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El año de Schröder

Pilar Bonet

El canciller alemán ha remontado en imagen y ha logrado el equilibrio con la vieja socialdemocracia, aunque aún no despega en las encuestas

El canciller federal alemán, el socialdemócrata Gerhard Schröder, es hombre de suerte, pero está por ver si el viento que comenzó a serle favorable hace un año le bastará para llegar al final de la legislatura, en 2002, como favorito para un nuevo mandato. A las dificultades previsibles, tales como la reforma de las pensiones y la necesidad de clarificar la política de emigración, se ha sumado otra imprevista: una sentencia judicial que condena al ministro de Transportes, el socialdemócrata Reinhard Klimmt, a pagar una multa por complicidad en malversación de fondos.Los partidos del anterior Gobierno federal -los democristianos de la CDU y los liberales del FDP- piden que Klimmt dimita como ministro de Transportes a causa de un asunto que ocurrió en los años noventa y que afecta al alto funcionario por las responsabilidades formales que tenía entonces como presidente honorario del club de fútbol FC Saarbrücken. El ministro ha aceptado la multa de 27.000 marcos, consecuencia de una subvención ilegal al club por parte de un ex dirigente de Cáritas en la región del Sarre. Ha alegado, sin embargo, no haberse beneficiado personalmente de unos fondos que sirvieron para salvar al equipo de la ruina. Con todo, los partidos de la oposición insisten en que el ministro dimita y exigen que se mantengan los mismos criterios aplicados a la CDU en relación a las cuentas clandestinas de este partido. De momento, Gerhard Schröder protege a Klimmt, a quien necesita para la reforma de los ferrocarriles alemanes, pero en el grupo parlamentario socialdemócrata hay síntomas de preocupación.

En sus dos años de gobierno, Schröder ha realizado sólo dos cambios en el Gabinete, uno para reemplazar a Oskar Lafontaine como ministro de Hacienda y el otro para sustituir a Franz Müntefering como ministro de Transportes. Hans Eichel, el titular de Hacienda, que defiende la política de ahorro a capa y espada, ha sido un verdadero hallazgo para el canciller. A juzgar por las encuestas de opinión, la posición del SPD es estable, pero no tan favorable como para dormirse en los laureles. Si las elecciones se celebraran el próximo domingo, un 39% del electorado votaría a favor del SPD y un 37%, a favor de la CDU, según la encuesta publicada el pasado domingo por el diario popular Bild.

Antes de mediados de noviembre de 1999, la imagen de Schröder era tan deplorable que en las filas del SPD había quien pensaba en la posibilidad de un relevo al frente de la cancillería y del partido. El canciller era percibido entonces como un "tipo frívolo", que no daba la talla.

El 15 de noviembre de 1999, la gigantesca constructora alemana Philip Holzmann reconocía estar prácticamente en la ruina. Comenzó entonces una operación cuyo punto culminante varios días más tarde fue el viaje de Schröder a Francfort y su aparición nocturna como salvador de la compañía ante unos trabajadores y sindicalistas que le aclamaban con los gritos de "Gerhard, Gerhard". El socialdemócrata se reconcilió así con los sectores tradicionales de su partido y se distanció formalmente de las concepciones anglosajonas de la Tercera Vía. Desde entonces ha hecho equilibrios para mantener el impulso modernizador, que se traduce en recortar el papel social del Estado sin romper con las tradiciones de la socialdemocracia alemana. La crisis del partido de Kohl le ha ayudado, pero no le quita mérito. Schröder consigió sacar adelante la reforma fiscal a base de comprar con habilidad votos regionales en el Bundesrat (Senado) y ha sabido capear, con más éxito que el francés Lionel Jospin o el británico Tony Blair, el temporal causado por la subida del petróleo. Schröder no ha entregado el impuesto ecológico, tan importante para los verdes, los socios menores de la coalición. Con baches, la ecología sigue siendo uno de los motores del Gabinete, como lo demuestra el compromiso alcanzado con la industria para abandonar la energía nuclear.

Aunque la coalición entre los socialdemócratas y los verdes no es una balsa de aceite, las tensiones internas se van sorteando sobre la marcha. El último ejemplo es el acuerdo alcanzado en la madrugada del martes sobre las pensiones. Los socios gubernamentales decidieron que las subvenciones oficiales a los fondos privados entrarán en vigor en el 2002, y no en el 2001 como estaba previsto.

La emigración, por otra parte, se ha convertido en un tema de amplio debate social en Alemania. Para el año 2002, la comisión especial creada por el Gobierno bajo la dirección de la democristiana Rita Süssmuth debe dictaminar si Alemania necesita más emigrantes y si se requiere una ley de emigración. Analistas próximos al canciller se preguntan si éste tendrá el valor de coger al toro por los cuernos y acometer de forma amplia y frontal la reforma de la política de emigración, que hasta ahora está siendo encarada a pequeñas dosis.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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