traductores de la ONU dieron a gender el significado de 'sexo'; así incluían también a los transexuales, que, siendo hombres de cuerpo, se sienten mujeres, o a la inversa: también se ceba la violencia contra sus personas.

La solución, inmediatamente aceptada por algunos siervos de la lengua inglesa, satisfará, tal vez, a quienes tienen que vivir en tal contrariedad, y sería aceptable si no hiriera el sentimiento lingüístico castellano (y catalán, portugués, italiano, francés, etcétera), donde se diferencian muy bien cosas tan distintas como son el género y el sexo. Por otra parte, ¿no será violencia de sexo también la que se encarniza con tales personas por su incoherencia sexual? Hablar de violencia de género parece demasiada sumisión a los dictados de la ONU, autora de tantos desmanes lingüísticos.

En tanto, el submarino nuclear inglés sigue provocativamente en Gibraltar, por lo cual se ha repetido en muchos medios que está varado allí. Lo cual es falso, pues varar implica sacar del agua la embarcación, o quedar ésta entre las peñas o en la arena. Prueben los malhablados con el verbo atracar, que significa 'arrimar el costado de una embarcación al muelle'.

A todo esto, y casi sin notarlo, nos hemos plantado ante otra Navidad. Ésta llega siempre cuando los jugueteros lanzan la horda de los niños contra padres y demás paganos indefensos. Mis nietos me traen un precioso catálogo donde ya han elegido; doy la vuelta a la portada, y me encuentro con un garages en letras grandes, que me pone en guardia. Luego, topo con palabras sin acento: tu, habiles...; y merodeando entre las ofertas, me asalta esto: "Ratoncito Pérez combierte en una moneda"; hay también unos bichos peludos que "hablan un bocabulario infantil". Millares de niños (con ilusión) y de adultos (con temor) leerán el catálogo. No inquiero más, y prometo escribir a Papá Noel o a los Magos, según plazca a mis asaltantes.

Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia.

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