Mercosur, Suramérica, Latinoamérica...
Hay temas de identidad nacional y hay asuntos de estrategia política. Así dichas, las cosas resultan muy sencillas en su diferencia. Pero preguntémosle a un vasco si es lo mismo sentirse vasco a la hora de hablar, leer o comer que ponerse frente al dilema de seguir en el Reino de España o proclamarse independiente. De estas cuestiones tan trascendentes se habla desde siempre en la América Latina, pero hoy -ante la mundialización que ha traído este tiempo histórico- ellas adquieren un sesgo distinto. Ya no estamos ante las invocaciones bolivarianas movidas por el espíritu romántico de construir un mundo nuevo en el Nuevo Mundo, sino ante cuestiones más enredadas. ¿Sobrevivir en el mundo globalizado resulta más fácil desde el Estado nacional o desde la subregión respectiva? ¿Tiene más lógica asociarse comercialmente con la superpotencia norteamericana o mantener una relación diversificada? ¿El Mercosur debe profundizarse hacia adentro o expandirse por Suramérica? ¿Qué márgenes de opción puede tener el México de hoy sumergido en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA)?Cualquiera de estas preguntas provoca un mundo de opciones y posibles análisis, sea desde el ángulo político, económico, social o cultural. Pero enfocarlas supone asumir, desde el inicio, la diversidad de la América Latina. No hay modo posible de adentrarse en cualquiera de esos temas si no se reconoce que la historia, la geografía, la mezcla étnica, la tradición política, han diferenciado ese vasto espacio humano que se construyera por España y Portugal en aquella fabulosa aventura del Renacimiento que inició Cristóbal Colón.
Por debajo de la unidad envolvente que generan los idiomas castellano y portugués, se pueden percibir tres grandes ámbitos étnicos. Uno es lo que Víctor Raúl Haya de la Torre llamaba la Indoamérica, que, desde México a Bolivia, muestra el producto sincrético de la colonización española con los viejos imperios azteca e inca; otro es la Afroamérica, en que los europeos, sus hijos y los indígenas autóctonos reciben el fortísimo impacto de la forzada inmigración africana que desde el mar Caribe cubre la costa atlántica hasta Río de Janeiro y hasta una porción de la costa del Pacífico; por fin, hallamos la Euro-América, o sea, el Cono Sur, donde la debilidad demográfica y cultural de los poblamientos indígenas abrió espacio a una cultura europea de trasplante.
Aun dentro de esos vastos espacios, tenemos las diversidades provenientes de Europa y acentuadas por la historia. En las Antillas, por ejemplo, es impresionante observar lo que puede ser el Haití francófono, la Trinidad anglófona y protestante, el Curaçao holandés o la Cuba española hasta el fin del siglo XIX.
La geografía también tiene mucho para decir, aun en lo económico. ¿Alguien puede pensar hoy el desarrollo mexicano sin su vecindad con EE UU? Lo que fue la escabrosa relación de un "vecino distante", como le llamó Allan Riding hace muchos años en un polémico libro, dio paso a una asociación comercial que ha lanzado explosivamente hacia adelante el comercio mexicano. Ella luce como telón de fondo de dos procesos trascendentes: uno es la transición política que luego de la larga hegemonía del PRI abre paso al Gobierno de Fox y otro es equilibrar el desarrollo económico y social de un país en que el Norte próspero y pujante se mezcla indisolublemente a la economía de la gran potencia mientras el Sur, pobre y problemático, intenta con turbulencia desarrollarse. Aquél se parece cada día más a EE UU, mientras éste se avecinda a Centroamérica.
Para México, como consecuencia, el debate del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) no es trascendente, pues operan en profundidad su propio tratado de liberalización comercial. La opción, en cambio, es crucial para los países del Mercosur, históricamente más ligados a Euorpa, en todo sentido, y hoy mismo recibiendo una presencia europea más expresiva que la norteamericana. En diciembre de 1995 se firmó un acuerdo marco entre la Unión Europea y el Mercosur, a partir del cual se han realizado ya tres grandes reuniones ministeriales, pero las negociaciones no han avanzado lo suficiente. La razón es muy notoria: la Política Agrícola Común, agresiva e irritante para países de zona templada que no sólo escollan en dificultades para ingresar a Europa con sus producciones, sino que chocan en todos los mercados con los excedentes subsidiados de la Unión.
Mientras tanto, se ha fijado el 2005 para alcanzar el ALCA y ello abre una fuerte interrogante estratégica. Es notorio que Brasil tiene sus reticencias y por lo mismo realizó en agosto una gran reunión de presidentes de Suramérica, que, bajo el manto de la celebración de los 500 años del Descubrimiento, relanzó el concepto de Suramérica como espacio propio. La idea no fue confrontar abiertamente con el ALCA, pero sí revigorizar el vasto espacio suramericano a partir del núcleo ya avanzado del Mercosur.
La idea tiene hoy un serio inconveniente práctico y es que más allá del Mercosur, en toda la Comunidad Andina, la problemática política hoy es profunda.
El Mercosur, a su vez, recién comienza a superar la crisis provocada por la devaluación brasileña de enero de 1999, pero le ha costado un periodo de recriminaciones mutuas y conflictos particularistas de intereses comerciales. Es natural que así fuera: luego de ocho años de construcción en medio de la expansión económica, un año de recesión ha puesto a prueba todas las estructuras. Ellas han mostrado sus fragilidades e insuficiencias, pero también han ratificado la irreversibilidad del Mercosur. Ningún socio ha planteado la posibilidad de alejarse pese al tremendo impacto de que la economía mayor devaluara, generando una ventaja comercial competitiva muy fuerte frente a los socios (especialmente la Argentina, atada a un tipo de cambio anclado por ley desde los tiempos del Plan Cavallo).
De todo esto resulta que el Mercosur es la integración sub-regional con más coherencia interna en el momento. Sin embargo, vive la dualidad de un ALCA que le arrastra hacia la mayor economía nacional del mundo y una Europa con la que está unida por poderosos vínculos, pero que se mueve lenta y trabajosamente, sin ofrecerle -por el momento- nuevas perspectivas. Los sentimientos y los intereses suelen estar en pugna.
Julio María Sanguinetti ha sido presidente del Uruguay (1985-1990, 1995-2000).
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