El crimen y el olvido
Hace un año, en una calle del barrio de Gràcia, asesinaron a Ángeles Chiban. Fue una noche de mucho viento, cuando la muchacha iba a entrar en su casa. Antes de morir desangrada, dijo que habían intentado violarla. La policía encontró un cuchillo de carnicero y algún que otro rastro minúsculo, pero hasta ahora el asesino sigue libre. La muchacha era una estudiante argentina y llevaba poco tiempo en la ciudad. Entre sus conocidos la policía no ha logrado formarse siquiera una sospecha. Tampoco entre los actos de violencia sexual ocurridos en Barcelona después de la muerte. La oscuridad es absoluta. La policía espera un error, una reincidencia, una casualidad o un arrepentimiento. La policía pasa esperando la mayor parte de su tiempo. Horas muertas, exactamente. Es lo más terrible del oficio.Los familiares de Ángeles piden al periodismo que hable del crimen. Lo primero que contesta el periodismo es si hay alguna noticia. No hay noticias. Luego pregunta cuánto tiempo hace que la mataron. La familia contesta que un año. El periodismo ya ve mejor el asunto: canción triste de aniversario: foto y un pie negro y lírico: una noche de mucho viento. La familia abunda en los detalles y explica que la asociación de vecinos del barrio convoca un acto en memoria de la muchacha, que habrá velas encendidas sobre el asfalto y la lectura de un manifiesto contra la violencia sexual. Mucho mejor, conviene el periodismo: eso ya es noticia.
Cada día los periódicos publican muchas noticias inútiles. En fila india, quizá las letras llegarían diariamente hasta Francia. La primera y más rigurosa condición de esas supuestas noticias es que no hayan sucedido con anterioridad. Respecto a una noticia, todo puede discutirse: su importancia objetiva, el número de personas a las que afecta, su conveniencia ética, las consecuencias políticas, económicas, personales de su publicación, etcétera. Todo, menos que sea nueva. Ningún periódico, jamás, ha publicado más de una vez la misma noticia, salvo error o delirio. A veces los periódicos deben dar cuenta de historias que se alargan en el tiempo: largas negociaciones políticas, largos conflictos, largos secuestros. La condición de las reapariciones sucesivas de la historia es el movimiento: basta que alguien entre o salga por una puerta o abra la boca para decir muuuuuuu.
Pero nada se mueve en torno a Ángeles. Como velas en un mar apelmazado. Como un escritor en la meseta de su libro, agotada la fiebre de su impulso primero y lejano aún e incierto el punto final. Como un criminal que ha dejado de temblar por lo que hizo y que sabe que un leve movimiento puede precipitar su ruina. Como un criminal quieto. No hay noticia. La policía abre y cierra cajones. Pero dentro hay siempre lo mismo: unas carpetas que el tiempo parece ir adelgazando. Alguna tarde se llama a alguno para que eche un vistazo a unas fotos. Un rato libre se aprovecha para cruzar en el ordenador una docena de indicios improbables. Alguna guardia aburrida se aprovecha para volver a repasar la historia de punta a cabo. Pero no hay noticia.
Y sin embargo, la noticia tiene un tamaño muy apreciable, por más que el periodismo, fiel a su vocación hipermétrope, no quiera verla. Una muchacha murió y no ha podido ser enterrada. Para acabar de morir hacen falta razones. El cadáver está visible en la calle, aunque su soledad va creciendo. Al cabo de un año, los conocidos más circunstanciales de la vida de Ángeles se han alejado. Es natural: un cadáver irresuelto hace preguntas incómodas. Pronto, el recuerdo activo, firme, constante, de la muchacha se ceñirá a media docena entre la gente que la quiso. En cuanto a los policías que se ocuparon de su caso, habrá traslados, ascensos, jubilaciones. Puede que hasta el propio asesino olvide el cadáver: la vida moderna es tan febril...
Sólo el periodismo puede acompañar a Ángeles Chiban hasta que halle su tumba. Dando noticia cierta, sobria, constante de que hoy tampoco la halló. El asesino es el olvido.
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