El minimalismo en su lugar
Sobre la exposición de la colección del conde Panza en el Museo Guggenheim, bajo el título Percepciones en transformación, van a suscitarse criterios contrapuestos en los espectadores. Para unos, todo lo que suene a nuevo es motivo de escepticismo. Para otros, por el hecho mismo de ser nuevo merece su más entusiasta aceptación. A nuestro parecer, se trata de posturas que llevan un componente apriorístico equivocado. Ni deben acercarse al museo bilbaíno obligados a encontrar un arte que deba poseer referencias previas a lo ya conocido, ni conviene acudir con la suficiencia del paleto que supone que aceptando acríticamente todo le llega el pleno conocimiento del arte contemporáneo.Adelantemos que el diseño de Frank Ghery viene pintiparado para esta exposición. Quiere decir, que la exposición mejora en el Guggenheim. Bastantes de estas obras estuvieron expuestas en Bilbao, hace cinco años, repartidas en la Sala Rekalde y el Museo de Bellas Artes. Algunas de ellas no nos dicen nada, justamente porque ha quedado anulado el factor sorpresa. Otras no han enseñado a juzgar con menos valor a artistas que admirábamos. Por ejemplo, Robert Morris mostraba sumo interés en sus anti-formas de los años setenta, en tanto en las tres esculturas de acero de 1991 se le escapa el sentido esencial del minimalismo. Ha colocado unos anclajes que resultan retóricos y prescindibles. A unos metros, Richard Serra le explica cómo debe ser en esencia el minimalismo. Espléndido Serra.
También observamos diferencias notables en dos artistas que trabajan con las luces de neón. Mientras Don Flavin resulta bastante amazacotado y pedestre, Bruce Nauman se muestra creativo, lúdico (lleno de matices) y variado en sus perfomances. Otro artista que se torna menos acreditado que la primera vez que vimos sus obras es Donald Judd. Nos parecen harto lujosas u oropelísticas sus esculturas, ya sean las de pared como los cubos a ras de suelo o las mínimamente elevadas. A esto se añade la insistente monotonía de los números pares en sus módulos.
Nos satisfizo descubrir al artista Richard Nonas. Sobre pletinas de acero crea unas variantes que instala en el suelo y en las paredes. Según la colocación y el quitar o poner ciertos elementos, siempre de acero, hace atisbar cada pieza con sutil intención. Una pieza colocada fuera de donde están las demás piezas contiene la suma de aquellos elementos que aparecen en la propia sala.
Ciertamente curioso es el espacio abovedado, con luz halógena ultravioleta y de cuarzo con un sistema regulador de intensidad, de Doug Wheeler. El espectador es invitado a entrar, obligándose a descalzarse, y en su lugar se calza unos calcetines de plástico. Por los efectos de luz, se entra en un mundo de sensaciones. Se anula la separación de uno con el fondo, los lados y el techo. Crea en el espectador una manera de estar en el espacio, tal vez en la vida de ese instante, tan aislado como nunca hasta entonces lo estuvo. Jamás percibió esa sensación ajeno al mundo que le rodea. No sé si a esto hay que llamarlo arte. Tampoco importa. Sé que allí se siente uno como en un recinto de nubosidad -¿angélica?- virtual.
Desde siempre hemos valorado ciertas ideas de uno de los artistas insertados en la exposición. Nos referimos a Joseph Kosuth. Una de ellas es definitiva en su producción: "Una obra de arte es una especie de propuesta presentada en el contexto artístico como un comentario sobre arte". Otra: "El arte en sí es solamente la idea subyacente que tenemos de la obra". Ya antes lo señaló Leonardo da Vinci: "El arte es una cosa mental".
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