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ANIVERSARIO DEL DIRECTOR DE "MANHATTAN"

Lo que puede hacer Woody Allen a los 65 años

El actor y director demuestra al alcanzar la edad de la jubilación que su sentido del humor y sus viejas obsesiones siguen vigentes en su vida y en su obra

El 1 de diciembre, Woody Allen alcanzó la simbólica edad de 65 años. Las ventajas que esto tiene para él son innumerables: asistencia médica gratuita, mitad de precio en el metro y los autobuses de Nueva York, por fin puede cobrar de la Seguridad Social y puede solicitar el ingreso en una comunidad residencial para jubilados, con enfermeras diplomadas, comedores colectivos y áreas recreativas comunes, o tal vez prefiera utilizar el programa ECHO, Ofertas de vivienda para la tercera edad, que facilita a la gente mayor la posibilidad de vivir cerca de sus hijos.Esta última debería ser la mayor ventaja, ya que Woody tiene una amplia familia: Satchel Farrow, cuya madre es su compañera de tantos años, Mia; Dylan y Moses, los hijos que ambos adoptaron; Soon-Yi, la hija adoptada por Farrow y, casualmente, tercera esposa de Woody; Bechet Dumaine, la niña adoptada por Woody y Soon (así llamada en honor de Sidney Bechet, el clarinetista de jazz), y Manzie Tio Allen, adoptado este año y cuyo nombre es un homenaje a Manzie Johnson, el batería de Becehet. A lo mejor el futuro depara más instrumentos.

Cuando hablo con Woody, le pregunto qué es lo que más feliz le hace en la vida, y dice -a pesar de asegurar, en señal de protesta, que "tiene un talento natural para sembrar el pesimismo"- que es "trabajar, las mujeres y tocar el clarinete", cosa que hacía los lunes por la noche con su grupo, la New Orleans Funeral and Ragtime Orchestra, en Michael's Pub, hasta que el local cerró hace poco. La noche en la que obtuvo el Oscar por Annie Hall no quiso dejar colgada a la banda y se quedó en Nueva York, y no se enteró de su triunfo -según me dice- hasta que abrió el The New York Times a la mañana siguiente.

La victoria -añade- fue inesperada, porque suponía derrotar a La guerra de las galaxias, que era la razón de que no estuviera muy seguro del valor de los premios. ¿De verdad era Annie Hall mejor que La guerra de las galaxias? "Desde luego, no ganó más dinero". ¿Y era mejor Jane Fonda que Diane Keaton? "Eso es favoritismo -sugiere Woody-. Además, me da vergüenza oír mencionado mi nombre en un contexto positivo, sea el que sea. Creo que las únicas competiciones genuinas son las que se hacen en las pistas y los terrenos de juego. Cuando era niño gané varias".

Su filme número 40, Granujas de medio pelo, se ha estrenado en Europa el día de su cumpleaños , un regalo magnífico que se hace a sí mismo, porque es una de sus películas más divertidas. Interpreta a un ex preso que tiene la brillante idea de reabrir un local de pizzas para llevar y de esa forma sus compinches y él puedan hacer un túnel hasta el banco, varios locales más allá. Por desgracia, a su mujer, maravillosamente encarnada por Tracey Ullman, se le dan tan mal las pizzas como a Woody atracar bancos. Pero mientras él, en su avance hacia las bóvedas, destroza una conducción de agua, ella tiene un éxito increíble con sus galletas. Se hacen ricos y empiezan -sobre todo ella- a ascender en la escala social, guiados por un engolado estafador inglés (Hugh Grant). Pero el destino les tiene preparada otra sorpresa.

Algunos críticos, pese a elogiar la película, han sugerido que Woody, a una edad tan avanzada, debería permanecer detrás de la cámara. Sin embargo, se equivocan por completo. Nadie es capaz de colocar una frase o una risa como él, y aquí incluso regresa en ciertos momentos a la comedia visual y las payasadas de El dormilón o Bananas. A Woody le ha encantado volver a hacer este tipo de película. "Tengo que reconocer que me siento un poco culpable, porque nunca me fío de algo con lo que me divierto demasiado. En cuanto me doy cuenta de que estoy disfrutando empiezo a desconfiar. Empiezo a pensar que 'el que algo quiere, algo le cuesta'. Si sufro muchísimo, pienso: 'No debería estar divirtiéndome con esto. Algo va mal".

Su problema es el perfeccionismo. Me explica que la mayor satisfacción la siente cuando desarrolla una idea para una película. "Luego la escribo y no es para tanto. Después, con las concesiones que hay que hacer en el rodaje, se obtiene aproximadamente el 50% de lo que se había pensado al principio. Y el producto definitivo es, casi siempre, una desilusión".

En Estados Unidos, a los críticos no les ha parecido así, pero el público -como ocurre siempre con sus películas- ha sido fundamentalmente la minoría que vive en la costa este, la costa oeste y las universidades, mientras que a la extensa parte central del país no acaba de cautivarle su ingenio. Granujas de medio pelo ha costado 18 millones de dólares y ha obtenido ese mismo dinero en las taquillas norteamericanas, de modo que, si se eliminan los gastos de impresión y comercialización, no ha tenido beneficios en el mercado interno.

Lo que sí interesó a la masa norteamericana fue aquel nefasto día, el 13 de enero de 1992, cuando una vengativa Mia Farrow halló fotografías de su hija adoptada, la adolescente Soon-Yi, desnuda en el apartamento de Allen. Aquello dio pie a un caso judicial sucio y prolongado, para delicia de los diarios sensacionalistas. A los abogados de familia estadounidenses no hay nada que les guste más que suscitar la cuestión de los malos tratos infantiles, de modo que a Woody se le acusó de ello y, aunque después salió absuelto, se le envió a un psiquiatra "para modificar pautas de conducta inapropiadas". De todas formas, llevaba toda su vida de adulto acudiendo para una hora de consulta diaria. "¿Qué tal le va?", le pregunto. "Despacio", contesta.

Allen respondió con una petición al Tribunal Supremo para que le concedieran la custodia exclusiva de Dylan, Satchel y Moses Farrow, y se declarase a Mia incapacitada para ser madre. Después de una vista que duró seis semanas y media, el juez la rechazó; posteriormente declaró que no tenía ninguna fe en los instintos paternales de Allen.

En cuanto a su propia infancia, fue la de un niño feliz en Brooklyn. Descubrió que se le daba bien escribir chistes para periódicos, y para que sus compañeros de clase no supieran que era Allen Konisberg (su verdadero nombre) el que lo hacía, empezó a utilizar el seudónimo Woody Allen. Ésa fue, según me dice, la única razón de que se cambiara el nombre.

Los chistes eran graciosos y originales. "He hecho trampas durante un examen de metafísica en la Universidad de Nueva York; he mirado el alma de otro estudiante". Era casi natural que se orientara hacia el mundo de la stand-up comedy, la actuación en solitario encima de un escenario, en el Greenwich Village de Nueva York, pero allí se encontró con un obstáculo nada natural.

Como todos los cómicos, Woody contaba "chistes de esposas". "Mi esposa era una mujer inmadura. Cuando estaba yo en el baño, entraba y me hundía mis barquitos". Su mujer, Harlene Rosen, emprendió acciones legales. "Dijeron en los periódicos -me cuenta Woody- que debería demandarme, y al día siguiente lo hizo".

"¿Qué ocurrió?", le pregunto. Woody sonríe. "Después de aquello no volví a contar ese tipo de chistes".

Curiosamente -y me parece que esto nunca ha salido a la luz-, se hartó de su carrera porque el público siempre insistía en que les contara el chiste que mas les gustaba de todos los suyos, igual que un cantante que tiene que interpretar siempre la canción que le hizo famoso, aunque sea de hace mucho tiempo. El chiste más popular trataba de un alce.

"Estaba de caza en el norte del Estado de Nueva York y le disparé a un alce. Lo até al parachoques de mi automóvil y, mientras iba hacia casa, se despertó. La bala no había penetrado; sólo le había rozado el cráneo y lo había dejado inconsciente. Iba a una fiesta de disfraces que daban unos amigos míos, y pensé: "Me voy a llevar el alce. Voy a meterlo en la fiesta". Un tipo estuvo hora y media intentando venderle una póliza de seguros. A medianoche dieron los premios a los mejores disfraces, y el alce quedó segundo. Los Berkowitz, un matrimonio que iba disfrazado de alce, quedó primero. El alce real estaba furioso. Se enzarzaron con sus astas y se derribaron el uno al otro. Yo agarré el animal, me lo llevé al coche y lo devolví al bosque. Pero resultó que me había confundido: eran los Berkowitz. Al día siguiente se despertaron y los mató un cazador. Los disecaron e instalaron la figura en el Athletic Club de Nueva York. Pero lo mejor de todo es que el club no admite a judíos".

Lo demás es historia. Woody pasó al cine, desde la desastrosa parodia de Bond, Casino Royale, hasta la magnífica Annie Hall. En la película volvió a sacar a relucir el problema del antisemitismo, cuando la abuela de Annie expresaba su antipatía por el personaje de Woody, Alvy, porque era judío. "Era un hecho real", me dice Woody: él había tenido esa experiencia con la abuela de Diane Keaton el día de acción de gracias del primer año que vivieron juntos.

Un personaje de una de sus películas comenta que le gustaría que cierto director volviera a sus primeras películas, que eran "más divertidas", y ése fue el mensaje que Woody empezó a recibir de sus seguidores después de obras como Interiores, Septiembre y Sombras y niebla. Su mejor baza es la sátira, pero no una sátira llena de resentimiento. "Para que la sátira sea eficaz debe estar llena de afecto -me explica-. Cuando algo no me gusta, no me resulta divertido. Me es mucho más fácil hacer una sátira de Ingmar Bergman". En su película Stardust memories (Recuerdos de una estrella), Woody se burló de los fines de semana en los que solían reunirse un grupo de serios aficionados al cine en casa de la crítica Judith Christ con una parodia llena de deliciosa irritación, sobre todo en la frustración de la estrella con sus admiradores.

Antes tenía la obsesión paranoica de que le seguían por las calles de Nueva York. "Ahora ya no es paranoia -me dice-. Me siguen con mucha frecuencia. Me paro a atarme los zapatos para que el que sea me adelante; luego, él se detiene unos metros más allá y se ata también los suyos, luego yo, y así sucesivamente".

Quizás es ésa la razón de que pase tanto tiempo en el plató, donde se siente seguro y a salvo. Reconoce sin reparos que en el rodaje desea tener un control total: "Es esencial: cuanto más personal sea el producto, mejor. Sólo hay dos cosas que puede uno controlar en la vida: el arte y la masturbación". Reconoce que "Diane Keaton ha aportado tanto a mi carrera como yo a la suya. Cuando lee algo, sea mío o sea de Shakespeare, tiene una reacción natural sobre si es bueno o no". Seguro que expresaría un aprecio semejante por Mia Farrow, que ha participado en siete de sus películas, si no fuera por sus recientes problemas personales.

A pesar de su edad, no muestra indicios de aminorar el paso. Incluso va a aparecer en una película de los hermanos Farrelly, Stuck on You, un título apropiado si se tiene en cuenta su Algo pasa con Mary. Será verdaderamente interesante ver qué combustión hacen sus dos formas de humor, diametralmente opuestas: lo burdo frente a lo sutil.

Sus películas han recibido oscars y reconocimientos de todo el mundo. Los franceses incluso le nombraron Caballero de las Artes y las Letras, un dato que él negó en una carta a The New York Times, en la que aseguraba que el Gobierno francés no le había entregado nunca ni una multa de estacionamiento. Resulta que hay que acercarse al palacio del Elíseo para recoger la distinción.

No obstante, me dice que lo que más lamenta en su vida es no haber sido otra persona. "¿Qué otra persona?", le pregunto. No necesita pensarlo. "Marlon Brando, Sugar Ray Robinson, Louis Armstrong".

Afortunadamente para nosotros, es Woody Allen. Y mientras Soon y él se acercan con Bechet y Manzie hasta la estación de metro, el día de su cumpleaños, para recoger su pase de mitad de precio, confío en que siga siendo Woody Allen todavía por muchos años.

© The New York Times Syndicate

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