París destaca en una exposición el esplendor multicultural de los Omeyas 300 objetos evocan la época en la que Córdoba fue la mayor ciudad de Occidente
El Institut du Monde Arabe (IMA), organismo que tiene su sede en París en un estupendo edificio de Jean Nouvel a la vera del Sena, acoge hasta el próximo 15 de abril una muestra de objetos de todo tipo correspondientes al periodo en que la dinastía de los Omeyas gobernó en gran parte del territorio que hoy ocupan España y Portugal -de los siglos VIII a XI-. Es la época de esplendor de una dinastía que viene de Siria y que va a poner en pie el califato de Córdoba, convirtiendo esta ciudad -300.000 habitantes durante los siglos X y XI- en la mayor de Occidente.
Acceso a la cultura árabe
Los objetos reunidos para la exposición datan de muy pocos años después de que Tarik ibn Ziyad cruzara el estrecho de Gibraltar -711- hasta la toma de Toledo -1085- por Alfonso VI de Castilla. Es así la época de esplendor de una dinastía que va a poner en pie el califato de Córdoba, transformando la ciudad en la mayor de Occidente, aquella en la que conviven el filósofo Averroes, el médico Maimónides y el escritor Ibn Hazm, en la que cristianos y judíos, con mayor o menor peso dentro del entramado social, juegan su papel junto a los musulmanes.Un gran número de museos -casi 80, dice el catálogo- ha prestado sus obras para que pueda salir a la superficie el iceberg de una tradición cultural mal conocida y peor asumida, entre la negación y el mito. La lista es impresionante y permite comprender el reto asumido por el IMA, la Junta de Andalucía y la Fundación El Legado Andalusí. Berlín, Nueva York, Londres, Damasco, Bruselas, Atenas, Lisboa, Madrid o París figuran entre la lista de capitales que han cedido sus tesoros, junto a otras muchas -Múnich, Arlés, Lyón, Cagliari, Barcelona, Córdoba, Balaguer, Florencia, Oxford, Upsala, Davos, Granada, Denia, Zaragoza, Toledo, Fez, Pisa, Kairouán, Vic, Cannes, etcétera- que también han accedido a desprenderse momentáneamente de parte del patrimonio árabe que normalmente está expuesto en las vitrinas de sus museos.
Uniformización
El resultado es muy bueno desde un punto de vista científico, pero puede que no sea extraordinario desde el de la divulgación. El inmueble de Nouvel, con sus celosías metálicas, con su sala de columnas, con el jardín de mármol y la vecindad del río, con su reinterpretación moderna, en definitiva, de la arquitectura árabe, no ha servido para dotar de nueva vida a la mayoría del material expuesto. Aquél de un más que evidente valor artístico -las estatuillas de bronce dorado que decoraban una fuente, las cajitas de marfil repujado, el aguamanil en forma de ave, etcétera- sí está puesto en valor pero aquel otro que precisa de una mayor contextualización o de un buen nivel de conocimientos por parte del visitante corre el peligro de pasar desapercibido. Es lógico que así sea cuando hay tantos elementos que hacen difícil el acceso a la cultura árabe -de la grafía hasta la tradición musical-, y eso es lo que sucede. Un excelente filme documental de Yves de Peretti, Al-Andalus, paradis des omeyyades, sirve para paliar las carencias informativas y culturales del lego en la materia, que tras contemplar el vídeo puede recorrer de nuevo la exposición con otros ojos.El título genérico de la muestra, Les Andalousies. De Damas à Cordoue (Andalucías. De Damasco a Córdoba), no será retomado luego por la exposición prevista en Madinat al-Zahra (Córdoba), a partir del 3 de mayo. Muchas de las piezas presentes en París viajarán a la antigua residencia del califa, a la ciudad áulica que Abd al-Rahman III parece que hizo edificar en honor de la más amada de sus mujeres y lo harán bajo el título de El esplendor de los Omeyas cordobeses, pero eso no significa que queden fuera las piezas que testimonian la expansión de ciertas técnicas de cerámica inventadas en la ciudad andaluza. La explotación de barcos árabes hundidos frente a lo que hoy son costas francesas, los contactos -más o menos amistosos- entre árabes y cristianos en las distintas islas y puertos del Mediterráneo occidental quedan probados tanto por hermosos platos verde- manganeso como por las técnicas utilizadas para decorar crucifijos por artesanos venidos de Andalucía.
Los 300 objetos presentados en París -parte del público francés de la inauguración descubría con sorpresa que alguna de las obras maestras exhibidas procede del Louvre- evocan pues un continente casi desaparecido, engullido por las guerras, la miseria y el fanatismo, víctima de una operación de uniformización cultural que sólo admitía lo árabe o bien como guardia mora, o bien como enemigo ancestral. Una exposición de este tipo, tan meritoria, merecería ir acompañada de todo tipo de animación paralela que sirviera tanto para darle la dimensión adecuada a lo que muestra como para recordarnos por qué en muchos casos las obras u objetos se nos antojan ajenos o desconocidos.
Babelia
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