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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

25 años

Un cuarto de siglo ya: de la muerte de Franco, del reinado de don Juan Carlos, del inicio de la Transición. Francisco Paulino Teódulo Hermenegildo Franco Bahamonde, el hombre que gobernó España durante cerca de 40 años, se fue de este mundo el 20 de noviembre de 1975. Halagado hasta el ridículo durante esas cuatro décadas, su nombre produce hoy indiferencia o sentimientos negativos para el 80% de los ciudadanos, especialmente entre los jóvenes. El 40% de los actuales habitantes de España no había nacido o tenía menos de 10 años aquel día de noviembre. Dos después, don Juan Carlos de Borbón juraba en las Cortes como rey de España. Tenía 37 años, y todas las posibilidades estaban abiertas ante su reinado. Hoy, España es una democracia asentada, plenamente integrada en las instituciones internacionales. Del franquismo sólo queda ETA como remedo trágico de aquello contra lo que nació. Franco fue un dictador implacable. Decir que no fue Hitler (ni Stalin) no basta para borrar realidades como los 200.000 fusilados después de la guerra, los 450.000 exiliados, los 300.000 presos que había en las cárceles hace ahora 60 años; ni para olvidar las depuraciones de funcionarios y profesionales, la censura de prensa, la negación de derechos civiles y libertades prolongada hasta el final de su régimen. Nunca pensó en abandonar el poder, aunque tuvo oportunidades para hacerlo, y tampoco en propiciar una reconciliación entre vencedores y vencidos.

La versión que sostiene que la represión franquista fue la precondición para un desarrollo que hizo posible la España actual, tampoco se sostiene. Es cierto que en los años sesenta y setenta se producen fuertes cambios en la estructura social -sobre todo el trasvase de población de la España rural a la industrial-, pero ello ocurre con una generación de retraso: el franquismo interrumpió una tendencia de fuerte movilidad social -oportunidades de ascenso de todas las clases- que se había iniciado en la segunda década del siglo.

La desaparición del dictador era una condición que abría la posibilidad de un futuro democrático, pero pocas personas identificaban en 1975 ese futuro con la monarquía de don Juan Carlos. Decisiones suyas como la de sustituir a Arias por Suárez se demostrarían acertadas con vistas al objetivo de impulsar una transición que fuera a la vez superación de la división entre vencedores y vencidos. La falta de legitimidad democrática previa de Suárez le obligó a buscar el consenso con la oposición, y la presión de ésta le hizo llevar la reforma más lejos de lo inicialmente previsto. También acertó don Juan Carlos al renunciar a utilizar los amplios poderes heredados del régimen de Franco para entorpecer los intentos de los reformistas de desmontarlo desde dentro. Y en las horas decisivas del 23 de febrero de 1981 utilizó su autoridad para desautorizar a quienes invocaban su nombre para acabar con la monarquía parlamentaria.

La inmensa mayoría de los españoles consideran hoy que la democracia es preferible a cualquier otro régimen político y creen que la forma como se produjo la transición es un motivo de orgullo. Los años transcurridos permiten valorar con mayor perspectiva la importancia de la apuesta que entonces se hizo. Experiencias dramáticas como la de la Yugoslavia posterior a Tito demuestran el acierto de establecer una legitimidad democrática como paso previo a la descentralización autonómica. La Constitución abordó la cuestión nacionalista con una voluntad integradora que hoy aparece como su rasgo esencial.

Muchos nacionalistas (al igual que algunos sectores de la izquierda) aceptaron la Constitución como paso previo para objetivos ulteriores (una España federal, la independencia, la revolución social). Pero una vez asentada la democracia comprendieron que el modelo definido por la Constitución y los estatutos era el único compatible con el pluralismo realmente existente. Y aunque la influencia del terrorismo haya interferido en ese proceso, en conjunto puede decirse que ha sido un éxito: nos ha evitado tragedias como la de los Balcanes; ha estabilizado un marco que hace posible resolver crisis políticas mediante elecciones, sin que el cambio de Gobierno arrastre el del sistema. Nada de eso podía darse por supuesto hace 25 años.

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