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Sacar dinosaurios de las latas

Un catedrático de historia del arte transmite en una muestra su afición a hacer juguetes de hojalata

Juan Antonio Ramírez es un tipo singular. Hijo de un excéntrico apicultor, nació hace 52 años en Málaga, ciudad donde ejerció de profesor de Historia del Arte un par de veces en los años ochenta dejando una huella imborrable en la modernización de aulas y el mundillo del arte. Ahora, ya convertido en uno de los grandes especialistas españoles en vanguardias, arquitectura y utopía o en la relación entre medios de comunicación de masas y arte contemporáneo, el pope Ramírez, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, ha regresado a la ciudad natal cargada su maleta de extraños animalillos y humanoides de lata.Con ese zoológico privado de juguetes hechos en la intimidad del sótano, en las pausas de la redacción de libros sobre Marcel Duchamp o sobre cómo escribir de arte contemporáneo sin hacer el ridículo, Ramírez ha montado una mágica exposición en la sala Moreno Villa. Todo gracias al empeño de una joven historiadora, Natalia Bravo, que aún lee a Ramírez con devoción y hoy le ofrece un hueco en la programación del ciclo Alternativa Siglo XXI que realiza para esta sala municipal.

La muestra, que se podrá visitar hasta el 20 de diciembre, se acompañará los próximos 30 de noviembre y 1 de diciembre de sendos talleres donde Ramírez enseñará al que acuda con la lata vacía, cómo convertir el inútil envase en un no menos inútil pero encantador dinosaurio, araña, medusa, elefante, centaurillo, camión, gorrino u hombrecillo.

Llama Ramírez "latoflexia y latotomía" a esta habilidad que convierte los cánones de la delicada papiroflexia en una tosca y carnal invitación a la sedición creativa. Profesor ante todo, ha convertido sus hallazgos en modelos. Con todo ese saber, ha dibujado y editado para la muestra un tratado práctico, con un inteligente decálogo que es toda una llamada a la revolución civil mediante el juego.

Con ese tratado, unas tijeras para metal, unos guantes, una maderita, un punzón y la lata de marras, cualquiera puede hacer en 15 minutos una de las innúmeras figurillas Ramírez. Y en un chas-chas habrá reciclado un desecho, calmado sus nervios, encontrado una forma creativa y poco insana de perder el tiempo y se habrá colado de rondón en un debate teórico sobre el papel de la autoría y la frontera entre arte y artesanía.

"La aspiración es que el inventor del propotipo, en este caso yo, acabe siendo anónimo: he pretendido que esto sea un disparadero para las actividades creativas de mucha gente", revela Ramírez, tras reconocer que lo que más le satisface de esta experiencia "es que le guste a los niños". "Pero no me produce ninguna excitación inaugurar, quizá porque tengo muy claro que yo ni vendo mis latas ni soy un artista", afirma.

No será expresamente artística, como él pretende, pero, como no podía ser de otra manera viniendo de donde viene la cosa, la latoflexia encuentra tradición en las vanguardias históricas. Nombres como Calder, Torres García, Ferrant, Finsterin, Feininger o el mismo Picasso hicieron juguetes. "Yo quizá me sitúe entre la pieza única de Calder y la producción industrial de Torres García, al hacer prototipos y permitir su difusión", comenta Ramírez.

¿Como el artesano primitivo anónimo que repite máscaras cuya función colectiva está por encima del individuo que las hace? "Algo así", dice el autor de La arquitectura en el cine; "sólo que en las sociedades primitivas el manual no existe", puntualiza. A su lado, un niño confiesa que quiere que le enseñe a sacar dinosaurios de las latas de fabada.

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