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Vacas locas

Admito con resabiada desgana que en ciertos aspectos he evolucionado poco y mal; y si algo me prodiga un módico consuelo es saber que hombres y mujeres más inteligentes que yo han sufrido y sufren el mismo daño. De chico, me sorprendía y escandalizaba saber que no pocos prójimos se desvivirían por un perro o por un gato, mientras no le darían un trozo de pan a un niño hambriento. Cero raso y entrañable en principios de economía política, en psicología, en sociología y en desarrollo mental. Lo más lamentable es que con el paso del tiempo se me fue atascando la fibra sensible a esta cuestión y así estoy como badea. Y desde que es público y notorio que uno ha de aprender a distinguir -prolíficamente- a los canes por su raza, por su pinta y por su entorno social, se me ha agriado la cuajada.Con todo, y a pesar de mi melancólica preferencia por los niños, jamás le causé daño a un animal y me horrorizó el relato que nos hizo Jesús Mosterín de las torturas a que son sometidos los pollos en las granjas industriales con el fin de que estén pronto listos para la guillotina o la aguja y de ahí al mercado. Por su parte, la televisión nos ofreció aleccionadoras imágenes de un gran contingente de cerdos hacinados, apaleados y arrojados a una fosa común, muchos de ellos todavía vivos. Tal holocausto, ocioso es decirlo (pero lo digo), se llevó a cabo en bien de la humanidad, que no por sadismo. Las cosas como sean.

Si de mí dependiera, los animales que torturamos y devoramos tendrían que estarme agradecidísimos. Nos diferenciamos poco de la vaca y ahora sabemos que menos todavía del cerdo (sin chiste trasnochado, por favor). Tan grande es el parecido orgánico que el hígado de un cochino puede servirnos de repuesto a los humanos. De modo que comer carne u órganos de ganado hace mucho tiempo que no. Me recuerda el canibalismo. Prefiero un pez, que no es de la familia. Y si esto es fantasioso, esgrimiré el argumento ecologista: el consumo humano de carne es ruinoso para los animales, para el medio ambiente y para nuestra especie. Nos lo recuerda Ed Ayres en EL PAÍS (Se acabará con el consumo masivo de carne, 26 de agosto). El kilo de buey sale a siete kilos de grano, que a su vez necesitan siete mil litros de agua. Millones de pozos se están secando en el mundo por esta causa. El estiércol del ganado, en grandes cantidades (hay una granja en Utah que produce más residuos que la ciudad de Los Ángeles) es causa de enfermedades y muertes; y de un funesto incremento de la agricultura, que deforesta y, por lo tanto, desertiza. El planeta no da más de sí; tendremos que utilizar el agua para producción de alimentos directos, no transformados en solomillo. Nos quieren vegetarianos.

Claro que si sigue extendiéndose el mal de "las vacas locas" y propagándose a otros animales, según unos Dios habrá mediado en el asunto, según otros más prosaicos, un agente contaminante denominado prion. Añada el lector este nombre a su lista, si acaso aún lo desconoce. El prion, dicen expertos, se contagia de unas especies a otras y es de una virulencia terrible. De modo que podemos hallarnos ante un azote que hará innecesarias las admoniciones del señor Ed Eyres. España, no obstante, puede verse libre de la plaga y no será necesario que diga porqué. Aunque cuando escribo estas líneas el asunto ya no está tan claro y ha habido que sacrificar vacas. Lo más inquietante, con todo, es que antes de que se registrara el primer caso, la UE ya había advertido de que no se fiaba de nuestros controles.

Gobiernos y ciudadanos de la UE no acaban de creerse que nosotros les diéramos lecciones de prevención e higiene sanitarias; que una cosa es haber llevado exitosamente a cabo la transición política y otra muy distinta habernos puesto al día, y con mayor rigor que nadie, en tan corto lapsus de tiempo. La civilizada vida de las democracias añejas se compone de un gran mazo de leyes, normas, disposiciones, hábitos. No existe verdadera libertad democrática sin una montaña de regulaciones y sin que éstas hayan penetrado y empapado el tejido social. A España todavía le falta esa tradición -que no es cosa de un cuarto de siglo- y no está debidamente regulada; y allí donde lo está, a menudo es sólo sobre el papel: no se ha impregnado con rotundidad la conciencia colectiva. ¿Qué digo? A menudo ni siquiera se sabe que existe una ley para esto u lo otro. Así por ejemplo, desde el pasado año tenemos un marco legal de convivencia entre los vecinos de una finca. En la que yo habito, y me temo que en casi todas, nadie sabe nada de eso. La noticia, salida entonces en los medios y en el BOE, no fue seguida de una amplia difusión por parte de autonomías y ayuntamientos. Las medidas legislativas, en países de tierna democracia social -que arraiga mucho más tarde que la democracia política- deben ser como plantas delicadas que requieren mucho riego y abono, cuidados constantes, mimos. Somos maestros en el arte de producir muchas y buenas leyes... para no tomarlas muy en serio. Cuando Puerto Rico era todavía colonia española, dictamos un montón de estupendas leyes con el fin de acabar con la malaria que afligía la isla. Nuestros sucesores, los estadounidenses, no dictaron ninguna ley: mataron los mosquitos. Lo comentó Fernández-Flórez en un artículo o crónica parlamentaria.

Desde 1994 está prohibida la venta de piensos que contengan residuos de rumiantes. Técnicos de la UE informaron el pasado abril de que en Galicia y en Cantabria no se cumplían escrupulosamente las medidas comunitarias contra el mal de las "vacas locas". "Aquí en España no se ha dado un solo caso de enfermedad", se dijo triunfalmente antes de que el problema estallara en Galicia. En fin, confiemos en que la determinación de Arias Cañete se traduzca en una legislación rigurosamente vigilada, y subrayo porque ahí está el intríngulis, no en las medidas en sí mismas.

Mientras tanto, nuestra consejería de Agricultura no caiga en más asomos triunfalistas y extreme la vigilancia. Podría haber choteo e incluso peticiones de dimisión. ¿Existe en la CV, estrictamente hablando, lo que ahora se llama trazabilidad? ¿Control sanitario paso a paso, desde la cuna al matadero?

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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